martes, 18 de septiembre de 2012

Clandestino Capítulo 2: El Pasado de Alex Stefannovish


II
El pasado de Alex Stefannovish

Él sabía muy bien cuál era su rol en la familia Stefannovish. Una familia de clase que no podía permitir ninguna aberración que manchara su imagen. No después de lograr ser una de las cuatro más importantes y ricas del país, tener en su poder varias compañías tanto nacionales como internacionales. Alex tenía muy claro su roll como heredero. Por ello decidió oprimir todo tipo de sentimientos hacia las demás personas, concentrándose en un solo punto; ser el mejor empresario y el sucesor más capacitado para el apellido de la familia.
—Enserio, mamá… ya no quiero nada de esto —decía cada día que terminaba su turno en la empresa y volvía a casa, específicamente a la habitación de su madre.
—Vamos, mi amor, no puedes flaquear ahora que eres todo un hombre.
—Sinceramente creo que todo esto me está superando, mamá.
—No debes rendirte, querido, eres lo bastante fuerte como para soportar esta carga. Yo sé que saldrás adelante amor.
Alex sentía que para sus veintitrés años de vida él ya había vivido todo lo que un hombre de cuarenta.
Él era el primogénito de la familia, había terminado sus estudios en la mejor universidad del país; a la edad de dieciocho años contrajo matrimonio con Nelly Gavioli, una joven de origen italiano de su misma edad; su primer hijo, a quien bautizó como Carlos Stefannovish, nació apenas él cumplió diecinueve años. Christian nació un año después.
—Cariño, tienes dos hijos que dependen de ti y de tu desempeño dentro de la empresa, que muy pronto pasará a tus manos —continuó alentando su madre sin dejar de bordar una enorme “S” en una de las puntas del pequeño pañuelo color blanco que tenía sobre sus piernas.
—Lo sé, mamá —el joven tomó asiento a los pies de la cama para desde allí observar atento los azules ojos de su madre—, sé que tengo dos hijos, sé que de depende que todo esto siga en pie. Todo eso ya lo sé, mamá, pero me supera. De verdad que sí.
—No te gusta, que es muy diferente —sonrió quedamente observándole de reojos.
—Exacto, no me gusta administrar la empresa, desde el principio nunca me gustó, me agota y estresa. —Alex endosó una abrumadora sonrisa y agregó con melancolía—; Usted sabe, mamá, que yo tengo otras aspiraciones.
—Tienes que aceptarlo, amor.
—Lo sé, papá no aceptaría mi renuncia.
—Correcto.
Así era como Alex mantenía largas y afables conversaciones por las tardes con su amada madre. Eran tan sólo dos horas las que él se permitía estar con ella antes de volver a su casa y disfrutar del resto del tiempo con su esposa y dos hijos. Todo para él no era más que una monótona rutina. Hacía lo mismo una y otra vez a excepción de los domingos. Ese día estaba obligado a ir a la capilla para escuchar la palabra de Dios. No odiaba aquellas largas reuniones, ni mucho menos odiaba a Dios o a sus leyes, a él simplemente le hastiaba tener que perder el tiempo sin hacer algo productivo en aquel pequeño y agobiante lugar.
Cuando volvían a casa, Nelly preparaba la comida mientras él dedicaba algo de tiempo a sus hijos; jugaba con ellos o simplemente los hacía dormir. Ya por las tardes preparar los informes y discursos que presentaría durante las reuniones de todos los lunes. Típicas reuniones en las que se juntaban algunos personajes importantes para discutir cosas que para él no valían la pena. Nada tenía sentido, él tenía un destino escrito y no podía escapar, “estoy harto”, pensaba día y noche, hasta que cierta jornada en aquellas imprevistas reuniones de los viernes, apareció el hijo del segundo accionista más importante de la empresa. Su nombre era Edwards Frauscherf, de veinticuatro años, nacionalidad chilena de padre alemán y madre española. 
—Un gusto —exteriorizó el joven minutos después de que terminara la reunión.
—El gusto es mío, joven Frauscherf.
—Sólo llámame “Edwards”, Por favor.
—Bien… el gusto es mío, Edwards —sonrió espontáneo al pronunciar su nombre—. No sabía que el señor Frauscherf enviaría a su hijo —con un gesto de mano le invitó a caminar por los pasillos de aquel lugar.
—Uhm, lo que sucede es que mi padre no habla mucho de su familia, por lo demás, es algo propio en los alemanes; son hombres bastante fríos.
—Ya veo, ya veo.
— ¿Quieres un café? —preguntó Edwards deteniéndose frente al ascensor.
—Claro, vamos. Aunque preferiría salir a beber afuera, los cafés de ésta cafetería no me gustan del todo.
—Como gustes.
Después del primer encuentro Alex y Edwards se volvieron los mejores amigos dentro y fuera de la empresa. Ambos chicos eran de sangre liviana, por consiguiente, no fue difícil que ambos concertaran de maravilla. Fue una amistad que se fue dando poco a poco con el pasar del tiempo.
Las tardes que anteriormente él le dedicaba a su madre y familia se fueron minimizando con el pasar de los días. Ya no eran dos horas para la madre y el resto de la tarde con su esposa, no, ahora era eran dos horas en total que repartía en ambas casas y por las tardes se perdía con su compañero y amigo Edwards Frauscherf.
—Veo que ya tienes un amigo —soltó una tarde la madre mientras Alex traía una bandeja con dos tazas de café y galletas.
—No, mamá, para nada… —sonrió travieso—. Edwards es sólo un compañero de trabajo, nada más.
—Con que se llama Edwards, ya veo —cogió la taza de café para beber un poco de su tibio líquido— pero por aquel simple compañero de trabajo has decidido dejar a tu familia de lado, ¿verdad?
—Mamá… —Alex observó a una sonriente mujer con una mirada angelical. El sentimiento de culpa que se había creado al oír lo que ella había dicho se esfumó tan pronto la miró a los ojos, esa hermosa sonrisa dibujada en el rostro de su madre no era compatible con las frías palabras que salieron de sus finos labios carmesí—. ¿Por qué sonríes? —preguntó nervioso forzando una estúpida sonrisa ladeada.
—Porque es la primera vez que me hablas de un amigo.
Y era verdad, él estaba tan concentrado en ser el hijo perfecto que olvidó como hacer amistades. Sus “amigos” no eran más que conocidos  compañeros de clases que en algún futuro servirían de ayuda para sus negocios, más allá de eso, no le interesaba establecer relaciones con las personas.
—Me alegra mucho, en verdad, hijo.
 Alex se había dado cuenta hace ya un tiempo atrás, que su madre siempre esperó que él se comportara como un joven común y corriente. Él podía hacer lo que quisiera con sus tiempos libre, siempre y cuando respondiera con sus obligaciones diarias dentro de la empresa y núcleo familiar.
Así lo quería ella.
Y así lo hizo él.
Desde ese entonces, Alex y Edwards compartían juntos todos los viernes por la noche en algún Pub cercano a su trabajo, en donde se quedaban incluso hasta altas horas de la noche platicando ya sea sobre temas cotidianos, triviales o personales. Podían repetir algunas anécdotas, pero para ellos siempre sería como la primera vez que lo relataban. Realmente aquella amistad estaba dando buenos frutos, hasta que un día uno de ellos cruzó la fina línea que separa la amistad de algo más.

*

Un viernes después del trabajo, ambos chicos decidieron realizar la rutina que llevaban practicando hace ya un tiempo. Cada quien se dirigió a sus respectivos hogares y pasaron algo de tiempo de calidad con sus familiares. Alex jugueteó con sus hijos, pasó unos minutos con su esposa en la habitación matrimonial y luego entró al cuarto de baño para arreglarse y salir con Edwards. Realmente la estaba pasando bien. Tenía un amigo, un mejor amigo al cual contarle sus penas y alegrías, riñas y reconciliaciones.
Por otro lado, Edwards sólo llegó a casa para ducharse y arreglarse. No tenía una esposa con quien pasar el tiempo libre que le quedaba después del trabajo y mucho menos hijos que le alegraran las tardes; su familia vivía en otro lugar, su padre nunca mostró afecto para con él ni nada parecido. Estaba solo. Y un hombre solo necesita compañía. Tal vez no le importó que fuese de su mismo sexo, él sencillamente buscó con quién estar acompañado sin pensar en las consecuencias de sus actos.
—Trata de no llegar muy tarde, mañana es el cumpleaños de tu padre y debemos prepararnos para la celebración.
—Sí mi amor, no te preocupes —comentó sin importancia mientras se daba los últimos toques.
Después de todo, el cumpleaños de su padre no era una ceremonia importante para él, simplemente era un día más en el que se reunían algunos familiares —cercanos como lejanos— y trabajadores de la empresa para festejar los años viejos que cumpliría su progenitor. Una exagerada ceremonia dedicada a un hombre que no valía la pena, pensaba Alex.
—Trataré de llegar antes de las doce, ¿De acuerdo?
—Bien, te amo.
—También yo.
Finalizada la pequeña conversación entre ambos, Alex tomó su billetera y las llaves del auto que estaban sobre el velador. Al salir de la casa apreció la suave y tibia briza que corría aquella noche. Cuando llegó frente a su auto notó las prendas que vestía; lucía una camisa Burberry gris que hacían juego con su jeans Straight Leg de Calvin Klein, de corte clásico y con retoques modernos, muy ligero. Se veía bien y lo bastante provocador como para creer que se alistó para una cita con su novia.
—Soy un hombre casado… no debería ser tan coqueto —sonrió avergonzado. Entró al auto para encender el motor y ponerlo en marcha—. Las idioteces que digo —dentro del auto apreció una vez más su límpido rostro en el espejo retrovisor—. No sabía que podía llegar a ser tan vanidoso.
No era que fuese vanidoso, simplemente esa noche, por algún motivo, quería lucir perfecto.
El viaje en el auto fue tranquilo, apacible y bastante corto. Cuando llegó al punto de encuentro apagó el motor y echó algunos centímetros para atrás el asiento del piloto. Se quedaría dentro del coche hasta divisar la silueta de su amigo.
Para evitar que el aburrimiento lo absorbiera, Alex encendió el radio y puso el disco de su grupo musical favorito.
La música sonó por unos cuantos minutos, las diversas canciones que tocaron eran de una u otra forma muy especiales para él. Cada palabra que oía salir del reproductor era suficiente para hacerle poner la piel de gallina. Por alguna extraña razón anhelaba con todas sus fuerzas estar con Edwards. ¿Los amigos eran así? Durante varios minutos Alex cantó al ritmo de cada canción que sonada en el radio. Cantó con pasión. Una vez más el joven se sintió libre.
—Vamos, ¿por qué tardas tanto? —preguntó al aire al instante que estiraba su brazos para tocar el techo del vehículo y sentir con la yema de sus dedos la suave textura de éste.
Continuó esperando dentro del vehículo pensando en el por qué la tardanza de su amigo, él siempre había sido puntual, ¿por qué precisamente ese día tenía que llegar tarde? La ansiedad lo estaba carcomiendo. Abrió la puerta de su auto dispuesto a salir cuando a lo lejos divisó a un joven alto caminar en su dirección entremedio de algunas personas. Era un muchacho con una sutil boina negra —al más fiel estilo de Pablo Neruda—, llevaba puesta una camiseta del mismo color de la boina y sobre ella un suéter capucha Stone Island color gris —lo bastante jovial para acrecentar aún más sus encantos—, vestía un jeans a cintura baja con acabado Scrathchable, moderno pero a la vez clásico, y para finalizar y romper con aquel llamativo estilo, utilizaba unos tenis negros con franjas grises, sin duda una sensual combinación ante los ojos de Alex.
El atractivo joven alzó la mano en son de saludo y Alex de forma instintiva respondió realizando el mismo gesto.
— ¿Has estado esperado mucho tiempo aquí? —preguntó animado. Después de estar a una distancia apropiada se quitó, con suma cortesía, la pequeña boina de su cabeza.
— ¿Edwards?
— ¿Quién más?
—Perdón, no te reconocí —le examinó nuevamente pero esta vez sin censura. Disfrutó descaradamente de cada detalle que había frente a él.
— ¿Tan mal me veo?
—Para nada, te ves muy bien.
—Gracias —sonrió coqueto—. ¿Vamos?
— ¿Para dónde? —balbuceó aún atónito por lo que sus ojos apreciaban.
—A un bar que hay cerca de aquí.
—Pero —se volteó y señaló el auto tras ellos—. No puedo beber, ando en coche.
—Que mal —sonrió con mayor énfasis—. Aunque, podemos llevarlo al estacionamiento del apartamento en donde vivo. Allí le dejamos y nos vamos a beber algo suave al bar que está en frente, ¿te parece, Alex? Así no te desmoronaras.
—Tendría que ser algo suave, muy suave, diría yo.
—Sí, no te preocupes por ello. En caso de quedar en condiciones deplorables —sonrió eufórico— llamaré a un radiotaxi para que te lleve a tu casa, ya mañana te pasaría a dejar el coche.
—Bien, no hay problema —abrió la puerta del piloto para entrar en su auto, y con un gesto leve le indicó a Edwards que subiera por la otra puerta, la del copiloto—. Tú me dices cómo llegar a tu casa.
—De acuerdo. Yo te guiaré.
Con instrucciones sencillas Edwards logró guiar a su amigo hasta el departamento en donde él vivía hace ya más de un año. El departamento estaba ubicado en un lugar turístico, cerca de varios centros comerciales y algunos centros nocturnos. A pesar de los meses que ambos llevaban saliendo juntos, como amigos, ninguno conocía la casa del otro, siquiera se habían invitado para conocer, por último, a sus familias, nada. Quizás, ellos preferían mantener está amistad guardada como el más íntimo secreto que un hombre pudiese tener.
Cuando ambos bajaron del coche, decidieron, tras una breve discusión, subir al apartamento de Edwards para allí realizar la velada que tenían planeada. Subieron en silencio por el ascensor y no intercambiaron palabra alguna hasta llegar al piso en el que vivía Edwards.
—Es bastante amplio el pasillo de tu piso, y también muy elegante —comentó Alex una vez fuera del ascensor. Miró de un lado para otro como si fuera un niño pequeño en medio de la gran ciudad. ¿Los nervios? Tal vez.
Apreció las elegantes lámparas que colgaban en la pared de cada apartamento a lo largo del pasillo, una separada de la otra a una distancia prudente. El color de las paredes era de un tono caqui más o menos claro con algunos diseños en la parte inferior. Había que admirarla minuciosamente para apreciar el hermoso diseño que tenía plasmada la elegante pared del lugar.
— ¿Tú lo crees? —Edwards levantó la mirada intentando apreciar de la misma forma en que lo hacía Alex, claramente no consiguió visualizar nada atrayente o extraordinario. Sólo concibió ver una fría pared con algunos garabatos en la parte inferior—. Yo lo veo de lo más normal.
—Sí, tienes razón… es un pasillo común y corriente —respondió un tanto avergonzado, observó una vez más de izquierda a derecha y soltó un suspiro para preguntar aún más avergonzado que antes—; Y… ¿Cuál es tu apartamento?
—Es aquel —Edwards apuntó la última habitación a mano derecha.
—Perfecto, vamos entonces. Porque tengo sed.
Edwards sonrió ampliamente ante el comentario de su amigo y comenzó a caminar con las llaves colgando entre sus dedos, Alex le siguió sonriente. Platicaron brevemente sobre la empresa, recordaron algunos números, cálculos y gráficos que presentaron hace algunas horas atrás. La charla no duró lo suficiente, porque sinceramente, a ninguno de los dos le agradaba hablar del trabajo cuando estaban en su noche de amigos. El tema sólo duró lo que Edwards demoró en guiarle al apartamento y abrir la puerta para entrar al lugar.
Cuando la puerta se abrió, lo primero que pudo admirar Alex fue el enorme ventanal que daba en dirección a la ciudad; las luces de los altos edificios hacían contraste con el inmenso cielo que parecía caer sobre ellos. Las estrellas brillaban quedamente por las exageradas luces que tenía la ciudad, pero aun así la vista era magnifica. Alex entró sin esperar a la invitación de su amigo y se acercó eufórico a la enorme ventana. Apoyó su mano en el vidrio y visualizó a las cientos de personas que caminaban de un lado a otro.
Parecen hormigas, que gracioso —la inocencia que dejaba ver Alex ante Edwards era única. Siquiera él podía creer la actitud que adoptaba cada vez que se encontraban a solas. ¿Personas que parecían hormigas? Por favor, eso era lo que a diario veía desde su lugar de trabajo.
— ¿Te gusta? —inquirió Edwards cerrando la puerta tras él.
—Tiene una vista preciosa.
—Sí —Edwards comenzó a acariciar la suave pared en busca del interruptor, cuando sus dedos hicieron contacto con él lo presionó para encender las luces que tenuemente iluminaron el lugar—. ¿Qué quieres beber? —Preguntó mientras lanzaba las llaves encima de una pequeña mesa de centro—. Ponte cómodo, por favor.
—De acuerdo —Alex se sentó sobre el sofá de cuero negro—. Gracias.
— ¿Qué quieres beber? —repitió nuevamente desde la cocina. Él, mientras tanto, bebería una taza de café.
—Quisiera algo suave, para comenzar.
— ¿Un café?
— ¿Café? —Alex se volteó para mirar en dirección a la cocina—. ¿Vamos a tomar café? —preguntó un tanto confundido.
—Sí, sólo para comenzar.
Alex sonrió afablemente y se levantó de aquel reconfortante sofá para caminar a paso seguro en dirección a la cocina, allí apoyó sus codos sobre la hermosa cocina americana y admiró alegre a su compañero de noche quien preparaba tranquilamente dos tazas de café negro. Cuando Edwards levantó la mirada se topó con los ilusionados ojos de su amigo; ojos que no demostraban más que un sincero amor.
— ¿Te gusta beber café? —preguntó pícaro mientras acercaba la humeante taza en dirección a su compañero.
—Mucho. Más aún cuando es junto a la mejor compañía.
—Gracias por ese hermoso cumplido, Alex.
—De nada, amigo… —sonrió tímido mientras soplaba con cautela el vapor que provenía de su taza—. Me gusta.
— ¿Quién? —interrogó curioso después de haber dado el primer sorbo sin dejar de admirarle.
—Nadie. Hablo del café.
—Ya veo —soltó—. Pensé que te referías a mí.
— ¿Por qué a ti? —sonrió avergonzado—. Somos sólo amigos.
— ¿Sólo amigos? —Preguntó Edwards dejando el café en el olvido—. ¿Estás seguro de eso, Alex? —caminó en dirección a su compañero para acercarse lo más posible a él. Una vez frente a él quitó con cautela la tibia taza de café para dejarla a un costado sobre el mesón. Cogió el mentón de Alex para preguntar nuevamente—; Seguro que… ¿sólo somos amigos?
—No, Edwards, no lo estoy —soltó al fin, dejando escapar un suave suspiro, que a los oídos de Edwards fue un deleite.
—Entonces… —manifestó con decisión—. Es hora de comprobarlo.
Sin pensarlo dos veces besó los suaves labios color carmesí de Alex. Unos labios que deseó desde el principio, unos labios que provocaban en él hasta las más lúgubres fantasías. Los labios prohibidos de su mejor amigo; un hombre casado.
—No es correcto —susurró con un gestó de disgusto al momento de apartar a Edwards de su camino. Limpió sus labios con fuerza sin dejar de caminar en dirección al enorme ventanal.
—Lo siento —se disculpó un tanto avergonzado. –Nunca creyó que sus actos lo incomodarían—. Quizás debí pensarlo dos veces antes de actuar —especuló—. Lo siento —repitió arrepentido y desganado mientras le siguió hasta quedar a una distancia prudente de él—. Lo siento en verdad, yo no…
—Silencio —abordó—. No sientas nada —agregó cortésmente. Alex levantó la mirada avergonzado dejando ver en sus ojos lo nervioso que estaba en ese momento. Caminó minuciosamente hasta quedar lo más cerca de él para susurrar un tierno—; “Me gustas”. Pero no es correcto… —luego cruzó sus brazos por el alrededor del cuello de Edwards y sin previo avisó endosó un tierno beso en la mejilla de éste—. Pero me gustaría que lo fuera.



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