miércoles, 29 de febrero de 2012

Allen Walker, D.Gray-man: Un Dibujo que amo mucho


Hace un tiempo, cuando estaba colada de D.Gray-man —y aún lo estoy— comencé a realizar dibujos a mano, pero un día, que quería hacer más. Y comencé a realizar bocetos en el paint —del Windows XP, ya que el del Windows 7 no me gusta— y entre boceto y boceto, me quedé plasmada frente al computador durante dos horas —aproximadamente—.
De esas dos horas nació éste dibujo.
Sólo nació el dibujo en blanco y negro, porque sinceramente no sé darle color a los dibujos. Pero, en una página de Facebook llamada “Escritores de Amor yaoi” encontré a una chica que, muy amablemente, se ofreció a darle color. Su nombre es Chris Yagami y es así como le quedó su maravilloso trabajo.
Sinceramente me encantó. Y espero, si ella quiere, claro, poder ver más dibujos míos a color.

jueves, 23 de febrero de 2012

Los ojos de Daniel Capítulo 1


I
Oí como los uniformados se retiraban del lugar lentamente. Sus pesadas botas producían un escalofriante eco que resonaba por toda la casa. Cuando el silencio se dejó oír me di cuenta que aquellos hombres se habían marchado definitivamente de mi hogar. Estaba solo. Cerré lentamente los ojos e intente digerir todo lo que había sucedido en aquel corto lapso de tiempo, difícilmente logré lo cometido, puesto que aún me era casi imposible poder razonar con tanto nerviosismo encima. Me sentía mal, el hecho de abrir los ojos e involuntariamente ver el cuerpo inerte de mi madre me originaba un pánico tremendo y unas terribles nauseas.
Media hora más tarde, cuando me animé a salir de mi escondite gateé hasta quedar a un lado de mi amada madre, fue entonces, en ese momento, cuando mis lágrimas comenzaron a brotar desenfrenadamente escurriendo por mis mejillas hasta caer y estrellarse contra el rostro de mi madre muerta.
Los minutos pasaron y los gritos de desesperación eran más claros. En otros hogares, al igual que en el mío, los militares estaban eliminando a todos aquellos que en algún momento de su vida creyeron en Dios.
Observé a mí alrededor en busca de un segundo cadáver, pero este no estaba por ningún lado. ¿Se lo habrán llevado con él? No lo sé. Después de la interrogación y sin esperar respuesta los uniformados se marcharon y ya luego no oí nada más.
Me quedé pensando, analizando, tratando de llegar a una repuesta. Respuesta que nunca llegó solida a mi mente, sólo fragmentos que debía unir para encontrar lo que buscaba. Me senté tembloroso en el suelo apoyando mi espalda sobre la desordenada cama. Observé el oscuro cielo sobre mi cabeza y dejé escapar un par de lágrimas más para que estas se llevaran de una vez por todo el dolor que sentía tan fríamente clavado en mí ser.
— ¡¿Daniel?! —oí a lo lejos.
Está vez se me hizo imposible moverme de mi lugar dispuesto a esconderme. Si los militares entraban por esa puerta para matarme, lo conseguirían de forma inmediata.
Cerré los ojos con fuerza y cubrí mi cabeza con los brazos mientras echaba mi cuerpo sobre el cadáver de mi madre.
—No quiero morir… —chillé mientras soltaba un gemido.
—Y no lo harás, Daniel… —un cálido abrazo fue lo que recibí y no el fatal disparo que tan temblorosamente esperaba. Levanté la mirada y allí estaba; Nehemías, mi hermano mayor.
— ¡¡Nemí!! —grité agobiado colgándome de su cuello y besando su mejilla, sin esperar más él respondió a mi exagerado actuar con un frágil abrazo lleno de amor y compasión.
Entre sus brazos me sentí protegido. Nehemías era un joven de diecinueve años de edad, su estatura siempre era impresionante, estaba alrededor del metro ochenta, su cabello era claro al igual que sus ojos. Nehemías realmente parecía un ángel. Quizás, era él el ángel que había enviado Dios para salvarme de aquellos militares.
— ¡¡Mataron a mamá!! —jadeé en su oído, Nehemías se levantó y sin mirar atrás me tomó de la mano y salimos por la puerta trasera de la casa—. ¡¡El abuelo, también fue asesinado, no sé qué pasó con él, Nemi!! —continué chillando mientras trataba de seguirle el paso a mi hermano. Sentía las piernas flácidas y los brazos cansados. Al parecer el miedo aún no quería abandonar mi cuerpo.
— ¡¡Calla, Danny!! —gritó—. Tienes que guardar silencio, nos pueden descubrir —agregó más calmado. Me sentí algo avergonzado por mí actuar tan infantil.
— ¿Dónde está Rachel? —pregunté tímido aferrándome con fuerza de su mano.
—Está con Julio… —respondió sin más. Apretó con fuerza mis manos para guiarme por un pequeño sendero oculto entre los árboles, arbustos y opacado por la espesa nube de cenizas que resoplaba por el lugar. Al cruzar el corto camino, nos vimos corriendo por detrás de la casa en medio de mucha gente. Así llegamos a la carretera central, en donde nos esperaba una Toyota Hilux N140 negra con un joven de larga cabellera rizada color azabache—. Ven, sube rápido —mi hermano me tomó entre sus brazos y me subió a la parte de atrás de la camioneta—. Te quedas allí y guardas silencio. Pase lo que pase, Danny, no salgas ¿Estamos?
—Sí…
Después de sonreír calidamente me cubrió el rostro con una manta mal oliente y corrió hasta entrar en el lugar del copiloto. El joven que manejaba pisó el acelerador a fondo y la camioneta se puso en marcha.
Se podía oír claramente como otras mujeres, niños y hombres gritaban a lo lejos por piedad. Además, se podía apreciar el horrible sonido de las metralletas y bombas que utilizaban para acabar con las demás vidas. Sentí mucho miedo, sólo quería que todo acabara pronto. Nunca creí que el día del juicio final fuera tan parecido a una guerra. Nunca lo imaginé así.
Los minutos pasaron y los gritos poco a poco fueron desapareciendo hasta perderse en el camino. Quité la apestosa manta de mi cabeza y observé el terrible paisaje que nos rodeaba. Aprecié tristemente la briza chocar contra mi rostro. Los ojos comenzaron a arder cuando las cenizas esparcidas por el lugar entraban en ellos.
— ¡¿Cómo estás allá atrás, Danny?!
— ¡¡Bien, algo sofocado, pero bien!! —respondí mientras quitaba por completo la manta de mi cuerpo—. ¿Y tú?
—Sí… ¡¡Te presento a Pablo!! —continuó risueño soltando de forma simultanea una exagerada carcajada. Realmente no era un buen momento para formalidades, y, como era de esperarse, para Nehemías todo era una broma. Aquel terrible momento no era más que otra terrible etapa de la vida y él seguiría con su camino sin desanimarse. Siempre amé eso de mi hermano, pasara lo que pasara él siempre sonreía.
—Hola… mi nombre es Daniel —comenté extrañado, no sabía realmente si seguir con la presentación o ponerme en un semblante más serio por todo lo que estaba ocurriendo.
— ¡¡Lindo nombre, Danny!! Tu hermano siempre habla mucho de ti…
— ¿De mí?
—Sí, claro… —él, al igual que mi hermano, tenía una enorme sonrisa estampada en el rostro y su mirada estaba llena de alegría y emoción—. En todo momento… siempre destaca lo tierno que eres, a pesar de ser criado por el mismo padre…
Aquel comentario no fue de mi agrado. Siempre me disgustaba que hablaran de la forma en cómo mi padre nos crió y el hecho de saber que Nehemías cuenta sus problemas con los demás, me parece algo desubicado.
—¡¡Él siempre dice que te pareces más a tu madre, y que eso es bueno!!
—Mi mamá… —susurré quedamente.
Aprovechando el exagerado ruido que producía el motor de la camioneta y la manta que tenía entre mis manos, comencé a llorar. Había perdido a mi mamita minutos atrás, dejando su frágil cuerpo tirado como si éste no fuese importante, mi querida madre…
Mientras gemía oí como Nehemías regañó a Pablo por aquel comentario y este tan sólo se encogió de hombros. Tampoco tenía la culpa de lo que estaba sucediendo, sólo comentó algo que era verdad. Yo realmente me parecía a mi madre; Cabello negro, ojos cafés y muy bajo de estatura. Realmente me parecía a ella y lo agradecía.
Cuando dejé de sollozar, sentí como la puerta del copiloto se habría. Era extraño, porque la camioneta aún no se detenía, sólo había bajado un poco la velocidad. Cuando me volteé para ver qué sucedía me di cuenta que era Nehemías. Intentaba pasarse para la parte de atrás de la camioneta.
— ¡¿Qué haces, idiota?! —grité desmedido. Él tan sólo sonrió y me guiñó un ojo.
—No seas exagerado —dijo entre gemidos, mientras se aferraba a la parte de atrás de la camioneta. Involuntariamente me acerqué a él y le ayudé a subirse.
Cuando su cuerpo estuvo completamente al lado del mío le di un golpe en la cabeza y le regañé por su irresponsabilidad. Nehemías sencillamente sonrió y me abrazó con fuerza. Yo me dejé hacer, apoyé mi cabeza sobre su pecho y sentí su agitado corazón acompañado de su irregular respirar. Cuando levanté la cabeza para observar su rostro, noté como de sus ojos brotaban finas lágrimas. Su boca estaba cerrada con fuerza y mordía fríamente su labio inferior.
—Nehemías… —susurré.
—Mamá está muerta, Danny… —agachó la cabeza y comenzó a llorar desconsoladamente. Sentí la necesidad de abrazarlo, pero la vergüenza de que me vea vulnerable me lo impidió. Sólo observé como su llanto era interrumpido por sus gemidos—. Mi mamita… ¿Por qué mi mamita? —me abrazó con fuerza al mismo tiempo que trataba, en lo posible, calmar su llanto—. Perdón.
— ¿Por qué?
—Porque tienes que verme así… —comentó sin despegar su rostro de mi hombro.
—No importa… me gusta verte así.
— ¿Llorando? Que mal hermano eres —dijo sonriendo.
—No, no me refería a eso… —me atreví a abrazarle. Cuando lo hice apoye mi rostro en su hombro—. Lo que quería decir, era que…
—Shhh, sé lo que quieres decir, hermanito… —interrumpió mientras intensificaba su abrazo.
Después de ello no dije más nada.
Permanecimos abrazados por varios minutos hasta que sentí que mis brazos se entumían. Me quejé quedamente y él lo entendió a la perfección. Me soltó y besó sonoramente mi frente. Se acomodó a un lado de mí y cruzó su brazo por mi cuello para que yo siguiera apoyando mi cabeza en su pecho. Está vez su corazón estaba más calmado y su respirar más relajado.
—Hueles mal… —comenté sonriente.
—Lo sé, he estado corriendo todo el día… —me observó y guiñó un ojo—. No me he duchado desde ayer en la mañana.
— ¡Qué asco!
Ambos sonreímos más relajados. Cuando dejamos las carcajadas nos quedamos en silencio observando el rugoso camino de tierra y piedras que quedaba tras de nosotros. Un sendero que nos mostraba una enorme cortina de humo que cubría al pequeño pueblo en donde vivía. Imaginé que el cuerpo de mamá estaba ardiendo en llamas en estos momentos. Ya que era imposible que aquellos hombres no quemaran las casas de los seres a los cuales habían matado.
—No te preocupes…
— ¿Eh?
—Danny, mamá está mejor en el lugar donde se encuentra ahora… —comentó sin despegar su mirada del camino de tierra.
— ¿Tú crees?
—Claro, mamá era la mejor… ahora está con el Señor…
— ¡Pero por culpa de ese señor mamá está muerta! —interrumpí enfurecido.
No podía creer que Nehemías estaba tan calmado pensando que el alma de mamá ahora gozaba de alegría junto al creador.
—No hables así, Daniel —su rostro se había endurecido y su mirada estaba algo perdida.
— ¡¿Cómo quieres que hable entonces?!
—¡¡Daniel!! —Pablo había gritado desde la parte delantera de la camioneta, me volteé para observarle—. ¡¡Es mejor convencerse de que tu madre está mejor!! —me observó através del espejo retrovisor—. ¡¡Es mejor eso a creer que murió en vano, ¿No crees?!!
—Sí, Daniel… es mejor creer que las cosas terminan bien…
Fue ahí cuando comprendí que Nehemías no estaba tan seguro de lo que él mismo creía. No estaba cien por ciento seguro de que el Dios al que tanto amó y siguió a lo largo de su vida fuera el real o no. Y comprendí, también, que es mejor creer que ella está en un lugar mejor; un lugar en donde no hay abusos ni desdichas… que el lugar que mi madre me describía cuando yo aún era un niño existía en verdad.

martes, 14 de febrero de 2012

La hora de Partir Capítulo 1: Nuevos caminos



La hora de Partir

Capítulo Uno
Nuevos caminos

Era una noche fría. Lo recuerdo. Yo estaba llorando afligidamente al lado del cadáver de mi padre, quien había muerto en manos de los militares. Ellos también se encargaron de eliminar a mi madre dándole una serie de golpes por todo su cuerpo, y cuando ésta cayó al suelo comenzaron a agredirla con una lluvia de piedras. Una muerte lenta y dolorosa, La maldad de esos hombres fue tanta que el hermoso rostro de mi madre quedó irreconocible. ¿Cómo sigo con vida? Mi padre me escondió bajo el suelo, en un pequeño espacio de tan sólo un metro cuadrado. Cuando la casa se desplomó, a causa de una explosión provocada por la fuga de gas, todos los escombros quedaron por encima de aquel escondite que me protegía. Los militares comenzaron a esparcir las tablas y partes de la casa en busca de algunos cuerpos con vida, al no encontrar nada sacaron el cuerpo de mis padres y los abandonaron en la calle. Ellos simplemente se marcharon a realizar la misma labor en otras viviendas.
— ¡El trabajo aquí ya está terminado! —gritó eufórico uno de ellos.
— ¡Vámonos!
Salí de aquel lugar después de haber llorado en silencio por más de cinco horas. No había nada ni nadie cuando decidí asomar mi rostro a la superficie. Sólo un millar de casas destruidas y fuego por todas partes quemando todo a su paso. Era una vista terrible, el cielo se teñía de negro y las cenizas se esparcían por todo el lugar, pequeñas moléculas de fuego volaban con el viento en diferentes direcciones creando así la ilusión que del cielo caían pequeñas gotas de fuego. Lluvia de fuego. Fue realmente terrible.
Me senté a un lado de mi padre, quien parecía estar dormido. Crucé los brazos y apoyé mi cabeza en ellos para continuar llorando, fue en ese momento cuando sentí los fuertes pasos de un hombre que se acercaba hacía mí. No intenté esconderme ni nada parecido, sólo me quedé allí mirando mis pies descalzos sin levantar la vista. Los pasos no se detuvieron hasta quedar a unos escasos centímetros de mi pequeño cuerpo. Una enorme mano se posó en mi cabeza y pesadamente acarició mi cabello realizando a su vez una sencilla pregunta; ¿Cómo estás? Sin levantar la cabeza contesté que me encontraba bien, cosa que, obviamente, era una vil mentira. Después de ello comencé a llorar sin siquiera importarme que aquel enorme hombre me viera. Por un momento pensé que él me dejaría allí, sola, triste y abandonada, o que simplemente me mataría con su metralleta, pero no, fue todo lo contrario, él me tomó entre sus fuertes brazos y apoyó mi cabeza en su hombro. Inconscientemente yo crucé mis piernas por su abdomen y le abracé con fuerza, como queriendo decir no me dejes. En ese momento, recuerdo, que lloré y lloré hasta cansarme, él no dijo absolutamente nada durante todo el camino a quién sabe dónde, sólo se preocupó de caminar en silencio y acariciar mis cabellos delicadamente con sus enormes manos.
Fue la caminata más larga que he tenido en toda mi vida. También la más triste. Extrañamente recordé todos los momentos, ya sean felices o tristes, que viví con mi familia; las discusiones que mantuve con papá por algún motivo sin importancia; los tiernos abrazos que sostuve junto a mamá por largos e inagotables minutos. Lloré aún más al saber que aquello nunca más volvería a repetirse.
—Mamá… —recuerdo que susurré segundos antes de cerrar los ojos y hundirme en un cansador sueño.
Luego de algunos minutos, en los que permanecí dormida, sentí como el hombre que me cargaba entre sus brazos comenzaba a acelerar su paso. Bajaba un camino de piedras empinado y llegaba a uno de tierra. Cuando al fin detuvo el paso, abrió una puerta y entró a una pequeña choza que al parecer era su hogar. Allí se encauzó en dirección a una diminuta habitación, conmigo aún en sus brazos, cuando entró pude divisar una cama de dos plazas y un pequeño velador con una lámpara encima, lo demás, era sólo ropa esparcida por todo el lugar y algunas vendas manchadas con sangre. Quizás era de él.
—Bien, chiquilla, ya llegamos a lo que desde hoy será tu nuevo hogar. —y sin delicadeza alguna me arrojó contra la dura cama. Al caer sobre ella, sentí las desordenadas mantas bajo mi espalda, las cuales me incomodaron enormemente—. ¿Cómo te llamas? —preguntó quitándose la parte de arriba de su uniforme. Era un militar igual a los que habían matado a mis padres horas atrás.
Me senté ruidosamente sobre el desordenado catre sin dejar de mirarle. Recién en ese momento pude apreciar el rostro y cuerpo del sujeto que me tomó entre sus brazos y me llevó a un lugar desconocido.
—Mi nombre es Janice Thompson, señor… —susurré quedamente. Le observé atónita, el hombre había comenzado a quitarse el pantalón quedando completamente desnudo ante mí. No usaba ropa interior lo que me sorprendió aún más—. Y… ¿Usted cómo se llama, señor? —pregunté un tanto avergonzada, intentando en lo posible cerrar los ojos y no espiarle.
—Adrián… Adrián Smith.
Adrián. Su nombre quedó grabado en mis recuerdos por siempre. Al igual que su cuerpo, personalidad y sentimientos. Era un joven bastante alto, podría decir, perfectamente, que media alrededor del metro noventa, de cabello corto muy fino con un color rubio ceniza muy llamativo. Sus ojos eran de un hermoso tono verde esmeralda, con unos labios tan finos y rojos que parecían ser pintados con alguna clase de labial. Lo único que desencajaba, era el color de su piel. No era blanca, pero tampoco morena, sino más bien un color capuchino. O al menos así lo veía yo en ese tiempo.
— ¿Qué edad tienes, chiquilla? —preguntó desde la habitación continua a la que yo me encontraba.
—Tengo once años, señor —me levanté de la cama y caminé hasta donde Adrián se encontraba. Era el baño. El joven estaba introduciendo su cuerpo en un cubo de madera que al parecer era la bañera. Aquello medía aproximadamente tres metros de largo y dos de ancho. Me miró con el seño fruncido provocando que al instante me ruborizara—. Perdón, no quería molestar, es que no le oía bien desde la otra habitación —mentí estúpidamente.
—Umm… —bostezó—; ¿Quieres bañarte conmigo? —me observó de reojos y estiró su brazo izquierdo hasta alcanzar un pequeño pañuelo del mueble que estaba a un costado de la bañera, cuando lo alcanzó lo remojó en el agua tibia para luego colocarlo sobre sus ojos.
— ¿Puedo? —le miré entusiasmada.
—Por algo te estoy preguntando… —respiró hondo, como intentando calmarse y luego agregó—. No me gusta tú nombre, te llamaré Elaine.
— ¿Elaine? —pregunté extrañada, era un nombre poco femenino, según yo. Me quité lo único que llevaba puesto; Mi calzón rosa y un chaleco que había tejido mi madre para mi cumpleaños pasado, era de un hermoso color crema y me llegaba hasta el muslo, pareciera que usara un vestido de lana—. ¿Por qué Elaine? Es un nombre horrible —comenté acercándome de puntillas a la bañera.
— ¿Cómo dices? —cuestionó quitándose de golpe la toalla de los ojos. Me observó por unos segundos y luego estiró sus brazos para cogerme de las axilas y meterme dentro de la bañera con él—. Elaine es un hermoso nombre, niña, no vuelvas a decir lo contrario.
— ¿En qué país es hermoso, señor? —el agua de la bañera estaba temperada. Me relajó al instante y sonreí alegre mientras me preocupaba de tomar mi cabello en un pequeño moño sobre mi cabeza.
—En todo el mundo, boba —gruñó algo molesto—. Es hermoso y así te llamaré. Punto.
— ¿Puedo quejarme?
—No, no puedes… —Adrián volvió a poner aquella blanca y húmeda toalla sobre sus ojos y se acomodó en el lugar. Apoyó sus brazos fuera de la tina y separó sus piernas dejando a la vista, nuevamente, su hombría.
—Woh…
Realmente era extraño, papá siempre me dijo que aquello no debía ser visto por las mujeres jóvenes, porque era malo. Me decía constantemente que si un hombre me mostraba su miembro yo debía salir corriendo y decirle a él o a mi mamá. Pero, en ese momento, no estaba ni él ni mamá, y no sentía la necesidad de salir corriendo. Después de todo, no fue tan terrible ver por primera vez un pene.
Los minutos pasaron lentos y relajantes. Más el sonido de las balas había desaparecido casi por completo, como si la guerra se hubiera detenido o acabado para nosotros dos. Sentía la necesidad de hablar, porque el silencio que se estaba apoderando de lugar me era totalmente incomodo. El silencio me hacía recordar los gritos de mi padre y de mi madre, las terribles explosiones de mí alrededor, etcétera, todo ello venía a mi mente si oía el silencio del lugar. No quería llorar por culpa de ello, por eso me atreví tirarle del brazo a aquel hombre, que al parecer se había quedado dormido.
—Oiga, señor Adrián… —susurré mientras le movía de un lado a otro
— ¿Qué quieres? —me observó enfadado—. Y deja de llamarme Señor Adrián, sólo dime Adrián.
—Perdón… Adrián… —le miré nerviosa, realmente no sabía qué decirle para comenzar una conversación y él ya estaba comenzando a hastiarse de mí.
— ¿Qué? Vamos, dime.
— ¿Qué edad tiene?
— ¿eh?
Al parecer, lo estúpida que fue mi pregunta lo descolocó, porque me observó con fastidio. Quizás esperaba algo más importante o profundo, no algo tan banal como lo que le había preguntado segundo atrás.
—Tengo veinticinco años —respondió acomodando su cuerpo a la posición que tenía antes—. ¿Por qué?
—Por nada, señor… perdón, Adrián. Sólo quería saber su edad… ¿Vive solo? —volví a preguntar, mientras tomaba otra toalla, igual a la de él, y la ponía sobre el agua para jugar.
—No.
— ¿Con quién vive?
—Eres bastante preguntona, ¿lo sabías? —bufó—. Vivo con un… amigo.
— ¿Es gay? —pregunté sin dejar de jugar en el agua.
—No, no lo soy… me gustan mucho las mujeres, sobre todo las jovencitas —su tono de voz había cambiado, repentinamente, a uno más lascivo.
— ¿Enserio? —dejé de jugar en el agua y le observé admirada—. ¿Y tiene novia?
—No, niña, no tengo… —bufó nuevamente, al parecer ya se estaba cabreando, pero no quería dejar de hablarle.
— ¿Por qué me trajo aquí?
—Porque quería cogerte, sólo eso —respondió inexpresivo saliendo de la bañera para entrar a lo que yo suponía era la ducha.
—Umm… —al igual que él, me salí de la bañera y le seguí para entrar junto con él a la ducha—. Gracias, entonces.
— ¿Por qué?
—Porque, de no haberme cogido, aún estaría allí sola. Muchas gracias —Adrián me observó atónito y luego sonrió sin gracia.
Ambos entramos a la ducha. Era un espacio algo pequeño pero perfecto para unas tres personas. El agua, al igual que el de la bañera, era tibia y muy relajadora. Adrián había comenzado a enjabonar su cabello con un shampoo que olía bastante bien.
—Adrián… —pregunté mientras tocaba con la punta de mi dedo índice la curva que se formaba en su cadera—. ¿Me das un poco de shampoo, por favor?
—Tómalo —dijo sin más y continuó lavando su cabello. Me daba la espalda y la espuma que caía por sobre su cuerpo me salpicaba en los ojos.
—Es bastante alto —comenté frotando con fuerza la palma de mi mano contra mis ojos, intentando así quitar un poco de aquel shampoo que había caído en ellos.
— ¿Eh? —me miró de reojos y se volteó para quedar de frente a mí.
—Usted, es realmente muy alto, señor —le miré de pies a cabezas sin evitar ruborizarme cuando mi vista pasó rápidamente por su entrepierna—. ¿Cuánto mide? —pregunté curiosa.
Adrián me observó por unos segundos y luego tomó el shampoo de hierbas que se había echado en la cabeza para pasármelo con algo de brusquedad. Lo recibí sin mirarle a los ojos y coloqué un poco de éste en la base de mi cabeza para comenzar a enjabonar y lavar mi cabello. Se lo devolví con algo de vergüenza y él lo recibió muy tiernamente rozando con la punta de sus dedos mi mano.
—Mido un metro noventa y dos centímetros —respondió dándome, nuevamente, la espalda—. ¿Tú debes de medir algo de un metro y treinta no?
—Sí.
—Eres bastante baja para tener once años.
—Sí, soy de padres bajitos…
— ¿Cristianos?
—Sí, ¿Por qué?
—Por nada.
La pequeña conversación había culminado tan rápido como había empezado. Al parecer a Adrián no le gustaba platicar, ni nada parecido. Él sólo hacía lo que tenía que hacer y punto.
—Tienes el cabello muy largo —comentó de repente observándome por sobre su hombro sin dejar de lavar su cabello—. Deberías cortarlo.
—No —contesté apresuradamente agarrando con fuerza mi cabello posándolo por sobre mi hombro y tocándolo como si intentara peinarlo con mis dedos—, me gusta así como está, bien largo.
—Entonces, deberías de cuidarlo más —se volteó y tomó las puntas de mi cabello para analizarlas cuidadosamente—. Tienes todo el cabello quemado… mira estas puntas —me las mostró dejándolas muy cerca de mis ojos.
—Lo sé —respondí algo avergonzada quitándole mi cabello con brusquedad—. No había suficiente dinero para comprar un buen shampoo.
Adrián soltó un suspiró y continuó enjuagando su cuerpo. Me observó desde lo alto y se inclinó para comenzar a masajear mi cabeza.
— ¿Qué hace? —pregunté risueña, sus manos al hacer contacto con mi cuero cabelludo causaba ligeros cosquilleos por todo mi cuerpo.
—Te lavo el cabello como corresponde. Mira, Elaine… —me sentí incomoda al notar como él realmente me había cambiado el nombre por uno que yo encontraba poco femenino—, tienes que frotar la yema de los dedos sobre la cabeza de esta forma…—comenzó a realizar un movimiento circular con sus dedos—. Así removerás la grasa, el sebo, la mugre y demás… tu cabello quedará más brillante y por ende crecerá más rápido.
—Y ¿Para las puntas partidas? —lo miré por entremedio de mis cabellos, que caían desordenadamente sobre mi rostro—. ¿Qué hago?
—Fácil, tendremos que cortarlas y que vuelvan a crecer… —tomó nuevamente mi pelo y lo analizó minuciosamente—. Pero, es mucho lo que tienes quemado.
— ¿Qué hará? No lo quiero cortar todo, me gusta así como está.
—A mí también. Pero, cortaremos un poco las puntas y cuidaremos de él. No me gustan las chiquillas con el cabello horrible así como lo tienes ahora.
—Lo siento…
—No te preocupes… —Adrián continuó con su labor. Ya luego de unos minutos dejó mi cabelló de lado y comenzó a enjabonar mi cuerpo.
Sus manos pasaron delicadamente por mi cuerpo, acariciando desde mi cuello hasta mi vientre. Cada caricia que me propinaba era un pequeño escalofrío que recorría rápidamente mi espina dorsal. Sus manos juguetearon tiernamente en mi espalda y cada suspiro que yo soltaba él me observaba de reojos y sonreía triunfante. Se inclinó un poco y acercó su cuerpo aún más al mío. El vapor de la ducha comenzó a notarse el lugar en un abrir y cerrar de ojos. Mis mejillas se ruborizaron por el intenso calor que empezó a sentirse en el diminuto espacio en donde nos encontrábamos los dos. Le observé reiteradamente y crucé mis brazos por sobre mi desnudo pecho. Sentí que temblaba pero no era de frío. Siquiera sabía el por qué mi cuerpo comenzó a temblar de esa forma. Adrián posó sus manos por sobre las mías y las quitó de mi pecho para dejarlas a mis costados; una a cada lado. Deslizó con suavidad su mano por el contorno de mi cuerpo y llegó a mi vientre, allí se inclinó un poco más e introdujo la punta de su lengua dentro de mi ombligo. Sentí un poco de miedo el cual fue minimizado por la vergüenza. Adrián me observó sin dejar de lamerme. Y yo no dejé de avergonzarme.
— ¿Qué está haciendo? —pregunté intentando alejarme de él.
Sin decir nada me sujetó de los brazos y los apoyó contra la pared de la pequeña ducha. Mi cuerpo no dejaba de temblar y él, al parecer, no tenía la intensión de detenerse. Cuando al fin dejó de lamer mi ombligo me sentí un tanto más calmada pero aun así continué sintiéndome ansiosa. No sabía el por qué.
Solté un gemido y suspiré rápidamente para intentar relajarme. Él, al notar mi agitado respirar, posó sus labios sobre los míos y susurró un fugaz “tranquilízate”. Cuando oí aquello mi cuerpo se paralizó. No porque me haya calmado al fin, sino porque sentí pánico. No quería estar en ese lugar… no quería estar con él, no en ese momento, ni haciendo aquello.
Sin poder hacer más, comencé a llorar. Saladas lágrimas cayeron por sobre mis mejillas estrellándose sobre mis hombros. Adrián separó su rostro del mío y observó mi asustado rostro. Llevó una mano a su frente y comenzó a apretar su sien. Balbuceó un “estúpido” y apoyó su mano libre sobre mi hombro. Abrí mis ojos y sequé mis lágrimas, su rostro seguía igual de serio, pero, por una u otra razón su mirada me hizo sentir mucho más calmada.
—Linda —dijo segundos antes de propinarme un fuerte abrazo el cual casi me quitó el aire.
—Me está lastimando.
Adrián soltó mi menudo cuerpo para ponerse de pie. Cuando se levantó dio una palmada en mi cabeza, removiendo así algunos de mis cabellos. Le miré intentando forzar una sonrisa lo más natural posible, lamentablemente no logré hacerlo, sólo le miré a los ojos mientras soltaba un suspiro de alivio. Cuando dejé de sostenerle la mirada, noté como una silueta estaba tras él. Era un hombre de cabellos azabaches y ojos azules. De una mirada fría y calculadora. La mueca que tenía en su rostro era la de un sádico frente a su victima. Nuevamente mi cuerpo se paralizó. Adrián al notar mi reacción se volteó un tanto impresionado.
— ¿Has traído una más? —preguntó mientras se abría paso dentro del cuarto de baño. Se quitó la sucia pañoleta que tenía amarrada a su cuello para tirarla dentro del cubo de madera.
—No, ella no.
— ¿Por qué no? —me observó minuciosamente y luego añadió—; ¿Por qué se parece a Elaine? —cuando el hombre pronunció aquel nombre me sentí extraña, observé de reojos a Adrián quien no movía ni un músculo, sólo se quedó allí, quieto dándome la espalda y esperando alguna otra palabra de aquel misterioso hombre.
Aún permanecía desnuda frente a dos individuos que no conocía. Al comienzo todo fue lo bastante tranquilo como para atreverme a entrar en el mismo baño con un joven desconocido, lamentablemente, con el pasar de los minutos, toda aquella armonía cambió drásticamente por un sentimiento lleno de terror. Quería huir de aquel lugar en donde me encontraba, tal y como me lo había dicho papá, aunque aquello implicaba a huir a un sitio desconocido y posiblemente mucho más peligroso. Sentí miedo; miedo a ser lastimada, a estar sola. Sentí miedo de morir tal y como lo habían hecho mis padres. No quería morir.