lunes, 28 de enero de 2013

Paperman by christopher beck



Hermosa melodía para un excelente cortometraje.
Lo amé... lamentablemente aún no lo encuentro en la red.

¡Saludos!

sábado, 26 de enero de 2013

Noche de Halloween Capítulo 3



III
El viento soplaba con fuerza removiendo las hojas de los árboles en un exquisito compas de va y ven. La luna brillaba tenuemente tras algunas celosas nubes que la cubrían casi por completo. Un escenario perfecto para charlar con un completo desconocido. De hecho, hubiese sido el mejor panorama, si estaría aquí afuera para tener algo de sexo desenfrenado con cualquier chico lindo que me hubiese encontrado allí dentro.
— ¿Está bien aquí? —preguntó, apuntando unas bancas cerca de los nogales que habían en el enorme patio trasero.
—Sí, por qué no —solté despreocupado mientras rascaba mi cabeza sin dejar de seguirlo—. La noche pudo haber sido más cálida, así hubiésemos aprovechado la piscina —miré con recelos en dirección a ella. Estaba llena hasta el borde y el viento provocaba pequeñas ondas en sus aguas.
—Yo encuentro que la noche es perfecta —agregó con un aire más de confianza. Se dejó caer sobre la banca y cruzó una pierna sobre la otra—. ¿Me das una cerveza, por favor? —pidió risueño. Sus dientes perfectamente definidos me hicieron sonreír con la misma intensidad.
—Ten —lancé la lata tras dar un breve aviso con un ademan—. Espero la disfrutes.
—Y lo haré —finalizó sin dejar de sostener mi mirada. Eso provocó un ligero cosquilleo en mi estómago. ¿O fue en mi entrepierna? No lo tengo muy claro, pero sé que sentí cosquillas.
Imitando su acción, abrí una lata de cerveza y la acerqué a mis labios para beber de ella. Gracias al cielo estaba fresca la noche, porque la temperatura que tenía la cerveza no refrescaría a nadie en su sano juicio.
Sonreí a la nada y me senté junto a él para imitar su pose. Crucé mis piernas y bebí nuevamente de la cerveza. Me sentía algo incomodo. Insisto, no soy de los que se ponen a platicar con un extraño en medio de una fiesta y sin siquiera haber bailado una canción. Quizá me atrevería a besar a algún extraño, o hasta manosearlo, pero no era común, para mí por lo menos, sentarme a platicar con nadie.
—Y… ¿Cómo te llamas? —pregunté por preguntar. Sólo para romper el hielo.
—Nunca te había visto por la facultad, ¿eres de primer año de medicina? —cuestionó. No sé si ignorando mis palabras o simplemente no me escuchó—. Es raro, de verdad verte en una fiesta de estas, en donde la mayoría somos conocidos.
—Supongo que es extraño. Estudio periodismo —respondí orgulloso—. Vine aquí por una amiga que está en medicina. Bueno, varios de mis compañeros también asistieron a esta fiesta, pero ella fue la que me terminó por convencer.
—Ya veo.
Un nuevo silencio nos separó. Me estaba aburriendo. Si la noche iba a seguir así mejor tomaba mi mochila, o la dejaba allí, daba igual y entraba a la fiesta en busca de alguien en particular para comenzar a pasarla bien; podría ser Mónica o Felipe, me daba igual, sólo quería pasarla bien.
El viento sopló con mayor intensidad llevándose consigo algunas hojas del nogal ubicado frente a nosotros. Nuevamente un hermoso paisaje que apreciaba junto a un extraño.
Pensaba en ponerme de pie, pero mis ganas desaparecieron cuando noté que aquel joven me miraba fijamente con sus enormes ojos color esmeralda. Noté, además, que sus cabellos endiabladamente rizados eran de un brillante color castaño —no era de mi gusto, pero aún así, al joven le sentía muy bien aquel alborotado estilo—; de una piel extremadamente blanca y unos labios finos, húmedos y de un elegante color carmesí.
—Te ves bien —agregó de la nada—. El disfraz que tienes, es realmente bueno.
—Oh, gracias —dije avergonzado. Luego lo observé y traté de adivinar su atuendo, pero no supe de qué estaba disfrazado, y si es que lo estaba.
Él sonrió y bebió de su lata, luego la movió de un lado a otro para bajarla hasta el suelo y coger otra de mi mochila.
—Permiso.
—Adelante, son para bebérselas —agregué un tanto más confiado.
—Yo no he venido disfrazado, supongo que te has dado cuenta ¿verdad? —dijo con seguridad sin despegar su vista de mi ojos.
—Sí, lo noté hace unos segundos —nuevamente lo imité, dejé la lata en el suelo y cogí otra—. ¿Por qué? ¿No te apeteció?
—No tenía… —bebió un sorbo más—… nada qué ponerme. No suelo disfrazarme para estás fiestas.
—Que aburrido.
— ¿Tú crees?
—Sí —bostecé—. ¿Para qué venir a una fiesta de disfraces sin disfraz? —lo miré de reojos y continué—. ¿Quieres mantener alguna imagen de chico malo o algo así? Que pendejadas, de verdad.
Nuevamente sonrió. Separó las piernas y ganó sus brazos detrás del respaldo de la banca. Me observó con decisión y endosó una extraña sonrisa ladeada.
—Fíjate que no, jovencito, no trato de mantener ninguna clase de imagen. Sólo no me gustan los disfraces, y punto.
—Entonces, ¿para qué…?
—Porque me apetecía venir aquí a ésta fiesta de disfraces, sólo eso. ¿Hay algún problema? —sus ojos asentados en los míos me indicaban que el joven que estaba frente a mí había comenzado a irritarse ante mis amargas palabras.
—Vaya, lo siento… —increpé. Levanté mis manos como si alguien me estuviera apuntando con un arma y proseguí con el mismo tono de voz; uno lleno de seriedad y seguridad al mismo tiempo—. No pensé que te fueras a molestar tanto por un simple comentario, porque sólo era eso y nada más. Si querías venir a ésta fiesta sin disfraz, bien por ti, listo. Se acabó la conversación. Porque sabes, yo no vine aquí a platicar con un muchacho que al parecer no es capaz de establecer una conversación civilizada sin tener la necesidad de enfadarse por pequeñeces —me levanté del asiento y agregué un tanto disgustado—. Así que, con tu permiso, me retiro… iré a pasarla bien un rato.
Lo observé una última vez y noté que sus ojos estaban tan abiertos que podía jurar que había visto algún fantasma. No le di mayor importancia y me retiré.
Alcancé a caminar unos cinco metros antes de sentir unas manos cogerme de los hombros para lanzarme contra el duro suelo. Sentí un fuerte dolor en la espalda. Me quejé con un leve gemido y al abrir los ojos noté que el muchacho que vi anteriormente sentado en la banca, ahora estaba sobre mí. Sus manos rodearon las mías y su boca atrapó mis labios. Quedé impactado. El joven que se mostraba segundos antes como una bestia siendo amenazada, era ahora un deseoso muchacho que devoraba mis labios con lujuria. Quise quitármelo de encima, pero, a quién iba a engañar. Si lo que más deseaba esa noche era coger con algún chavo bueno que estuviera allí. No fue uno conocido, pero pronto pasaría a serlo.
¿Qué mejor manera de conocer gente? Decía Mónica.
Qué mejor manera, reconocía yo.

*

El ritmo de sus besos era embriagador. Su lengua jugaba con la mía de tal forma que me era casi imposible detenerla. Sus manos exploraban mi cuerpo por debajo de mis prendas; de mis horribles prendas.
De toda la noche, ese fue el único momento en el que deseé no haber estado disfrazado. Podía imaginar lo terrible que me veía bajo de él, completamente excitado y disfrazado de zombie. ¡Horrible!
O peor aún.
Pensar que posiblemente a él le excitaba la idea de saber que estaba a punto de coger con uno.
No lo creo.
En fin. Fuera de todo pensamiento perturbador, yo me dejé hacer y llevar ante las ligeras caricias de mi extravagante compañero. Y sin darme cuanta, ambos estábamos con el dorso completamente desnudo. Nos seguíamos besando, sin detenernos. Nos acariciábamos y pellizcábamos; mordíamos y lamíamos. Era extraño, pero ameno. 
Sus manos se enredaban en mi cabello y las mías continuaban aferradas a su espalda. Luego, como poco a poco comenzó a desgarrarme la piel del rostro. Literalmente, porque me estaba sacando la mascara que me había hecho Mónica en su casa. Cuando la quitó completamente, noté que su mirada me inspeccionaba.
Al parecer estaba viendo si yo era de su agrado o no.
Una lasciva sonrisa se dibujo en su rostro y eso me dio a entender que sí le había gustado lo que sus ojos presenciaban en ese momento.
— ¿Nos movemos un poco? —mencionó agitado, apuntando con la mirada los matorrales que estaban por detrás de los nogales.
Si íbamos a hacer algo allí, sería mejor hacerlo a escondidas. No me iba a arriesgar a ser descubierto por uno de mis compañeros teniendo sexo en el patio.
Asentí y me levanté con dificultad del suelo.
Caminamos hasta quedar tras los matorrales y allí lanzamos nuestras poleras al suelo para así hacer una improvisada cama. Sería más cómodo hacerlo sobre las ropas que en el mismo suelo lleno de hierba y hojas.
— ¿En qué estábamos? —preguntó pícaro—. ¡Ah sí! Ya me acordé —el pequeño se abalanzó sobre mí y comenzó a besarme ferozmente. Su lengua húmeda y caliente entró a mí boca en busca de la mía.
Era exquisito, el joven succionaba con fervor mi lengua tragando mi saliva con ello.
Con bastante agilidad, y acostumbrado a eso, comencé a desabrochar el pantalón para así acariciar su miembro por sobre la ropa interior. Estaba un tanto erguido. Me estaba excitando.
—Vamos, no seas tímido y tócalo —susurró en mi oído. Sus gemidos eran contantes y sensuales. Se aferró a mi cuello y comenzó a mover sus caderas—. Vamos, tócalo —repitió una vez más.
Y sin esperar a que lo mencionara por tercera vez introduje mi mano por su ropa interior hasta acariciar su miembro.
—Estás bastante duro —mencioné gustoso.
Intenté alejarlo un poco de mi cuerpo para poder ver su cara.
Imaginaba un semblante frágil y sonrojado. Pero cuando logré ver su rostro, me encontré con una mirada fría y llena de deseo. Una sonrisa lujuriosa me indicó que el joven sobre mí estaba lleno de experiencia. Quizá más de las que yo tenía.
Lamentablemente no eran muchas y eso me hizo sentir algo avergonzado.
—Lo sé… y espero que tú también estés lo suficientemente excitado como para corresponderme —soltó en un susurro placentero.
Alejó sus manos de mi cuello para concentrarse en la misma labor que yo tenía. Acarició mi miembro y vaya que necesitaba atención. Solté un rasposo gemido y cerré los ojos con fuerza para apreciar con mayor intensidad el roce de sus dedos. ¿Por qué cerré los ojos? No lo sé. Amo hacer eso.
El chico sobre mí movía sus manos con maestría. Solté varios gemidos más y antes de que el último de ellos pudiera escapar de mi boca él tomó esa única oportunidad y presionó nuevamente sus labios contra los míos. No me disgustó, todo lo contrarío, lo agradecí y correspondí.
—Quítatelos, vamos —ordenó de la nada.
— ¿Qué? —pregunté distraído.
Estaba tan excitado que no podía oírle bien.
Sólo lograba sentir su suave aliento chocar contra mi cuello y sus agiles dedos haciendo contacto con mi cuerpo.
Segundos después noté como su mano se dirigía a otro sitio. Introdujo aún más su mano entre mis pantalones y acercó sus dedos contra mi trasero.
Sacudí con fuerza la cabeza y agarré su mano para tratar de quitarla de allí.
—Oye, oye… ¿qué haces? —sonreí travieso mientras cogía su mentón con mi mano libre y depositaba un sinfín de besos en sus labios, mejilla y cuello.
—Te estoy tocando…
—No, allí no toques.
— ¿Por qué? —preguntó con malicia.
—Porque está noche seré yo quien te enseñe.
Una fuerte carcajada rompió el lujurioso silencio. Llevó una mano hasta su frente, secó un poco el sudor que corría de ella y luego dibujó una sádica sonrisa en su dulce rostro.
Se sentó sobre mi vientre para empujarme con delicadeza al suelo y desde lo alto me observó atento. Bajó una mano hasta mi ya erecto miembro y comenzó a acariciarlo. Luego se acomodó entre mis piernas y acercó sus labios hasta mi sexo. Besó la punta de mi pene y yo sentí una pequeña onda eléctrica cruzar desde mi espina dorsal hasta la punta de los pies. Un fuerte y placentero gemido volvió a escapar de mis labios, acomodé aún más mi cuerpo en el césped del lugar y levanté un poco mi cadera. El chico sin nombre comenzó a deslizar mis pantalones hasta quitarlos por completo al igual que mi ropa interior. Las dejó a un lado y continuó jugando con su boca y de vez en vez intercambiándola por sus manos.
Me enloqueció.
Quería más.
Y al parecer él se tomaría todo el tiempo del mundo para continuar con su frenético movimiento de lengua. Sabía que pronto llegaría al clímax y no quería hacerlo. No antes de asegurarme que él también lo hiciera. O por lo menos que estuviera a punto dé.
Cundo iba a protestar sobre nuestras posiciones sentí como uno de sus delgados dedos se introducía en mí apretado interior. Fue doloroso, dejé escapar un leve gemido haciendo notar lo incómodo que estaba con la intromisión de su dedo en ese lugar.
—Oye, no… te dije que allí… no… —volví a gemir—. Sácalo, por favor.
— ¿Por qué quieres que lo saque? ¿No te gusta? ¿Uhm?
—No es que no me guste… —gemí nuevamente—. Sólo que no es costumbre para mí ser abordado así.
— ¿Es tu primera vez? —preguntó curioso y a la vez lleno de lujuria.
— ¡Calla! Eso no tiene nada que ver, no ahora. Ni mucho menos contigo.
—Bueno, tienes razón, de todas formas vamos a hacerlo igual —sentenció introduciendo un segundo dedo y profundizando aún más en mi interior.
Sus dedos jugaron dentro de mí.
Fue incómodo, doloroso. Terrible.
Mi respirar quedó atrapado en mi garganta mientras que los dedos de él continuaban jugando; adentro y afuera.
Cada intromisión arrastraba vergüenza, dolor y placer. No podía dejar de gemir y eso me atormentaba. Era la primera vez que alguien me hacía eso y no sentía dolor.
Otras veces era realmente incómodo. Dolía y de forma casi inmediata perdía mi erección, en cambio, ahora todo fue diferente. Ya estaba en mi límite. Deseaba sentir otra cosa en aquel lugar. Algo de mayor intensidad.
Su miembro.
Pero no me iba a animar a pedírselo, iba a esperar hasta que él decidiera hacerlo, después de todo, él ha decidido todo. Desde salir a beber aquí afuera, hasta ser él quien me enseñe a cómo tener sexo en el patio trasero de una casa desconocida.
—Prepárate… —dijo, sus ojos brillaban.
Yo tragué saliva y separé un poco más mis piernas, las cuales no dejaban de temblar.
El joven agarró su miembro y lo acomodó en mi entrada. Lentamente sentí como iba haciendo presión contra mí, apreté los dientes con fuerza al darme cuenta de que mi cuerpo estaba siendo invadido por otra persona. Entrando por un lugar prohibido.
Me estremecí.
Él, al notar mis espasmos presionó con un poco más de fuerza hasta introducirlo por completo. Se quedó quieto mientras mi cuerpo se ajustaba al de él.
—Relájate, ahora —susurró agitado—. Todo estará bien, ya verás —gimoteó una vez más.
Quizá era incómodo saber que ya estaba en el lugar correcto pero aún no podía comenzar con las embestidas.
Suspiré un par de veces.
No era tan terrible, un dolor punzante… más parecido al de los cólicos…
Acompañado de una sensación placentera de ser llenado completamente por dentro.
—Ahora… —solté entre dientes.
Y él, sin hacerme repetir dos veces la petición, comenzó a entrar y salir de mi cuerpo. Su miembro había comenzado a rozarme por dentro y sentí, además, como su pene latía con fuerza en ese estrecho lugar. Eso me indicaba de que él estaba tan o más excitado que yo.
Sonreí satisfecho.
Movía sus caderas con delicadeza, pude, incluso, sentir el peso de su cuerpo contra el mío haciendo cada vez más presión en cada embestida que me daba. Mi cuerpo se estremecía por cada punzada que sentía a causa de sus embestidas.
—To… tócame, por favor —rogué complacido.
Sentía un hormigueo pasearse desde mi espalda hasta el mismo punto que su pene tocaba. Las piernas… ya ni cuenta me daba si las tenía o no. Y mis manos, sólo podía tenerlas aferradas en su espalda. Enterrando mis uñas en él.
—Continua, por favor… así —pedí avergonzado.
Quería sentirlo aún más profundo. Sentir como su miembro frotaba e irritaba mi interior. Nunca intenté reprimir gemidos, la música de la fiesta era lo bastante fuerte como para ser oídos a esa distancia.
Gemí tanto como quise. Sin vergüenza alguna, creo.
Y mis gemidos estaban perfectamente sincronizados con los del muchacho sin nombre que me penetraba duramente esa noche de Halloween.
—Me gusta como lo haces —soltó de la nada, sin dejar de mover sus caderas—. ¿Puedes gemir más alto?
— ¿eh?
—Hazlo por mí, ¿vale? —e introdujo con tanta fuerza su miembro dentro de mí que no sólo gemí, sino que también solté un fuerte alarido acompañado de mucho dolor y unas cuantas gotas de lágrimas.
Lo odié.
Pero ese odio pronto se esfumó cuando sentí su miembro jugando dentro de mí. Imaginando, nuevamente, las hormiguitas paseándose por todo mí ser. Mi mente se nubló, sólo podía imaginar su caliente miembro entrar y salir de mí cuerpo.
Estaba a punto de pedir algo, cuando una de sus manos acarició mi olvidado pene. Nuevas sensaciones indescriptibles aparecieron. Me llené de cada una de ellas y las aproveché al máximo.
—Sigue, sigue…
Pedía.
Él sólo gemía secamente.
—Ya… ya… ya…
Sentí una última y profunda intromisión a mi ser en un violento movimiento de parte de aquel joven y mis sentidos reaccionaron todos a la vez. Mi cuerpo se estremeció y con un fuerte temblor y algunas sacudidas culminé,  apretando con fuerza la espalda de mí, en ese momento, joven amante.
Un tibio y viscoso líquido se resbaló por mi vientre. Él sonrió complacido y continuó embistiéndome, su pene palpitaba con fuerza y eso me daba a entender que estaba a punto de terminar. Lo ayudé con un suave movimiento de caderas. Bajó una mano hasta mi cintura para presionarla con fuerza, hundió el rostro en su propio pecho y tras soltar el aliento retenido en sus mejillas dejó escapar su viscoso líquido dentro de mi cuerpo.
Fue doloroso.
Ardía e incomodaba.
Dejó caer su delgado y pequeño cuerpo sobre el mío. Y recién en ese momento percibí que no era tanta la diferencia de tamaño la que teníamos. Sólo era unos cuantos centímetros más bajos... y algo más delgado, también.
Jadeábamos exhaustos.
Cansados.
Adoloridos y agotados.
Sentí el pesar de mis parpados. Tenía sueño. Pero, no podía dormirme en un lugar como ese ni mucho menos después de haber tenido sexo con un extraño. Intenté moverme y él no me dejó. Acomodó su cabeza en mi pecho y dejó escapar un suspiro de alivio y completo relajo.
—Eso estuvo bien.
—Bastante bien —agregué con un hilillo de voz.
Y sin darme cuenta me encontraba atrapado en una espesa oscuridad en donde lo único que podía sentir era el dulce aroma de su dentífrico acompañado del agitado palpitar de su corazón sobre mi pecho.