lunes, 3 de diciembre de 2012

Noche de Halloween Capítulo 2


II
Cuando el radio llegó, subimos a él sin mencionar palabra alguna, simplemente bebíamos de la lata de cerveza que cada uno llevaba en la mano, las demás estaban guardadas en mi mochila. Fue un viaje silencioso hasta que ella rompió el hielo con una pequeña pregunta.
— ¿Qué tal va la carrera? —bebió nuevamente de su lata sin quitar la vista de enfrente—. No hemos hablado hace semanas. ¿Aún en periodo de exámenes? —eructó quedamente sin importarle si al conductor le incomodaría o no su acto.
—No, ya no —sonreí ante su desagradable comportamiento—. Ayer o antes de ayer, no me acuerdo, presenté uno de mis últimos exámenes —bebí de la lata para luego observar el orificio que tenía. Ya no le quedaba más alcohol, por lo que decidí lanzarla por la ventana. Hecho que fue reprimido por la fría mirada del conductor a través del espejo retrovisor. Yo simplemente levanté los hombros en un gesto despreocupado, saqué otra lata de cerveza de mi mochila para continuar bebiendo.
— ¿Por qué decidiste periodismo? —preguntó cogiendo mi mano con extraña suavidad.
—Porque me gusta —observé su pequeña y blanca mano para luego mirarla lentamente por sobre su brazo y así llegar hasta sus ojos—. Y tú. ¿Por qué has elegido medicina natural? —mi labio inferior había temblado. Sentí como un pequeño cosquilleo subía desde mis piernas hasta llegar a mi nuca. Fue extraño. Exquisitamente extraño.
—Porque así aprendería sobre drogas nuevas y sabría cuales consumir y tener una mejor absorción de ellas—respondió con una enorme sonrisa en su fino rostro, luego levantó mi mano, que era sostenida por la de ella, para ganarla en su pecho—. ¿Te gusta? —preguntó lujuriosa mientras hacía presión contra su seno. Pude sentir claramente que sus pezones estaban erectados.
—No, me da asco —respondí inseguro mientras quitaba lentamente mi mano de su suave pecho. Quizás el cuerpo de una mujer sí me resultaba excitante. O sencillamente era Mónica la única mujer que me hacía estremecer por su forma tan poco femenina de ser.
No le importaba nada. Si yo le tocaba el seno, si la veía desnuda, si me acostaba a su lado o si la veía coger con otro hombre, nada le importaba y eso me gustaba. Pero sólo éramos amigos. O al menos, eso suponía yo que éramos.
Al llegar a la fiesta el embriagador aroma del alcohol inundó por completo mis fosas nasales. Era excitante saber o al menos imaginar cuánto alcohol podría haber dentro y de cuánta variedad. Cancelé la carrera del radio y cogí la mano de Mónica para entrar junto a ella al lugar. La música se oía a kilómetros y las fuertes risas de los invitados también. Pero aun así, las voces de nuestros amigos eran inconfundibles.
— ¡Mónica, que hermosa que estás! —elogió Pablo, un compañero de clases, que no temía ocultar su homosexualidad. Mónica sonrió y se abalanzó hacía él para besarle en la mejilla—. ¡Woh! ¡Y tú, que genial te ves así!  —agregó encantado apreciando mi disfraz desde los pies hasta la cabeza.
—Pues claro, lo he maquillado yo —agregó orgullosa inflando quedamente su pecho—, ahora chicos los dejaré por un momento —miró alegre en dirección a la pista de baile—, iré donde mis compañeras para ponerme al tanto de lo ocurrido, permiso, primores —sonrió maliciosa y corrió en dirección a la pista, en donde sus amigas bailaban desvergonzadamente junto, a lo que en ese momento, eran sus parejas.
—Ya se ha ido, esa chica es como una verdadera mariposa.
—Así parece —respondí sin dejar de mirarla. Sus piernas me parecieron bastante llamativas, realmente el blanco le sentía muy bien, pensé.
— ¿Qué sucede, Emma? —preguntó mi compañero mirando en la misma dirección que yo—. No me digas que te estás cambiando de bando ¿te estaré perdiendo? —agregó dramatizando con gestos sin sentidos—. Dime que no, guapo, que si es así serías un desperdicio de hombre —sonrió ladino.
—No digas imbecilidades —reí a carcajadas—. Eso no pasará jamás —crucé mis brazos por sobre mi pecho y continué admirándola muy atentamente—. Es sólo que la Mónica es bien jodida, y me cae bien. Sólo eso —volteé la mirada y la fijé en los negruzcos ojos de Pablo.
—A mí no me engañas, cariño. Tú tienes un severo problema de identidad —me abrazó por detrás y luego, con ambas manos, sujetó mi cabeza obligándome a volver la vista en dirección al lugar donde se encontraban Mónica y sus demás compañeras—. A ti te gusta esa chica, no puedes negarlo.
—No, imbécil —solté algo enfadado zafándome de su pesado agarre—. La Mónica no es más que… —cerré los ojos y pensé con claridad para encontrar qué era lo que realmente Mónica significaba para mí, pero al abrirlos ella ya estaba colgada del cuello de otro hombre, devorando con fervor sus labios, sin siquiera sentir una pisca de pudor—. Ella no es más que una hermana —solté al fin.
—En serio te gusta —afirmó con severo nerviosismo—. ¡Emmanuel Fuentes!
Para evitar que él continuara diciendo pesadeces, besé sus gruesos labios. Degusté el amargo sabor de la cerveza barata que él solía consumir y el terrible aroma del cigarrillo especial que emanaba de sus labios y prendas. Fue un beso un tanto asqueroso o mejor dicho de muy mal gusto. Pero sólo eso me quedaba para obligar a Pablo cerrar el pico. Realmente era desesperante oírle hablar cuando una necia idea se le cruzaba por la cabeza.
—Iré por un trago, ¿vale? —sonreí tranquilo, y sin esperar a que me respondiera me marché en dirección a la mesa de cocteles. 
Me serví, primero, un trago suave. Algo dulce para quitar el mal sabor de boca. No era por ser mal amigo, pero, en verdad que cada vez que Pablo bebía alcohol  su boca se tornaba un tanto amargo y no era algo bueno para mi degustación. De los chicos en el lugar, creo que, Pablo sería mi última opción.
Me apoyé en la pared, sin apartarme de la mesa, y continué bebiendo de mi trago, borgoña era lo que esa noche comencé a beber para calentar aún más el cuerpo. Después de una buena cerveza, venía un buen vino.
Miré a cada invitado y todos lucían increíbles. Disfraces muy ingeniosos y de buena calidad. No me sentí inferior a ellos, después de todo, nadie notaría los detalles después de las doce de la noche, o más bien dicho, después de las diez. Con todo el alcohol que esos chicos llevaban en la sangre, dudaba, seriamente, si alguien recordaba su propio nombre.
La música continuó sonando con el mismo volumen, la gente seguía bailando con el mismo entusiasmo y a lo lejos pude divisar un traje blanco. Era Mónica. Estaba besándose con otro chico. La miré por mucho tiempo, más del que siempre le he dedicado a cualquier persona. Me sentía extraño, las palabras de Pablo realmente me confundieron esa noche. Yo quería a la Mona, pero no como él creía. Yo la amaba como  una hermana. Nada más. O al menos eso me decía a mí mismo.
Continué mirándola unos minutos más hasta que Mónica y, posiblemente, Gustavo desaparecieron de mi vista. Ambos habían subido al segundo piso de la casa en la que estábamos. La persona con la que hablaron, segundos atrás, debe ser el dueño de casa y el que les autorizó a subir. Imaginaba a qué.
No me molestó, tampoco me desagradó después de todo sabía a lo que venía. Ella ya me había contado sus planes y a mí, en su momento, no me incomodó. Sabía muy bien a lo que siempre iba cada vez que se trataba de una fiesta. Sabía como era Mónica y no había nada que pudiera hacer para cambiarlo. Nada.
 Continué mirando para todos lados y noté, retrasadamente, que las luces en la pista de baile se habían extinguido casi por completo. Lo poco y nada que iluminaba el lugar eran las pequeñas lámparas de calavera que colgaban por el techo. Escalofriante, pero tenuemente excitante. No se podía ver la cara de nadie, no por los disfraces o las mascaras, sino porque la falta de luz provocaba aquel tentador efecto. Era como…
—…una cita a ciegas —finalicé en un susurro antes de continuar bebiendo.
—Eso pareciera, ¿no? —oí a un chico confirma muy cerca de mí, casi en mi oído. De hecho, pude sentir el suave aroma de su dentífrico. Menta. Aterrador. Había alguien a mi lado y siquiera me había dado cuenta.
—Sí, eso creo —intenté mirar al joven que me había hablado sin voltear la cabeza. Me resultó imposible. No logré verlo sino hasta que él se ganó frente de mí.
— ¿Bailas? —preguntó mientras cogía mi temblorosa mano.
—No lo creo.
— ¿Por qué? —preguntó una vez más enredando sus dedos con los míos.  Por el tamaño de sus manos supe de inmediato que era más bajo que yo.
—Porque no he venido aquí precisamente a bailar —respondí sin pensar. Aunque, esa respuesta no era mía, sino que de Mónica. Yo sí había ido a bailar.  también había ido a emborracharme y quizás, sólo quizás, a quedar inconsciente en algún lugar cerca de mí casa—. ¿Algo de beber? —agregué un tanto avergonzado al notar que el muchacho que estaba parado frente a mí quedó algo atónito por mi desubicado comentario. Creo que yo quedaría igual. En realidad no.
— ¿Vamos por una cerveza?
—Yo traje —le enseñé mi mochila—. ¿Dónde vamos?
—Vamos afuera, me gustaría conversar un rato, y aquí hay mucho ruido—agregó sonriente y encaminó para la parte de atrás de la casa. Iríamos a beber afuera, en el patio trasero y a platicar un poco, claro.
Acomodé mi mochila sobre mi hombro y caminé tras él. Observé sin censura el hermoso trasero que tenía aquel chico sin nombre; redondo y firme. Tal y como me gustan, pensé pícaro. Sus piernas eran largas y esbeltas, quizás estaba en algún club deportivo. Su espalda, en cambio, era pequeña. Pareciera la de una chica y aun así me gustó. Tenía pene, pensé yo, y con eso me conformaría durante algunas horas de esa peculiar noche.