viernes, 3 de agosto de 2012

Un día más de mi extraña vida...


Cada vez que llueve me encanta admirar la cordillera de Los Andes. Se ve majestuosa, grande… solemne. Puedo pasar horas y horas admirándola sin siquiera aburrirme. Los días de lluvia prefiero —aunque suene feo— caminar sola, simplemente para admirarla mejor y sin perderme ni un solo detalle. Hoy en día, que me encuentro “trabajando”, no me he dado el tiempo de admirarla. Cuando estaba en el metro junto a muchas personas —completamente apretujada— mire quedamente por la pequeña ventana y la vi. Seguía tan hermosa como cuando yo tenía diez años. Seguía ahí, pero yo la había olvidado. Y en ese momento me di cuenta que estaba “creciendo” junto a las demás personas. Me estaba convirtiendo en esa clase de persona que tanto odio, una persona vacía que simplemente mira el suelo que está bajo nuestros pies. Odié esa sensación y me pregunté “¿Llegará aquel día en que me olvide por completo de las cosas hermosas que nos rodeas?” E inmediatamente me respondí “No, nunca llegará ese día, porque cuando llegue ese momento habré desaparecido definitivamente”.

Ahora, más que nunca, disfruto de cada cosa que nos rodea. Admiro minuciosamente cada detalle de la naturaleza, arquitectura, humanidad y animales… todo… todo es digno de ser admirado.