martes, 20 de noviembre de 2012

Noche de Halloween Capítulo 1


I
Sería una velada divertida. Esa noche mis compañeros de instituto habían preparado una fiesta de disfraces para celebrar la noche de Halloween. Era mi primera fiesta de ese tipo, puesto que mi madre no gustaba de aquellas celebraciones, siempre salía con la misma historia, “que todo eso no era más que obra del diablo”. Al principio siempre creí lo que ella me decía, al pasar los años, no. Y como mi madre se encontraba a muchos kilómetros lejos de mí, decidí aventurarme a esa nueva experiencia. Lo sé, no era la gran cosa, simplemente era una fiesta, pero, ¡era mí primera fiesta de Halloween! Y pretendía divertirme lo que más pudiera.
— ¿No crees que esa falda está muy corta? —pregunté observando como mi amiga se cambiaba una y otra vez de vestimenta, lanzando las prendas a cualquier parte sin mayor preocupación.
— ¿Tú crees? Yo encuentro que está perfecta —observó la corta prenda que con suerte cubría sus nalgas y giró como bailarina para observar qué tan hermosa se veía—. Vamos, Emanuel, a poco no me queda perfecta.
—Sí, te ves preciosa, pero… ¿de qué vas disfrazada? —pregunté curioso. Me acomodé en la cama y estiré mis manos para alcanzar algunas de las prendas que Mónica había lanzado, comenzaría a ordenarlas una por una mientras ella seguía modelando  los cientos de disfraces que tenía guardado.
—Verás, es algo sencillo y muy coqueto, mira —se quitó la sotana que llevaba puesta y mostró su agraciada delantera. Llevaba un corpiño color negro muy ajustado a su delgado cuerpo, formando una espectacular y perfecta cintura de unos cincuenta centímetros, realmente sorprendente. Usaba lencería roja con encajes, dejando muy poco a la imaginación, puesto que su busto estaba prácticamente expuesto—. Seré una, ¿cómo le llaman? ¿Gothic qué?
Me levanté de la cama dejando en el olvido las prendas que doblaba para acercarme a ella y cruzar mis brazos por sobre su cuello. Froté mi mejilla con la de ella y ambos nos miramos en el espejo, allí nuestras miradas se encontraron y ambos las sostuvimos por varios segundos antes de comenzar a hablar.
— Será acaso una ¿Gothic lolita…? —suspiré—. No lo creo, Mónica, ellas son más tiernas, no tan —la admiré por unos segundos y agregué un tanto coqueto—… candentes como tú, guapa, que vestida así, te juro por Dios, que me hago hetero sólo por ti —finalizando lo dicho le guiñé un ojo, besé su mejilla y me alejé de ella para tomar asiento en la pequeña cama de plaza y media y continuar con mi labor de “doblar la ropa”.
—Que eres idiota, Emanuel —bufó. Admiró su cuerpo por milésima vez en el espejo y cambió de vestimenta unas tres veces más antes de escoger la apropiada para ir a la fiesta—. ¿Cómo me veo con ésta? —Ya estaba fastidiada, preguntó con desgano y me observó un tanto malhumorada—. Dime la verdad, Emanuel, porque si me estás mintiendo, te juro que yo misma meteré esto en tu culo —cogió su arnés que estaba dentro del ropero y lo balanceó de un lado a otro.
—Uhm, con lo que me acabas de decir, no sé si decirte la verdad o mentirte deliberadamente.
— ¡Enfermo! —reclamó desesperada—. ¡Vamos, respóndeme, se me ve bien ésta mugre o no!
—Mónica, Mónica, Mónica —repetí con cansancio—. Tú sabes que con ese cuerpazo que tienes, cualquier cosa que uses, hasta la más ordinaria prenda, en ti, querida, se vería fabulosa. Sos hermosa, mujer, ¿qué eso no entra en tu pequeña cabecita?
— ¡Emanuel! Deja ese horrible acento español que no te queda para nada y dime de una puta vez si me veo bien o no.
—Vale, vale… —la observé y fingí analizarla minuciosamente—. Insisto ¿Por qué el delantal de enfermera tiene que ser tan corto, mujer? ¡Con esas ropas no dejas nada a la imaginación, además, el escoté, Dios mío, te llega al vientre!
—Emanuel, Emanuel, Emanuel —repitió tres veces imitando mi peculiar tono de voz—. Sos un tonto o ¿qué? —me observó risueña—. ¿Acaso crees que voy sólo a bailar a esa fiestucha infantil? Vamos, dime… ¿cómo crees que lograré acostarme con Gustavo?
— ¿Gustavo?
—Sí, hombre, el estudiante de medicina, ese bien guapetón de las que todas hablan —se acercó en puntillas hasta mí para susurrarme al oído un tanto excitada—. Dicen que tiene una verga que ni te imaginas, y que sabe usarla como los dioses.
— ¿Es gay? Me gustaría probar eso  de la que todas hablan —reí con ganas.
—No, idiota, pégate con una piedra en la boca —se acercó al mueble de madera y lo golpeó tres veces con los nudillos—. Ni Dios te oiga, que terrible sería saber que Gustavo es gay, no que desperdicio de hombre.
—Que no te oiga a ti mujer, que con esa lengua has envenenado todo el hermoso panorama que tenía imaginado en mi sana mentecita. Malvada.
—Sí, claro, “Sana mentecita” —se burló realizando el ademan de las comillas—. Apuesto que esperas con muchas ganas que en ese lugar esté Felipe.
—Me encantaría, así tendría una noche muy agitada —sonreí lascivo—. Llena de sudor, orgasmos y semen repartido por todas partes —finalicé dejándome caer sobre la suave colcha de plumas—. Sería la noche perfecta. Un perfecto Halloween, querida.
—Imbécil. Eso suena asqueroso.
— ¿Por qué, mujer? Es lo mismo que tú haces, sudas como condenada, tienes cientos de orgasmos en unos cuantos minutos, cosa que para mí es prácticamente imposible, y vacían todo el semen posible por todo tu excitante cuerpo. ¿Es o no lo mismo?
— ¡Cierra el pico, Emanuel! —amenazó frunciendo el ceño.
—Vale, cierro el pico —levanté mi mano y con ella cerré la cremallera imaginaría ubicado en el centro de mis labios.
—Entonces —sonrió animada por el ademan tan infantil que acababa de realizar—. ¿Éste se me ve lindo?
—El blanco te queda perfecto, Moni. Resalta tus enormes pechos, el cinturón negro afina aún más tu delgada cintura, y la bata, así como está de corta,  hace ver aún más largas tus piernas ¿qué más quieres, bonita? Eres perfecta. Y créeme, si ese chico no se fija en ti, es porque es gay —reí con malicia—. Y recién, en ese momento, entraré en acción para hacerlo zumbar toda la noche.
— ¡Dale! ¿Jugamos, entonces? —estiró su mano y me observó a los ojos. Sería un extraño trato que cerraría con ella.
—Juguemos —finalicé estrechando con fuerza su mano para cerrar aquel pequeño trato. La miré a los ojos con bastante intensidad, quería saber qué tan confiada estaba ella de sí misma, y por lo visto, estaba muy confiada. Yo, en lo personal, no haría nada para acostarme con el tal Gustavo, sino más bien, actuaría si él diera indicios de ser gay, cosa que no ha pasado jamás durante los tres años que llevamos estudiando en esa universidad.
—Vamos, vístete tú ahora, o qué ¿piensas ir así?
— ¿Así cómo? ¿Qué tienen de malo mis prendas? —pregunté burlesco mientras observaba con gracia la teñida Hipster que vestía aquel día.
—Yo no llegaré contigo si vas vestido así.
—Y de qué quieres que vaya disfrazado, encuentro que éste es muy bueno, llamativo, popular y mis nalgas se ven espectaculares con éstos jeans.
—Ridículo —abrió la puerta de su habitación y salió en dirección a la pieza de enfrente. Allí dormía Aarón, su hermano mayor. Cuando salió me entregó unas prendas color negras más una preciosa chaqueta de cuero—. Toma, pruébate esto para ver cómo te queda.
— ¿Ya? —observé cada prenda entregada—. ¿Y de qué se supone que me disfrazaré con esto? —levanté la chaqueta dejándola a la altura de sus ojos—. Me puedes decir, por favor.
—Un metalero, o no sé, un hombre lobo del siglo XXI quién sabe, pero así como estás ¡no irás a ningún lado!
—Vale… veremos que saldrá con todo esto.
Cogí las prendas y comencé a vestirme. Los pantalones me apretaban un poco en la entrepiernas, sí, Aarón era mayor que yo pero su cuerpo era mucho más pequeño que el mío. Me observé en el espejo, y por primera vez me sentí igual a Mónica. Já. Me quité los pantalones de prisa, y mientras lo hacía oía las fuertes carcajadas de mi amiga. No paró de reírse de mí hasta que me coloqué, nuevamente, mis jeans. Continué mirándome al espejo y preguntándome cómo mierda iría a la fiesta sin un buen disfraz. Luego pensé en el extraño pijama que solía usar el padre de Mónica. Al pedírselo ella pensó lo mismo que yo; disfrazarme de reo.
—Y si lo hacemos más interesante y eres un reo zombie.
Su estúpida idea no me pareció tan estúpida después de ver el excelente trabajo que hizo en mi rostro después de horas de maquillaje. Era como si mi cara estuviera podrida desde hace ya un tiempo, y mi cuello se veía realmente destrozado.
— ¡Woh, te ha quedado genial, Moni! —declaré exaltado, apreciaba cada detalle, me veía asquerosamente apuesto—. No sabía que eras buena en algo más que no fuera hacer felaciones.
— ¡Cállate, bastardo! —sonrió orgullosa. No estoy muy seguro si la sonrisa fue por el pequeño cumplido, o por lo buena que era al momento de chuparla—. Gay o no igual te gustó la mamada que te di la otra noche.
—Milagros de alcohol —la miré risueño, acaricié su rostro y froté mis pulgares sobre la parte superior de sus labios—.Y la falta de depilación en éstas partes provocaron aquel milagro.
Un fuerte puñetazo en mi boca finalizó con la desubicada conversación que habíamos comenzado ella y yo.
Cuando el reloj marcó las nueve de la noche saqué mi móvil y llamé a un radio taxi, esa noche tenía planeado beber hasta quedar inconsciente y despertar en cualquier parte del mundo, sin importarme con quién o con qué, por ende, no llevaría mi coche, claro que no y eso me obligaba a gastar dinero en un radio. Mientras esperábamos el móvil, Mónica y yo hacíamos la previa en su casa. Nos bebimos unas cuantas latas de cerveza para llegar un poco más prendidos a la fiesta. Debo admitir que esto, hace unos seis meses atrás, siquiera se me habría pasado por la cabeza. Desde que mis juntas con Mónica se han hecho más seguidas, mi personalidad, o mejor dicho, mi forma de actuar a cambiado de sobre manera. Comenzando por “yo jamás hubiese llegado bebido a una fiesta”, ni mucho menos “hablaría tan serenamente sobre mi homosexualidad que durante veinte años traté de mantener en secreto”. Todo ha sido diferente desde la primera vez que nos topamos en una plaza y ella me ofreció beber unas cuantas botellas a su lado. Realmente puedo decir que ha sido una muy mala influencia. O al menos así ella se presentó ante mí.
—“No te juntes conmigo, porque soy una muy mala chica”.
Hice caso omiso a sus palabras, y ahora me acato a las consecuencias. 

1 comentario:

  1. Pipiño el era tan especial, era como un niño un cachorro tenía un aura singular de mucho colores, a veces nuestros seres queridos partes por una razón en especial para no verlos sufrir a ellos y que eso nos provoque un sufrimiento a nosotros, te quiero mucho mi pili :) animo!

    ResponderEliminar