I
Revelaciones
— ¡Quiero que se vayan! —gritó la
mujer empujando con fuerza a sus dos hijos mayores. Empujones que les obligaron
a ambos chicos a salir de la casa por la puerta de entrada— ¡Lárguense! —agregó
mortificada arrojando lo primero que sus manos tomaron—. ¡No los quiero volver
a ver nunca más! —dictó finalmente.
—Pero, mamá… —protestó Carlos, el
mayor de los hermanos, intentando acercarse a la mujer, aunque, sin lograrlo.
— ¡No te atrevas a tocarme, maldito
marica!
—No diga eso, mamá… —rogó
quedamente. Sus ojos se inundaron de lágrimas que amenazaban con desparramarse
por toda su cara. En su garganta se formó un nudo tan grande que le hacía
imposible continuar hablando… o más bien rogando—. Mamá, por favor… a pesar de
todo sigo siendo yo, su hijo Carlos… el mismo de siempre, la homosexualidad o
el incesto no me ha hecho cambiar en nada, mamita… —inseguro comenzó a dar pasos
en dirección a su madre. Uno a uno hasta llegar a la mujer y continuar hablando
con la mayor calma posible—. Seguimos siendo sus hijos, mamá.
— ¡Ustedes dos…! —les observó
rápidamente de forma intercalada—… ¡Son unos demonios!
— ¡No, mamá! —la voz de Carlos se
quebraba cada vez más—. Seguimos siendo nosotros.
— ¡Largo!
—Ya, Carlos, no es necesario —interrumpió
Cristian con voz firme y fría, él sabía muy bien que si continuaban allí nada
solucionarían. Nelly estaba lo bastante confundida e histérica como para
analizar calmadamente la situación, pero, sinceramente ¿Qué era lo que debía
analizar la destrozada madre?—. Ya, hermano, vámonos.
—Pero Cris.
—Vámonos —dijo sin más cerrando la
puerta tras él dejando absolutamente sola a una histérica mujer gritando y
maldiciendo desde el interior de la casa.
De esa manera, culminó una
lamentable discusión entre madre e hijos.
Carlos y Cristian se marcharon de
casa —contra su voluntad— a los diecinueve y dieciocho años de edad. Ambos,
gracias a su padre Alex, viven juntos en un departamento en el centro de la
ciudad compartiendo una vida como pareja.
Nelly y Alex continúan juntos
criando de sus dos pequeños hijos gemelos, Drake y Derek, de trece años. Tratando
de hacer lo mejor posible para que la historia no se vuelva a repetir. O eso
es, por lo menos, lo que quería hacer Nelly.
*
Aquella tarde continuó lenta y
amarga. Todo lo que había sucedido estaba siendo digerido lentamente por Nelly.
No podía creer todo lo que había pasado en aquel corto lapso de tiempo.
La inseguridad, como madre, hacía
acto de presencia y se apegaba poco a poco a ella. ¿Qué había hecho mal? ¿Habrá
sido culpa de ella o de Alex? ¿Cómo o qué hacer para curar aquella enfermedad
por la cual estaban pasando sus hijos? ¿Habrán sufrido algún tipo de abuso,
como para terminar así? Muchas preguntas llegaron a su cabeza y ninguna venía
con respuestas. Se estaba volviendo loca y si seguía en pie, sin hacer nada, perdería
la poca cordura que le quedaba. Comenzó a limpiar cada rincón de su enorme
casa, limpió cada adorno, cuadro… Al llegar a la habitación de sus dos hijos
mayores comenzó a llorar desconsoladamente. Sintió la impotencia de haber
fallado en el trabajo de madre al criar a sus dos pequeños hijos mayores.
—Ya llegamos, querida —la dulce voz
de su marido resopló por toda la casa en un vacío eco.
Alex miró en dirección a la sala de
estar, en donde generalmente estaba Nelly leyendo alguna clase de novela
erótica. Nada. Miró en dirección a otro rincón de la casa, ésta vez fue en
dirección a la pequeña biblioteca que le había regalado la navidad antes pasada
a Carlos, quizás allí estarían Nelly y Carlos leyendo como siempre. Nuevamente
nada. Algo preocupado caminó en dirección al patio trasero en donde había un
pequeño taller de mecánica, lugar en el que Cristian se perdía todas las tardes
reparando los autos de algún familiar o amigo. Para su sorpresa no había nadie.
La única opción que le quedaba era que: sus hijos habían salido a dar algún
paseo por allí y que su mujer estaba dormida en la habitación.
Los menores subieron inquietos la
escalera en dirección a sus respectivas habitaciones para quedarse dentro de
ella y jugar allí algún juego en la red. Alex subió la escalera en busca de su
esposa. Cuando entró a la habitación matrimonial observó que la mujer estaba
sentada sobre la cama con las manos cubriendo su rostro.
—Nelly —susurró apreciando la
oscuridad en la habitación. Sin siquiera dudar un segundo, Alex se acercó a
ella para averiguar el motivo de sus lágrimas—. ¿Qué sucedió, amor? —preguntó
con su habitual tono maternal. Veinte
años de matrimonio eran más que suficiente para saber en qué momento debe
preguntar y en qué momento es preferible callar y sólo abrazar.
Nelly, sin rodeos, confesó todo lo
que había sucedido horas antes de que él llegara a casa, le platicó sobre lo
que vio cuando entró a la habitación de sus hijos—. Realmente no lo podía
creer… amor.
*
Se suponía que la madre estaría
fuera de casa durante toda la tarde. Ella saldría con sus amigas, como todos
los viernes, y estaría perdida en las tiendas comerciales hasta más allá de las
diez de la noche. Tiempo suficiente para poder demostrarse el amor que tanto
sentían el uno por el otro. Pero nada de eso resultó. Al parecer a una de las
amigas de Nelly se le había muerto algún familiar cercano, por ende aquella
“salida de amigas” se había cancelado. Nelly y Marta, la otra acompañante,
prefirieron ir a tomarse un café para luego volver a sus respectivos hogares.
Nadie sabía que aquella salida de amigas se había cancelado.
—Te amo —confesó Cristian
desnudando el dorso de su hermano, besando quedamente sus clavículas hasta
perderse por su formado pecho.
—Yo… yo también… —el mayor estaba
completamente nervioso, sabía que estaban solos, pero aun así se sentía algo sucio por hacer el amor con su hermano
en la casa de sus padres.
A pesar de ser un año y algunos
meses mayor, Carlos siempre fue un muchacho muy callado y tímido. Era ingenuo y
amoroso, todo lo contario de Cristian que era mucho más espontáneo y pícaro.
Usualmente se les confundía los roles de hermanos. A ninguno de los dos le
molestaba aquello, simplemente les daba igual que les voltearan los nombres.
—Recuerda que mamá llegará a las
diez de la noche —comentó lujurioso—. Tenemos sólo cuatro horas para disfrutar
de sexo desenfrenado.
—No digas eso, idiota…
— ¿Qué cosa?
—Lo del sexo, sabes que odio que te refieras a lo que hacemos con esa
palabra… —se acomodó en la cama quitándose a su hermano de encima—. Sabes muy
bien que nosotros no tenemos sexo,
sino que hacemos…
—El amor… —interrumpió algo
irritado—. Lo sé…
A Cristian le gustaba realizar
comentarios obscenos sobre lo que hacían en la cama, más a Carlos le incomodaba
total y absolutamente que su hermanito hiciera todo eso. Él prefería una
relación tierna y afable. Mientras que a Cristian le gustaba realizar juegos
eróticos e incluso llegar a utilizar algo de fuerza.
— ¡Masoquista! —gritó suavemente mientras
le daba una fuerte palmada en la nalga derecha—. ¡Eso es lo que eres, Cris, un
masoquista!
—Sí, Carlos, ahora vamos —de forma
prudente separó las piernas dejando a la vista su vulnerabilidad, con sus manos
se afirmó de la baranda de la cama para así levantar la cadera y recibir
aquellas deseadas envestidas— métela ahora.
— ¿Quieres que la meta? —preguntó
coqueto abriéndose paso entre aquellas formadas piernas—. ¿Seguro?
—Oh, sí, cariño, estoy seguro,
vamos, hazlo ya.
—Muy bien.
Carlos tomó posición acomodando su
miembro entre las nalgas de su hermano para así penetrarlo sin previo aviso.
Aquel seductor acto provocó un millar
de sensaciones placenteras en Cristian, sensaciones que le obligaron a soltar fuertes
gemidos.
— ¿Te duele? —preguntó preocupado
sin dejar de envestirlo. Todo lo contrario, aumento en fuerza y ritmo.
—Tú sólo continúa… —declaró
abrazándose a la espalda del mayor.
Sin esperar alguna otra indicación,
Carlos continuó con lo suyo; envestir a su hermanito hasta que ambos terminaran
tendiendo un placentero orgasmo. Generalmente no les tomaba más allá de veinte
minutos, pero entre juego y juego podían estar así todo el tiempo que su madre
demoraba realizando las compras. Y esa tarde no sería la excepción para ellos.
Lastima que la madre tuvo un cambio en sus planes.
— ¡Mamá! —gruñó Cristian al darse
cuenta que su madre les observaba.
— ¡¿Qué?! —Carlos se volteó y
observó en la misma dirección que su hermano, apreciando así la silueta que se
asomaba por la puerta de la habitación.
La mujer estaba estupefacta con el
rostro desfigurado. Realmente no podía creer lo que estaba viendo. ¿Eran,
acaso, sus dos hijos mayores los que se estaban afilando las espadas en la cama de su hijo menor? ¿Eran sus hijos
los que estaban en un acto ilícito?
—Dios mío… —balbuceó inanimada
saliendo lentamente de la habitación tapando con una mano su boca y con la otra
apretando su vientre con fuerza. Aquella escena había provocado nauseas en la
mujer.
— ¡Demonios, nos vio! —protestó
desesperado quitándose de encima a su hermano, quien de forma casi espontánea había
perdido su erección.
— ¡¿Qué haremos ahora, Cris?! —cuestionó
Carlos buscando por entre medio de las mantas su pantalón.
— ¡Nada, hablar con mamá!
— ¿Hablar con ella? Y ¿Qué se
supone que le diremos? —la voz del mayor se manifestó de forma irónica. Cosa
que disgustaba completamente a Cristian. Carlos cruzó sus brazos a la altura de
su pecho para mirar desde lo alto a su hermano menor. Manifestó una falsa
sonrisa y continuó con su exagerado y dramático teatro barato—. “Mamá, sabes, somos
gays y para hacerte la película un poco más grata, también somos amantes desde
que tenemos quince años, perdónanos ¿si?…”
—Cállate, Carlos… —ordenó buscando
sus zapatos que estaban repartidos por la habitación.
—“… no fue nuestra intención que te enteraras así, teníamos pensado
decírtelo, mamita…” —continuó haciendo oídos sordos a lo que su hermano le
había ordenado segundos atrás.
—Enserio, Carlos, cállate. No es
gracioso.
Carlos le observó angustiado.
Ahora sí que estaban en un grave
problema. Siquiera se les había pasado por la cabeza el día en que tuvieran que
declarar sobre su condición sexual.
Una vez a Cristian le habían entrado ganas de platicar con su madre lo de su
homosexualidad, omitiendo, obviamente, la parte en que mantenía una relación
incestuosa con su hermano mayor, pero siempre se arrepentía por el hecho de
saber que su madre era homofóbica.
Verdaderamente aquello les había
pillado por sorpresa. A los tres.
Se vistieron, ambos, lo más rápido
posible y salieron a hablar con su destrozada madre. Lamentablemente no fue
como se lo imaginaron y terminaron fuera de casa.
*
—Pero… ¿estás segura de lo que
viste? —preguntó aturdido—. Es decir… deberías haber hablado con ellos antes de
condenarlos…
—Debiste haber visto lo que yo vi…
—se defendió. Tomó la mano de su amante y la besó—. No quiero que vuelvan…
—Cielo… —besó su frente—. Son
nuestros hijos, no podemos…
— ¡No pueden estar juntos!
—protestó alterada.
—Lo sé, pero…
—Pero nada, Alex… no quiero que
sean un mal ejemplo para nuestros hijos… tenemos dos pequeños a los cuales
debemos criar y tratar, en lo posible, de no cometer los mismo errores… —se
detuvo para analizar en qué, específicamente, se habían equivocado. Nada llegó
a su mente—. No soportaría tener que pasar por lo mismo…
—Bien, amor… —apoyó la decisión que
había tomado, egoístamente, su mujer.
La tarde se había ennegrecido,
nubes grises se apoderaron poco a poco del hermoso cielo azul, finas gotas de
agua lluvia comenzaron a caer para estrellarse contra los cristales del enorme
ventanal ubicado en la habitación matrimonial de aquella casa. Alex permaneció
al lado de su mujer mientras ésta lloraba desconsoladamente preguntándose una y
otra vez qué había hecho mal.
El hombre no estaba tan preocupado
por sus hijos, sabía que tenían donde llegar aquella noche y las demás que
tenían que pasar fuera de su hogar. Lo que sí le preocupaba era cómo
enfrentarían al mundo ahora que su secreto había sido descubierto.
Sí, era cierto, él lo sabía todo,
desde que sus hijos tenían quince años, la primera noche que se acostaron
juntos se lo contaron a su padre, el ser a quien más confianza le tenían. Después
de todo ¿Qué podía hacer él al momento de enterarse? Absolutamente nada, sólo
callar y mantener aquel secreto como si fuera propio. Quizás aquello era, en
parte, su culpa. Más que nada, los genes son muy poderosos ¿no?