jueves, 23 de febrero de 2012

Los ojos de Daniel Capítulo 1


I
Oí como los uniformados se retiraban del lugar lentamente. Sus pesadas botas producían un escalofriante eco que resonaba por toda la casa. Cuando el silencio se dejó oír me di cuenta que aquellos hombres se habían marchado definitivamente de mi hogar. Estaba solo. Cerré lentamente los ojos e intente digerir todo lo que había sucedido en aquel corto lapso de tiempo, difícilmente logré lo cometido, puesto que aún me era casi imposible poder razonar con tanto nerviosismo encima. Me sentía mal, el hecho de abrir los ojos e involuntariamente ver el cuerpo inerte de mi madre me originaba un pánico tremendo y unas terribles nauseas.
Media hora más tarde, cuando me animé a salir de mi escondite gateé hasta quedar a un lado de mi amada madre, fue entonces, en ese momento, cuando mis lágrimas comenzaron a brotar desenfrenadamente escurriendo por mis mejillas hasta caer y estrellarse contra el rostro de mi madre muerta.
Los minutos pasaron y los gritos de desesperación eran más claros. En otros hogares, al igual que en el mío, los militares estaban eliminando a todos aquellos que en algún momento de su vida creyeron en Dios.
Observé a mí alrededor en busca de un segundo cadáver, pero este no estaba por ningún lado. ¿Se lo habrán llevado con él? No lo sé. Después de la interrogación y sin esperar respuesta los uniformados se marcharon y ya luego no oí nada más.
Me quedé pensando, analizando, tratando de llegar a una repuesta. Respuesta que nunca llegó solida a mi mente, sólo fragmentos que debía unir para encontrar lo que buscaba. Me senté tembloroso en el suelo apoyando mi espalda sobre la desordenada cama. Observé el oscuro cielo sobre mi cabeza y dejé escapar un par de lágrimas más para que estas se llevaran de una vez por todo el dolor que sentía tan fríamente clavado en mí ser.
— ¡¿Daniel?! —oí a lo lejos.
Está vez se me hizo imposible moverme de mi lugar dispuesto a esconderme. Si los militares entraban por esa puerta para matarme, lo conseguirían de forma inmediata.
Cerré los ojos con fuerza y cubrí mi cabeza con los brazos mientras echaba mi cuerpo sobre el cadáver de mi madre.
—No quiero morir… —chillé mientras soltaba un gemido.
—Y no lo harás, Daniel… —un cálido abrazo fue lo que recibí y no el fatal disparo que tan temblorosamente esperaba. Levanté la mirada y allí estaba; Nehemías, mi hermano mayor.
— ¡¡Nemí!! —grité agobiado colgándome de su cuello y besando su mejilla, sin esperar más él respondió a mi exagerado actuar con un frágil abrazo lleno de amor y compasión.
Entre sus brazos me sentí protegido. Nehemías era un joven de diecinueve años de edad, su estatura siempre era impresionante, estaba alrededor del metro ochenta, su cabello era claro al igual que sus ojos. Nehemías realmente parecía un ángel. Quizás, era él el ángel que había enviado Dios para salvarme de aquellos militares.
— ¡¡Mataron a mamá!! —jadeé en su oído, Nehemías se levantó y sin mirar atrás me tomó de la mano y salimos por la puerta trasera de la casa—. ¡¡El abuelo, también fue asesinado, no sé qué pasó con él, Nemi!! —continué chillando mientras trataba de seguirle el paso a mi hermano. Sentía las piernas flácidas y los brazos cansados. Al parecer el miedo aún no quería abandonar mi cuerpo.
— ¡¡Calla, Danny!! —gritó—. Tienes que guardar silencio, nos pueden descubrir —agregó más calmado. Me sentí algo avergonzado por mí actuar tan infantil.
— ¿Dónde está Rachel? —pregunté tímido aferrándome con fuerza de su mano.
—Está con Julio… —respondió sin más. Apretó con fuerza mis manos para guiarme por un pequeño sendero oculto entre los árboles, arbustos y opacado por la espesa nube de cenizas que resoplaba por el lugar. Al cruzar el corto camino, nos vimos corriendo por detrás de la casa en medio de mucha gente. Así llegamos a la carretera central, en donde nos esperaba una Toyota Hilux N140 negra con un joven de larga cabellera rizada color azabache—. Ven, sube rápido —mi hermano me tomó entre sus brazos y me subió a la parte de atrás de la camioneta—. Te quedas allí y guardas silencio. Pase lo que pase, Danny, no salgas ¿Estamos?
—Sí…
Después de sonreír calidamente me cubrió el rostro con una manta mal oliente y corrió hasta entrar en el lugar del copiloto. El joven que manejaba pisó el acelerador a fondo y la camioneta se puso en marcha.
Se podía oír claramente como otras mujeres, niños y hombres gritaban a lo lejos por piedad. Además, se podía apreciar el horrible sonido de las metralletas y bombas que utilizaban para acabar con las demás vidas. Sentí mucho miedo, sólo quería que todo acabara pronto. Nunca creí que el día del juicio final fuera tan parecido a una guerra. Nunca lo imaginé así.
Los minutos pasaron y los gritos poco a poco fueron desapareciendo hasta perderse en el camino. Quité la apestosa manta de mi cabeza y observé el terrible paisaje que nos rodeaba. Aprecié tristemente la briza chocar contra mi rostro. Los ojos comenzaron a arder cuando las cenizas esparcidas por el lugar entraban en ellos.
— ¡¿Cómo estás allá atrás, Danny?!
— ¡¡Bien, algo sofocado, pero bien!! —respondí mientras quitaba por completo la manta de mi cuerpo—. ¿Y tú?
—Sí… ¡¡Te presento a Pablo!! —continuó risueño soltando de forma simultanea una exagerada carcajada. Realmente no era un buen momento para formalidades, y, como era de esperarse, para Nehemías todo era una broma. Aquel terrible momento no era más que otra terrible etapa de la vida y él seguiría con su camino sin desanimarse. Siempre amé eso de mi hermano, pasara lo que pasara él siempre sonreía.
—Hola… mi nombre es Daniel —comenté extrañado, no sabía realmente si seguir con la presentación o ponerme en un semblante más serio por todo lo que estaba ocurriendo.
— ¡¡Lindo nombre, Danny!! Tu hermano siempre habla mucho de ti…
— ¿De mí?
—Sí, claro… —él, al igual que mi hermano, tenía una enorme sonrisa estampada en el rostro y su mirada estaba llena de alegría y emoción—. En todo momento… siempre destaca lo tierno que eres, a pesar de ser criado por el mismo padre…
Aquel comentario no fue de mi agrado. Siempre me disgustaba que hablaran de la forma en cómo mi padre nos crió y el hecho de saber que Nehemías cuenta sus problemas con los demás, me parece algo desubicado.
—¡¡Él siempre dice que te pareces más a tu madre, y que eso es bueno!!
—Mi mamá… —susurré quedamente.
Aprovechando el exagerado ruido que producía el motor de la camioneta y la manta que tenía entre mis manos, comencé a llorar. Había perdido a mi mamita minutos atrás, dejando su frágil cuerpo tirado como si éste no fuese importante, mi querida madre…
Mientras gemía oí como Nehemías regañó a Pablo por aquel comentario y este tan sólo se encogió de hombros. Tampoco tenía la culpa de lo que estaba sucediendo, sólo comentó algo que era verdad. Yo realmente me parecía a mi madre; Cabello negro, ojos cafés y muy bajo de estatura. Realmente me parecía a ella y lo agradecía.
Cuando dejé de sollozar, sentí como la puerta del copiloto se habría. Era extraño, porque la camioneta aún no se detenía, sólo había bajado un poco la velocidad. Cuando me volteé para ver qué sucedía me di cuenta que era Nehemías. Intentaba pasarse para la parte de atrás de la camioneta.
— ¡¿Qué haces, idiota?! —grité desmedido. Él tan sólo sonrió y me guiñó un ojo.
—No seas exagerado —dijo entre gemidos, mientras se aferraba a la parte de atrás de la camioneta. Involuntariamente me acerqué a él y le ayudé a subirse.
Cuando su cuerpo estuvo completamente al lado del mío le di un golpe en la cabeza y le regañé por su irresponsabilidad. Nehemías sencillamente sonrió y me abrazó con fuerza. Yo me dejé hacer, apoyé mi cabeza sobre su pecho y sentí su agitado corazón acompañado de su irregular respirar. Cuando levanté la cabeza para observar su rostro, noté como de sus ojos brotaban finas lágrimas. Su boca estaba cerrada con fuerza y mordía fríamente su labio inferior.
—Nehemías… —susurré.
—Mamá está muerta, Danny… —agachó la cabeza y comenzó a llorar desconsoladamente. Sentí la necesidad de abrazarlo, pero la vergüenza de que me vea vulnerable me lo impidió. Sólo observé como su llanto era interrumpido por sus gemidos—. Mi mamita… ¿Por qué mi mamita? —me abrazó con fuerza al mismo tiempo que trataba, en lo posible, calmar su llanto—. Perdón.
— ¿Por qué?
—Porque tienes que verme así… —comentó sin despegar su rostro de mi hombro.
—No importa… me gusta verte así.
— ¿Llorando? Que mal hermano eres —dijo sonriendo.
—No, no me refería a eso… —me atreví a abrazarle. Cuando lo hice apoye mi rostro en su hombro—. Lo que quería decir, era que…
—Shhh, sé lo que quieres decir, hermanito… —interrumpió mientras intensificaba su abrazo.
Después de ello no dije más nada.
Permanecimos abrazados por varios minutos hasta que sentí que mis brazos se entumían. Me quejé quedamente y él lo entendió a la perfección. Me soltó y besó sonoramente mi frente. Se acomodó a un lado de mí y cruzó su brazo por mi cuello para que yo siguiera apoyando mi cabeza en su pecho. Está vez su corazón estaba más calmado y su respirar más relajado.
—Hueles mal… —comenté sonriente.
—Lo sé, he estado corriendo todo el día… —me observó y guiñó un ojo—. No me he duchado desde ayer en la mañana.
— ¡Qué asco!
Ambos sonreímos más relajados. Cuando dejamos las carcajadas nos quedamos en silencio observando el rugoso camino de tierra y piedras que quedaba tras de nosotros. Un sendero que nos mostraba una enorme cortina de humo que cubría al pequeño pueblo en donde vivía. Imaginé que el cuerpo de mamá estaba ardiendo en llamas en estos momentos. Ya que era imposible que aquellos hombres no quemaran las casas de los seres a los cuales habían matado.
—No te preocupes…
— ¿Eh?
—Danny, mamá está mejor en el lugar donde se encuentra ahora… —comentó sin despegar su mirada del camino de tierra.
— ¿Tú crees?
—Claro, mamá era la mejor… ahora está con el Señor…
— ¡Pero por culpa de ese señor mamá está muerta! —interrumpí enfurecido.
No podía creer que Nehemías estaba tan calmado pensando que el alma de mamá ahora gozaba de alegría junto al creador.
—No hables así, Daniel —su rostro se había endurecido y su mirada estaba algo perdida.
— ¡¿Cómo quieres que hable entonces?!
—¡¡Daniel!! —Pablo había gritado desde la parte delantera de la camioneta, me volteé para observarle—. ¡¡Es mejor convencerse de que tu madre está mejor!! —me observó através del espejo retrovisor—. ¡¡Es mejor eso a creer que murió en vano, ¿No crees?!!
—Sí, Daniel… es mejor creer que las cosas terminan bien…
Fue ahí cuando comprendí que Nehemías no estaba tan seguro de lo que él mismo creía. No estaba cien por ciento seguro de que el Dios al que tanto amó y siguió a lo largo de su vida fuera el real o no. Y comprendí, también, que es mejor creer que ella está en un lugar mejor; un lugar en donde no hay abusos ni desdichas… que el lugar que mi madre me describía cuando yo aún era un niño existía en verdad.

1 comentario:

  1. *-*
    Aquí está el otro!
    Que ya había leído, pero que por supuesto no me molestó volver a leer.
    Creo que en su momento te hice un comentario sobre Nehemías y Pablo. Pero no diré nada porque no sé qué rumbo decidirás darle a la historia.

    Por cierto, un error. Enzima, es una molécula proteica (creó) Encima es sobre de, o superior de. Y creo que en este caso hubo un error de dedo, no te preocupes :)

    Sólo eso.

    Saluditos! Y sigue escribiendo que me gusta mucho :D

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