II
El pasado de Alex Stefannovish
Él sabía muy bien cuál era su rol
en la familia Stefannovish. Una familia de clase que no podía permitir ninguna
aberración que manchara su imagen. No después de lograr ser una de las cuatro
más importantes y ricas del país, tener en su poder varias compañías tanto
nacionales como internacionales. Alex tenía muy claro su roll como heredero.
Por ello decidió oprimir todo tipo de sentimientos hacia las demás personas,
concentrándose en un solo punto; ser el mejor empresario y el sucesor más
capacitado para el apellido de la familia.
—Enserio, mamá… ya no quiero nada
de esto —decía cada día que terminaba su turno en la empresa y volvía a casa,
específicamente a la habitación de su madre.
—Vamos, mi amor, no puedes flaquear
ahora que eres todo un hombre.
—Sinceramente creo que todo esto me
está superando, mamá.
—No debes rendirte, querido, eres
lo bastante fuerte como para soportar esta carga. Yo sé que saldrás adelante
amor.
Alex sentía que para sus veintitrés
años de vida él ya había vivido todo lo que un hombre de cuarenta.
Él era el primogénito de la
familia, había terminado sus estudios en la mejor universidad del país; a la
edad de dieciocho años contrajo matrimonio con Nelly Gavioli, una joven de
origen italiano de su misma edad; su primer hijo, a quien bautizó como Carlos
Stefannovish, nació apenas él cumplió diecinueve años. Christian nació un año
después.
—Cariño, tienes dos hijos que
dependen de ti y de tu desempeño dentro de la empresa, que muy pronto pasará a
tus manos —continuó alentando su madre sin dejar de bordar una enorme “S” en
una de las puntas del pequeño pañuelo color blanco que tenía sobre sus piernas.
—Lo sé, mamá —el joven tomó asiento
a los pies de la cama para desde allí observar atento los azules ojos de su
madre—, sé que tengo dos hijos, sé que de mí
depende que todo esto siga en pie. Todo eso ya lo sé, mamá, pero me supera. De
verdad que sí.
—No te gusta, que es muy diferente
—sonrió quedamente observándole de reojos.
—Exacto, no me gusta administrar la empresa, desde el
principio nunca me gustó, me agota y estresa. —Alex endosó
una abrumadora sonrisa y agregó con melancolía—; Usted sabe, mamá, que yo tengo
otras aspiraciones.
—Tienes que aceptarlo, amor.
—Lo sé, papá no aceptaría mi
renuncia.
—Correcto.
Así era como Alex mantenía largas y
afables conversaciones por las tardes con su amada madre. Eran tan sólo dos
horas las que él se permitía estar con ella antes de volver a su casa y
disfrutar del resto del tiempo con su esposa y dos hijos. Todo para él no era
más que una monótona rutina. Hacía lo mismo una y otra vez a excepción de los
domingos. Ese día estaba obligado a ir a la capilla para escuchar la palabra de
Dios. No odiaba aquellas largas reuniones, ni mucho menos odiaba a Dios o a sus
leyes, a él simplemente le hastiaba tener que perder el tiempo sin hacer algo productivo en aquel pequeño y
agobiante lugar.
Cuando volvían a casa, Nelly
preparaba la comida mientras él dedicaba algo de tiempo a sus hijos; jugaba con
ellos o simplemente los hacía dormir. Ya por las tardes preparar los informes y
discursos que presentaría durante las reuniones de todos los lunes. Típicas
reuniones en las que se juntaban algunos personajes
importantes para discutir cosas que para él no valían la pena. Nada tenía
sentido, él tenía un destino escrito y no podía escapar, “estoy harto”, pensaba día y noche, hasta que cierta jornada en
aquellas imprevistas reuniones de los viernes, apareció el hijo del segundo
accionista más importante de la empresa. Su nombre era Edwards Frauscherf, de
veinticuatro años, nacionalidad chilena de padre alemán y madre española.
—Un gusto —exteriorizó el joven
minutos después de que terminara la reunión.
—El gusto es mío, joven Frauscherf.
—Sólo llámame “Edwards”, Por favor.
—Bien… el gusto es mío, Edwards
—sonrió espontáneo al pronunciar su nombre—. No sabía que el señor Frauscherf
enviaría a su hijo —con un gesto de mano le invitó a caminar por los pasillos
de aquel lugar.
—Uhm, lo que sucede es que mi padre
no habla mucho de su familia, por lo demás, es algo propio en los alemanes; son
hombres bastante fríos.
—Ya veo, ya veo.
— ¿Quieres un café? —preguntó
Edwards deteniéndose frente al ascensor.
—Claro, vamos. Aunque preferiría
salir a beber afuera, los cafés de ésta cafetería no me gustan del todo.
—Como gustes.
Después del primer encuentro Alex y
Edwards se volvieron los mejores amigos dentro y fuera de la empresa. Ambos
chicos eran de sangre liviana, por consiguiente, no fue difícil que ambos
concertaran de maravilla. Fue una amistad que se fue dando poco a poco con el
pasar del tiempo.
Las tardes que anteriormente él le
dedicaba a su madre y familia se fueron minimizando con el pasar de los días.
Ya no eran dos horas para la madre y el resto de la tarde con su esposa, no,
ahora era eran dos horas en total que repartía en ambas casas y por las tardes
se perdía con su compañero y amigo Edwards Frauscherf.
—Veo que ya tienes un amigo —soltó
una tarde la madre mientras Alex traía una bandeja con dos tazas de café y
galletas.
—No, mamá, para nada… —sonrió
travieso—. Edwards es sólo un compañero de trabajo, nada más.
—Con que se llama Edwards, ya veo
—cogió la taza de café para beber un poco de su tibio líquido— pero por aquel
simple compañero de trabajo has
decidido dejar a tu familia de lado, ¿verdad?
—Mamá… —Alex observó a una
sonriente mujer con una mirada angelical. El sentimiento de culpa que se había
creado al oír lo que ella había dicho se esfumó tan pronto la miró a los ojos,
esa hermosa sonrisa dibujada en el rostro de su madre no era compatible con las
frías palabras que salieron de sus finos labios carmesí—. ¿Por qué sonríes?
—preguntó nervioso forzando una estúpida
sonrisa ladeada.
—Porque es la primera vez que me
hablas de un amigo.
Y era verdad, él estaba tan
concentrado en ser el hijo perfecto que olvidó como hacer amistades. Sus
“amigos” no eran más que conocidos
compañeros de clases que en algún futuro servirían de ayuda para sus
negocios, más allá de eso, no le interesaba establecer relaciones con las
personas.
—Me alegra mucho, en verdad, hijo.
Alex se había dado cuenta hace ya un tiempo
atrás, que su madre siempre esperó que él se comportara como un joven común y
corriente. Él podía hacer lo que quisiera con sus tiempos libre, siempre y
cuando respondiera con sus obligaciones diarias dentro de la empresa y núcleo
familiar.
Así lo quería ella.
Y así lo hizo él.
Desde ese entonces, Alex y Edwards
compartían juntos todos los viernes por la noche en algún Pub cercano a su
trabajo, en donde se quedaban incluso hasta altas horas de la noche platicando
ya sea sobre temas cotidianos, triviales o personales. Podían repetir algunas
anécdotas, pero para ellos siempre sería como la primera vez que lo relataban.
Realmente aquella amistad estaba dando buenos frutos, hasta que un día uno de
ellos cruzó la fina línea que separa la amistad de algo más.
*
Un viernes después del trabajo,
ambos chicos decidieron realizar la rutina que llevaban practicando hace ya un
tiempo. Cada quien se dirigió a sus respectivos hogares y pasaron algo de
tiempo de calidad con sus familiares.
Alex jugueteó con sus hijos, pasó unos minutos con su esposa en la habitación
matrimonial y luego entró al cuarto de baño para arreglarse y salir con
Edwards. Realmente la estaba pasando bien. Tenía un amigo, un mejor amigo al cual contarle sus penas y
alegrías, riñas y reconciliaciones.
Por otro lado, Edwards sólo llegó a
casa para ducharse y arreglarse. No tenía una esposa con quien pasar el tiempo
libre que le quedaba después del trabajo y mucho menos hijos que le alegraran
las tardes; su familia vivía en otro lugar, su padre nunca mostró afecto para
con él ni nada parecido. Estaba solo. Y un hombre solo necesita compañía. Tal
vez no le importó que fuese de su mismo sexo, él sencillamente buscó con quién
estar acompañado sin pensar en las consecuencias de sus actos.
—Trata de no llegar muy tarde,
mañana es el cumpleaños de tu padre y debemos prepararnos para la celebración.
—Sí mi amor, no te preocupes
—comentó sin importancia mientras se daba los últimos toques.
Después de todo, el cumpleaños de
su padre no era una ceremonia importante para él, simplemente era un día más en
el que se reunían algunos familiares —cercanos como lejanos— y trabajadores de
la empresa para festejar los años viejos que cumpliría su progenitor. Una exagerada
ceremonia dedicada a un hombre que no valía la pena, pensaba Alex.
—Trataré de llegar antes de las
doce, ¿De acuerdo?
—Bien, te amo.
—También yo.
Finalizada la pequeña conversación
entre ambos, Alex tomó su billetera y las llaves del auto que estaban sobre el
velador. Al salir de la casa apreció la suave y tibia briza que corría aquella
noche. Cuando llegó frente a su auto notó las prendas que vestía; lucía una
camisa Burberry gris que hacían juego con su jeans Straight Leg de Calvin
Klein, de corte clásico y con retoques modernos, muy ligero. Se veía bien y lo
bastante provocador como para creer que se alistó para una cita con su novia.
—Soy un hombre casado… no debería
ser tan coqueto —sonrió avergonzado.
Entró al auto para encender el motor y ponerlo en marcha—. Las idioteces que
digo —dentro del auto apreció una vez más su límpido rostro en el espejo
retrovisor—. No sabía que podía llegar a ser tan vanidoso.
No era que fuese vanidoso,
simplemente esa noche, por algún motivo, quería lucir perfecto.
El viaje en el auto fue tranquilo,
apacible y bastante corto. Cuando llegó al punto de encuentro apagó el motor y
echó algunos centímetros para atrás el asiento del piloto. Se quedaría dentro
del coche hasta divisar la silueta de su amigo.
Para evitar que el aburrimiento lo
absorbiera, Alex encendió el radio y puso el disco de su grupo musical
favorito.
La música sonó por unos cuantos
minutos, las diversas canciones que tocaron eran de una u otra forma muy
especiales para él. Cada palabra que oía salir del reproductor era suficiente
para hacerle poner la piel de gallina. Por alguna extraña razón anhelaba con
todas sus fuerzas estar con Edwards. ¿Los amigos eran así? Durante varios
minutos Alex cantó al ritmo de cada canción que sonada en el radio. Cantó con
pasión. Una vez más el joven se sintió libre.
—Vamos, ¿por qué tardas tanto?
—preguntó al aire al instante que estiraba su brazos para tocar el techo del
vehículo y sentir con la yema de sus dedos la suave textura de éste.
Continuó esperando dentro del
vehículo pensando en el por qué la tardanza de su amigo, él siempre había sido
puntual, ¿por qué precisamente ese día tenía que llegar tarde? La ansiedad lo
estaba carcomiendo. Abrió la puerta de su auto dispuesto a salir cuando a lo
lejos divisó a un joven alto caminar en su dirección entremedio de algunas
personas. Era un muchacho con una sutil boina negra —al más fiel estilo de Pablo Neruda—, llevaba puesta una
camiseta del mismo color de la boina y sobre ella un suéter capucha Stone
Island color gris —lo bastante jovial para acrecentar aún más sus encantos—,
vestía un jeans a cintura baja con acabado Scrathchable, moderno pero a la vez
clásico, y para finalizar y romper con aquel llamativo estilo, utilizaba unos
tenis negros con franjas grises, sin duda una sensual combinación ante los ojos
de Alex.
El atractivo joven alzó la mano en
son de saludo y Alex de forma instintiva respondió realizando el mismo gesto.
— ¿Has estado esperado mucho tiempo
aquí? —preguntó animado. Después de estar a una distancia apropiada se quitó,
con suma cortesía, la pequeña boina de su cabeza.
— ¿Edwards?
— ¿Quién más?
—Perdón, no te reconocí —le examinó
nuevamente pero esta vez sin censura. Disfrutó descaradamente de cada detalle
que había frente a él.
— ¿Tan mal me veo?
—Para nada, te ves muy bien.
—Gracias —sonrió coqueto—. ¿Vamos?
— ¿Para dónde? —balbuceó aún
atónito por lo que sus ojos apreciaban.
—A un bar que hay cerca de aquí.
—Pero —se volteó y señaló el auto
tras ellos—. No puedo beber, ando en coche.
—Que mal —sonrió con mayor
énfasis—. Aunque, podemos llevarlo al estacionamiento del apartamento en donde
vivo. Allí le dejamos y nos vamos a beber algo suave al bar que está en frente,
¿te parece, Alex? Así no te desmoronaras.
—Tendría que ser algo suave, muy
suave, diría yo.
—Sí, no te preocupes por ello. En
caso de quedar en condiciones deplorables
—sonrió eufórico— llamaré a un radiotaxi para que te lleve a tu casa, ya mañana
te pasaría a dejar el coche.
—Bien, no hay problema —abrió la
puerta del piloto para entrar en su auto, y con un gesto leve le indicó a
Edwards que subiera por la otra puerta, la del copiloto—. Tú me dices cómo
llegar a tu casa.
—De acuerdo. Yo te guiaré.
Con instrucciones sencillas Edwards
logró guiar a su amigo hasta el departamento en donde él vivía hace ya más de
un año. El departamento estaba ubicado en un lugar turístico, cerca de varios
centros comerciales y algunos centros nocturnos. A pesar de los meses que ambos
llevaban saliendo juntos, como amigos, ninguno conocía la casa del otro,
siquiera se habían invitado para conocer, por último, a sus familias, nada.
Quizás, ellos preferían mantener está amistad
guardada como el más íntimo secreto que un hombre pudiese tener.
Cuando ambos bajaron del coche,
decidieron, tras una breve discusión, subir al apartamento de Edwards para allí
realizar la velada que tenían planeada. Subieron en silencio por el ascensor y
no intercambiaron palabra alguna hasta llegar al piso en el que vivía Edwards.
—Es bastante amplio el pasillo de
tu piso, y también muy elegante
—comentó Alex una vez fuera del ascensor. Miró de un lado para otro como si
fuera un niño pequeño en medio de la gran ciudad. ¿Los nervios? Tal vez.
Apreció las elegantes lámparas que
colgaban en la pared de cada apartamento a lo largo del pasillo, una separada
de la otra a una distancia prudente. El color de las paredes era de un tono
caqui más o menos claro con algunos diseños en la parte inferior. Había que
admirarla minuciosamente para apreciar el hermoso diseño que tenía plasmada la
elegante pared del lugar.
— ¿Tú lo crees? —Edwards levantó la
mirada intentando apreciar de la misma forma en que lo hacía Alex, claramente
no consiguió visualizar nada atrayente o extraordinario. Sólo concibió ver una
fría pared con algunos garabatos en la parte inferior—. Yo lo veo de lo más
normal.
—Sí, tienes razón… es un pasillo
común y corriente —respondió un tanto avergonzado, observó una vez más de izquierda
a derecha y soltó un suspiro para preguntar aún más avergonzado que antes—; Y…
¿Cuál es tu apartamento?
—Es aquel —Edwards apuntó la última
habitación a mano derecha.
—Perfecto, vamos entonces. Porque
tengo sed.
Edwards sonrió ampliamente ante el
comentario de su amigo y comenzó a caminar con las llaves colgando entre sus
dedos, Alex le siguió sonriente. Platicaron brevemente sobre la empresa,
recordaron algunos números, cálculos y gráficos que presentaron hace algunas
horas atrás. La charla no duró lo suficiente, porque sinceramente, a ninguno de
los dos le agradaba hablar del trabajo cuando estaban en su noche de amigos. El tema sólo duró lo que Edwards demoró en
guiarle al apartamento y abrir la puerta para entrar al lugar.
Cuando la puerta se abrió, lo
primero que pudo admirar Alex fue el enorme ventanal que daba en dirección a la
ciudad; las luces de los altos edificios hacían contraste con el inmenso cielo
que parecía caer sobre ellos. Las estrellas brillaban quedamente por las
exageradas luces que tenía la ciudad, pero aun así la vista era magnifica. Alex
entró sin esperar a la invitación de su amigo y se acercó eufórico a la enorme
ventana. Apoyó su mano en el vidrio y visualizó a las cientos de personas que
caminaban de un lado a otro.
—Parecen hormigas, que gracioso —la inocencia que dejaba ver Alex
ante Edwards era única. Siquiera él podía creer la actitud que adoptaba cada
vez que se encontraban a solas. ¿Personas
que parecían hormigas? Por favor, eso era lo que a diario veía desde su lugar
de trabajo.
— ¿Te gusta? —inquirió Edwards
cerrando la puerta tras él.
—Tiene una vista preciosa.
—Sí —Edwards comenzó a acariciar la
suave pared en busca del interruptor, cuando sus dedos hicieron contacto con él
lo presionó para encender las luces que tenuemente iluminaron el lugar—. ¿Qué
quieres beber? —Preguntó mientras lanzaba las llaves encima de una pequeña mesa
de centro—. Ponte cómodo, por favor.
—De acuerdo —Alex se sentó sobre el
sofá de cuero negro—. Gracias.
— ¿Qué quieres beber? —repitió
nuevamente desde la cocina. Él, mientras tanto, bebería una taza de café.
—Quisiera algo suave, para
comenzar.
— ¿Un café?
— ¿Café? —Alex se volteó para mirar
en dirección a la cocina—. ¿Vamos a tomar café? —preguntó un tanto confundido.
—Sí, sólo para comenzar.
Alex sonrió afablemente y se
levantó de aquel reconfortante sofá para caminar a paso seguro en dirección a
la cocina, allí apoyó sus codos sobre la hermosa cocina americana y admiró
alegre a su compañero de noche quien preparaba tranquilamente dos tazas de café
negro. Cuando Edwards levantó la mirada se topó con los ilusionados ojos de su
amigo; ojos que no demostraban más que un sincero amor.
— ¿Te gusta beber café? —preguntó
pícaro mientras acercaba la humeante taza en dirección a su compañero.
—Mucho. Más aún cuando es junto a
la mejor compañía.
—Gracias por ese hermoso cumplido,
Alex.
—De nada, amigo… —sonrió tímido
mientras soplaba con cautela el vapor que provenía de su taza—. Me gusta.
— ¿Quién? —interrogó curioso
después de haber dado el primer sorbo sin dejar de admirarle.
—Nadie. Hablo del café.
—Ya veo —soltó—. Pensé que te
referías a mí.
— ¿Por qué a ti? —sonrió
avergonzado—. Somos sólo amigos.
— ¿Sólo amigos? —Preguntó Edwards
dejando el café en el olvido—. ¿Estás seguro de eso, Alex? —caminó en dirección
a su compañero para acercarse lo más posible a él. Una vez frente a él quitó
con cautela la tibia taza de café para dejarla a un costado sobre el mesón.
Cogió el mentón de Alex para preguntar nuevamente—; Seguro que… ¿sólo somos amigos?
—No, Edwards, no lo estoy —soltó al
fin, dejando escapar un suave suspiro, que a los oídos de Edwards fue un
deleite.
—Entonces… —manifestó con
decisión—. Es hora de comprobarlo.
Sin pensarlo dos veces besó los
suaves labios color carmesí de Alex. Unos labios que deseó desde el principio,
unos labios que provocaban en él hasta las más lúgubres fantasías. Los labios
prohibidos de su mejor amigo; un hombre casado.
—No es correcto —susurró con un
gestó de disgusto al momento de apartar a Edwards de su camino. Limpió sus
labios con fuerza sin dejar de caminar en dirección al enorme ventanal.
—Lo siento —se disculpó un tanto
avergonzado. –Nunca creyó que sus actos lo incomodarían—. Quizás debí pensarlo
dos veces antes de actuar —especuló—. Lo siento —repitió arrepentido y
desganado mientras le siguió hasta quedar a una distancia prudente de él—. Lo
siento en verdad, yo no…
—Silencio —abordó—. No sientas nada
—agregó cortésmente. Alex levantó la mirada avergonzado dejando ver en sus ojos
lo nervioso que estaba en ese momento. Caminó minuciosamente hasta quedar lo
más cerca de él para susurrar un tierno—; “Me gustas”. Pero no es correcto…
—luego cruzó sus brazos por el alrededor del cuello de Edwards y sin previo
avisó endosó un tierno beso en la mejilla de éste—. Pero me gustaría que lo
fuera.