I
Secretos triviales
—Te amo…
Fue el inicio de mi declaración realizada una tarde
“equis” mientras estudiaba para un examen de matemáticas junto a Alex; mi mejor
amigo. En otras ocasiones yo había declarado mis sentimientos, a lo que él siempre
respondía: “también te quiero… como a un hermano sin duda alguna, amigo”. Yo
siempre creí que daba esa respuesta para librarse de mi constante “acoso”.
Aunque, esta vez no se lo permitiría, él me iba
escuchar sí o sí, al igual que también me daría una respuesta sincera ante
la propuesta que planeaba realizar aquel día.
—Alex, escúchame con atención —declaré seriamente
cerrando con delicadeza aquel libro que utilizábamos para estudiar—. Yo…
realmente te amo, pero no como amigos, así como tú siempre lo dices… —me
ruboricé—. Yo te amo… y me gustaría que fuésemos, algún día quizás, una pareja…
amantes.
— ¿Amantes? —me observó atónito abriendo sus ojos a
más no poder
—Exacto. Amantes.
Alex se puso de pie cogiendo los demás libros que
estaban esparcidos por nuestro alrededor. Le observé algo confundido. Desde que
éramos niños él nunca expresó directamente lo que sentía. Más sólo ocultaba sus
sentimiento tras una épica sonrisa. Nunca expresó su dolor, su alegría, su
enfado ni nada. Siempre tenía la misma cara… o más que eso, la misma reacción
ante cualquier situación. Y al parecer ese día no sería la excepción. O al
menos eso fue lo que creí.
Observé atento cada movimiento que realizaba:
acomodaba los libros por orden alfabético y cuando al fin terminó de colocarlos
en su pequeña estantería se giró sobre sus pies para observarme seria y
silenciosamente. Un pequeño escalofrío recorrió mi espina dorsal provocando que
la piel se me pusiera de gallina. Pude sentir como la extenuante mirada de Alex
penetraba cada parte de mí hasta hacerme entender que aquella no fue una de mis
mejores ideas. No cuando él sabe que yo sé que es un hijo de familia fielmente
creyente de Dios. No cuando siempre me dejó lo bastante claro de que él seguiría
las leyes dictadas por su Dios hasta el último de sus días sin importa qué o
quién interviniera. Él no se desviaría jamás.
— ¿Puedes, en serio, dejar de hablar de amor? José
—tragó una bocada de aire y prosiguió—. Aquello que sientes no es amor…
— ¿Qué no es amor? —repetí pensativo—. ¡¿Qué?! —exclamé
un tanto alterado al darme cuenta de la gravedad de sus palabras—. ¡¿Cómo te
atreves a decir eso, Al?! —me levante del suelo y caminé en su dirección para
quedar cara a cara con él.
— ¡Claro que no es amo, José! —alejándose de mí caminó
en dirección a la ventana, para luego dirigirse hacia la puerta de entrada a la
habitación. Caminaba sin detenerse como si de un león enjaulado se tratase—.
¡Eso que sientes! —elevó un poco el tono de su voz cambiando, drásticamente, su
melódico sonido por uno más grave. Me señaló con su mano derecha y continuó—.
¡No es más que pecado!
— ¿Eh?
Alex bajó la miraba y rápidamente se acercó a la
mesita de noche que tenía a un costado de su cama. Sobre ella reposaba un libro
de cubierta negra y hojas doradas; era su preciada Biblia. La tomó para
acercarla a su frente y reposar allí un par de segundos. Quizás estaba recordando
algún versículo que pudiera decirme para así tener fundamento de su próximo
discurso; y mi nuevo sermón. Y al parecer, como lo había imaginado, encontró su
apoyo moral, porque de forma casi inmediata dejó aquel libro en su lugar y con
largos pasos se acercó a mí.
— ¡Eso que sientes, José, no es más que el deseo de
la carne!
— ¡Pero!
—Nada de “peros” —apretó mis hombros con fuerza.
Observé como sus manos me presionaban con poderío; sus largos dedos se
enterraban en mi carne dejándome pequeñas zonas rojas un tanto adoloridas. Fruncí
el ceño y le observé desconcertado por su forma tan exagerada de reaccionar—.
Dios creó al hombre y a la mujer para que estos vivieran juntos y disfrutaran
así, ambos, de los placeres de la vida —sonrió desganado tratando de así
animarme—. No creó al hombre… —mordió levemente su labio inferior y armándose
de valor agregó con dureza—. No creó al hombre para que éste fornicara con otro
hombre, José, Dios…
Las palabras de Alex habían sido bruscamente
interrumpidas. Un incomodo silencio se apoderó de la pequeña habitación ubicada
en el tercer piso de su hogar. Dos saladas lágrimas brotaron de mis ojos
recorriendo mis mejillas para así perderse en mi mentón. Cuando me percaté de
lo que había sucedido en aquel corto lapso de tiempo me sentí totalmente
avergonzado de mis propios actos. Sentí vergüenza de mí mismo en aquel instante.
—A-Alex… perdóname… yo… —observé mi mano derecho y
luego a mi mejor amigo quien yacía en el suelo por culpa mía.
Sí, había estrellado mi puño contra el delicado
rostro de Alex. Pude haber escogido otra opción para haberlo hecho callar;
besarlo, por ejemplo. Pero no, soy tan bruto que opté por la violencia.
Pretendí, inminentemente, acercarme a él pero mis
piernas no quisieron responder. Sólo temblaron y allí se quedaron; quietas,
inútiles, simplemente sosteniendo mi cuerpo para que no me cayera al suelo.
—Perdóname, Alex… —repetí pasmado—… no fue mi
intención. Yo sólo…
—No te preocupes, José… —acercó una mano a su
mejilla y luego la observó para cerciorarse de que no le haya roto el labio. Al
confirmar que no sangraba soltó un suspiro y con ello me observó fugazmente—… creo
que, después de todo, me excedí un poco —finalizó mirando el suelo.
—Sí, pero… yo no debí haberte golpeado, perdón...
—con fuerza de voluntad, creo yo, alcancé a dar dos pasos para acercarme a él y
extender mi mano con la clara intención de ayudarle a ponerse de pie.
—Suficiente, José… —levantó rápidamente la mirada
fijándola en mis ojos, luego observó mi mano que aún permanecía extendida, sin cogerla,
se puso de pie y sacudió sus pantalones para remover el poco de polvo que
habían adquirido—… Dije que ya no importa, en serio… —se giró, tomó el espejo
del mueble para observar su rostro y
confirmar, una vez más, que en realidad no haya ningún edema en su blanco semblante.
Lo más probable es que no quería dar explicaciones a su madre cuando la tuviera
en frente. Y es que en realidad nadie querría dárselas tampoco—… y como te iba
diciendo; las relaciones homosexuales no deberían de existir… después de todo
son pecado y…
—Y nuevamente con eso, joder… ¡Ya basta! —solté algo
furioso. Me acerqué a él, para ésta vez, yo sujetarlo de los hombros y con algo
de fuerza empujarlo contra la pared-. ¡¿Por qué cojones te empeñas en hacerme
creer que todo esto que siento por ti no es más que “pecado?! ¡Dime! —exigí
sacudiéndolo con fuerza.
— ¡No soy yo! —exclamó frustrado al instante de
quitar con fuerza mis manos de sus hombros— ¡Sino que Dios así lo dijo!
— ¡Y dale con lo mismo, Alex, por la misma mierda! —Resignado
bajé los brazos, demostrándole, con aquel gesto, que realmente platicar sobre aquel tema con él me resultaba agotador.
Observé en dirección al cielo, quizás preguntándome el porqué de tantas leyes
extrañas, y con lágrimas en los ojos agregué—. Sabes, Alex… —apreté fuertemente
mis labios, intentando así juntar las palabras exactas en mi mente para formar
una oración decente y no una bestial como las que generalmente logro idear—… no
sé, con tu fanatismo, relacionado a la religión, me haces odiar, realmente, a
ese Dios del que tanto hablas y dices
amar.
— ¡Ves! ¡Ves! —gritó enfurecido, agitando con fuerza
sus brazos de un lado a otro como si intentara apartar a cientos de moscas
bulliciosas—. ¡A eso me refiero! Tu extraño e inmoral deseo carnal te hacen
alejarte de Dios. José, eso no debe ser así.
— ¡Pero yo te amo, Alex! ¡Entiéndelo!
—Deja de decir eso, José, por favor ya detente
—susurró ya más desganado al instante que bajaba su mirada para posarla en el
suelo del lugar.
Apreté los puños con fuerza. Levanté la mirada algo
más tranquilo y lo primero que observé fue a mi mejor amigo entristecido.
Estaba allí, quieto sin decir ni hacer nada, sólo mirar el suelo y jugar con
sus manos. No supe el por qué tenía esa carita tan llena de pena y desdicha.
Aunque, la escena que se formó me dio el valor suficiente para acercarme a él y
darle un fraternal abrazo; sin deseo carnal,
ni nada por el estilo, sólo un abrazo.
—Alex —comencé nervioso. Sentí que mi corazón
comenzó a bombear sangre con mayor fuerza. Era como si éste fuera a salirse de
su lugar con tanto movimiento que realizaba—. No sabes lo mucho que me duele
todo lo que me dices respecto a lo que siento por ti. Yo sé lo que siento, y sé
también que mis sentimientos son reales. Nunca antes me había sentido tan
seguro sobre algo, Alex. Yo haría miles de cosas por ti. Lo dejaría todo. Pero
tú, amigo, no haces más que hacerme sentir mal con todo eso que me dices y
gritas a cada segundo.
—José… —su dulce voz me hizo estremecer. La piel se
me erizó al sentir su suave aliento chocar contra mi cuello. Cuando le separé
de mi cuerpo para observarle directo a los ojos, noté que él lloraba.
No supe el por qué lloraba; quizás mis palabras lo
conmovieron y lo hicieron sentir algo culpable por todo lo que me ha dicho.
—Perdón, José… yo temo ser juzgado por Dios. No
quiero sentir su enojo, su furia, ni tampoco quiero ser condenado al infierno…
por eso yo…
— ¿Por eso tienes que reprimir lo que sientes por mí,
Alex? ¿Por miedo a ser juzgado por tu Dios?
—Yo no dije eso, José. Por favor no mal interpretes
mis palabras.
— ¿Entonces? —cuestioné insistente.
—Nada, ya… olvídalo —se alejó de mis brazos para
apoyarse contra la pared. Abrió la puerta de su habitación con la mano
izquierda y agregó aún más desanimado que antes—. Ahora debo irme a la iglesia.
— ¿Quieres que me vaya?
—No, claro que no… —me observó recuperando aquella
chispa que iluminaba sus hermosos ojos grisáceos—. ¿Por qué no vienes conmigo?
—No sé… —le miré desanimado. Realmente me aburría ir
a la iglesia, pero el decirle “no” a él me daba mucha pena. Varias veces en el
pasado iba con él a su iglesia para complacerle y así poder estar más tiempo a
su lado. Pero, poco a poco todo eso me fue aburriendo—. Me iré a la casa… me
bañaré y ahí me pasas a buscar.
—Muy bien, entonces en un “sí”.
—Es un “tal
vez”.
—Lo tomaré como un sí —finalizó alegre.
Salió de su habitación y bajó hasta el primer piso
para decirle a su madre que se alistaría para irse a la iglesia. Yo salí tras
él para no quedarme sólo abajo en el primer piso, cuando noté que hablaba con
su madre yo me quedé mirando los cuadros del lugar. Como no me gusta hablar con
aquella mujer, fingí interés por el extraño gusto de los abuelos de Alex.
Miraba y miraba pinturas hasta que éste se acercó a mí y dijo que ya estaba
todo listo.
—Ya, entonces me voy a mi casa. Nos vemos al rato.
—Bien… te iré a buscar en cuarenta y cinco minutos,
así que apúrate.
—Vale, vale… nos vemos en la casa.
Alex me dejó en la puerta de entrada de su hogar y
se despidió de mí con un fuerte apretón de manos y un ligero abrazo. Comencé a
caminar y sentí el cierre de la puerta tras de mí. No sé por qué pero me
molestó mucho que se entrara sin cerciorarse que yo llegara a mi casa. Vale, ya
tengo catorce años y puedo cuidarme solo, lo sé. Pero aun así me incomodó
bastante que siquiera esperar a que llegara a la puerta de mi casa para
entrarse a la de él.
Caminé dos casas más allá de la de Alex y llegué a
la mía.
Sí, somos vecinos.
Una vez frente a la puerta de mi casa comencé a
buscar las llaves de la puerta de entrada. Revisé mis bolsillos y nada. Luego
mi cartera y nada. Había perdido, una vez más, las llaves de mi dulce hogar. Ahora,
yo tenía dos opciones; o entraba como un delincuente a mi propio hogar o
comenzaba a gritar hasta despertar a mi madre, que de seguro tomaba su siesta
del día, y me viniera a abrir la puerta para poder entrar.
—¡¡Mamá!! —comencé a gritar. Me había decidido por
la segunda opción una vez que vi la patrulla de policías parada en la plaza que
está en frente de mi casa.
Anteriormente ya había tenido problemas con un
oficial por pasarme de listo con él. Y no me gustaría volver a tener problemas
con ellos. No es muy agradable liar con hombres que se creen superiores al
resto por el simple hecho de llevar un arma con ellos.
Ignorando la patrulla de policías comencé a gritar
mientras daba ligeros golpes con los nudillos la puerta de entrada.
—¡¡Mamá, ábreme, por favor!! —grité a todo pulmón. Cuando
me oí y analicé fugazmente lo que grité me entró un ataque de risa —“¿Te das cuenta lo que le estas pidiendo a
tu madre, idiota?” —me dije por dentro sin dejar de sonreír— ¡¡Aló!!
— ¿Has perdido nuevamente las llaves, Zezé?
—preguntó tediosa mientras se acomodaba la sudadera, al parecer no dormía como
yo creía, quizás estaba haciendo algo de ejercicios
con su amiga.
—No me diga Zezé
que ya estoy grande para ese apodo.
—Me gusta llamarte así. Ze-zé.
Cuando abrió la puerta me entregó las llaves de la
casa para que yo cerrara. Ella se devolvió y dirigió directamente a su
habitación. La seguí para entrar junto con ella.
— ¿No estás sola? —pregunté al ver un cuerpo
envuelto bajo las sabanas —“Y tampoco
estaba haciendo ejercicios” —pensé ladino.
—No.
— ¿Es la Marisol? —cuestioné apuntando aquel bulto
que se removía bajo las sabanas.
—Y ¿Quién más? —se acostó al lado de ella para
abrazarla por sobre la ropa de cama y depositar un tierno beso en lo que yo
supuse era su cabeza.
El bulto comenzó a moverse y de ahí se asomó una
desordenada cabellera color azabache. Al verme se ruborizó completamente,
quizás aún le apena que yo la vea recostada en la misma cama que mi madre.
— ¿Cómo estás, Marisol? —sonreí alegre y me senté a
los pies de la cama.
—Bien, gracias ¿Y tú, Zezé? ¿Cómo estás? —devolvió
la pregunta por cordialidad.
Le respondí, de igual forma, que estaba bien y ella
asintió con la cabeza. Mamá le había pegado aquella extraña manía de llamarme Zezé. Sinceramente, aquel apodo dejó de
gustarme una vez que cumplí los trece años y aquel hombre me llamó así por
primera vez.
Después de pasar algunos minutos sentado a los pies
de la cama viendo el televisor, sentí la necesidad de irme a mi habitación.
Alex vendría a buscarme para ir a la iglesia y aún no sentía las ganas de ir.
Era aquí en donde comenzaba un intenso debate interno. Ir o no ir, es ahí el
dilema. Si iba a la iglesia sería únicamente para complacerle a él porque a mí
no me gustaba estar allí. Pero, si decidía no ir, tenía que afrontar las
consecuencias que conllevaban el darle una respuesta negativa; no me hablaría
en meses, o simplemente se comportaría de forma irónica conmigo. Comenzaría a
llamar a sus otros amigos y me dejaría de lado. Realmente, para mí, era un
dilema mantener viva nuestra relación.
—Que fastidio.
Comenté con un hilo de voz al momento de arrojarme
contra una cama deshecha. Sentí las arrugadas sabanas hacer contacto con mi
piel. La suave briza de la tarde entró por la ventana para revolver así mis
cabellos azabaches. Estiré por última vez mi cuerpo y me animé a ponerme de pie
para entrar a la ducha. Me bañaría y allí pensaría qué respuesta darle cuando
pase por mí dentro de una media hora más. Cogí la toalla y mi ropa interior.
Prendí el calefón y entré al baño.
— ¿Vas a salir? —oí preguntar a mi madre.
—No lo sé, ¿por qué? —cuestioné abriendo la puerta.
Ella entró al baño conmigo y se sentó en el wáter para observarme atenta—. ¿Qué
sucede? —le pregunté nervioso. Cada vez que me miraba fijamente era para
pedirme algún favor, o simplemente regañarme. No había hecho nada malo, así que
un regaño no era.
—Nada, cariño —respondió. Me quité la sudadera y la
tiré en el suelo. Así mismo hice con mis pantalones, calzoncillos, calcetas y
zapatillas—. Permiso.
—Sí, entra.
— ¿No tienes pensado salir del baño? —pregunté desde
la ducha dando cuidadosamente el agua caliente.
—Zezé, ¿puedo salir ésta noche con Marisol? —soltó
al fin.
— ¿Por qué me preguntas? —tomé el envase del shampoo
y vertí un poco en mi mano. Comencé quedamente a lavar mi cabello con la yema
de los dedos—. Eres mi madre, puedes hacer y deshacer en esta casa. Tú casa,
mamá.
—Lo sé. Es sólo que… —guardó silencio. Yo continué
lavándome el cabello—. Saldremos toda la noche, bueno… llegaremos como a las
dos o tres de la mañana, sino más tarde.
—Ya… ¿y? —corrí la cortina del baño para mirarle a
los ojos. Su rostro estaba sonrojado, no sabía si era vergüenza o simplemente el calor que se encerraba en el lugar
provocaba aquel cambio en el color de su rostro—. ¿Cuál es el problema?
—No me gusta que te quedes solito, mi amor.
—Mamá, ya estoy grande —solté la cortina del baño y
continué lavando mi cuerpo—. Puedo quedarme en la casa, solo, y no me pasará
nada. Además, no es la primera vez que usted saldría de noche con su amiga. No se preocupe, estará todo bien.
—Lo sé, pero…
—Ya, mira —cerré la llave del paso del agua y abrí
la cortina del baño para mirarle, nuevamente, a los ojos. Su rostro ya no
estaba sonrojado—. Le preguntaré al Alex si me puedo quedar en su casa, ¿vale?
—Bien.
—Sí, iremos ahora a la iglesia, y luego me pasaré a
su casa.
Mi madre asintió sonriente y salió del baño.
Continué lavando mi cuerpo y pensando si efectivamente iría con él o no. Cuando
salí me encontré con una madre completamente diferente. Estaba muy arreglada,
maquillada sutilmente con un juego de ropa que la hacía ver aún más jovial.
— ¿Están de aniversario? —pregunté mirando en
dirección a la habitación.
—Sí —respondió mi madre y luego sonrió aún más—.
Tres años, mi amor.
—Woh, que suerte que cayera día viernes, ¿no?
—Sí, mucha, mucha.
Dejé a mi madre sola con su amiga y entré a mi habitación, allí tomé unas prendas viejas que
tenía sobre la cama y me vestí. Eran unos jeans clásicos un tanto rasgados y
una camiseta negra. Peiné mi cabello con mis dedos y apliqué un poco de crema
en mi rostro. Aromaticé mi cuerpo y esperé sentado sobre la cama a que Alex
llamara.
Minutos después un “José” provino desde la calle. Mi madre salió y abrió la puerta
invitándolo a pasar. Cerré la puerta de mi habitación con llave, como suelo
hacerlo siempre y me encontré con mi amigo en el comedor. Me preguntó si estaba
listo a lo que respondí que sí. Me despedí de mi madre con un beso en sus
labios y le deseé la mejor de las suertes. Tomé mi mochila con ropa de dormir y nos encaminamos en dirección a la
iglesia. Las tres primeras cuadras nadie dijo nada, simplemente caminamos
mirando los árboles de nuestro alrededor hasta que decidí, de muy mala forma,
comenzar a platicar con él.
—En serio, no quiero que me digan “por qué se alejó del camino del Señor blablablá” porque en verdad me aburre,
¿de acuerdo?
—De acuerdo —respondió él un tanto fastidiado, pero
sin dejar de sonreír.
En parte le entendía, es decir, él no tenía culpa
alguna que sus hermanos de la iglesia
me llenaran de preguntas tediosas. Aun así, yo le culpaba y regañaba cada vez
que pasaba por eso. Cuando faltaron pocos metros para llegar a la iglesia me
sentí atemorizado. Mi corazón latió con fuerza, podría jurar que oía su
exaltado palpitar. Miré a mi compañero de caminata
y éste me miró de vuelta, sonrió y extendió amablemente su mano para ayudarme a cruzar la última calle que
faltaba y entrar en el templo sagrado de Dios. Al verle allí de pie tan
inocentón me entraron unas enormes ganas de tirarme sobre él sólo para
ahorcarle con todas mis fuerzas. Sonreí malévolo y golpeé su mano con la mía.
Un sonido seco le hizo borrar su ridícula
sonrisa para cambiarla drásticamente por una mueca de recelo. Sonreí aún más y
crucé la calle. Me detuve frente a la enorme puerta de entrada y admiré el
hermoso lugar. Sin duda la iglesia a la que íbamos era muy humilde, pero me
maravillaba con la sencillez que atraía a las personas.
Los hermanos
uno a uno se acercaron a mí para saludarme y preguntar, sin falta, el porqué de
mi ausencia. Yo sonreía de manera estúpida y respondía; “sólo no he tenido ánimos”. Observaba sus rostros y leía en ellos “pereza, uno de los siente pecados capitales”.
Y ellos, de seguros leían en mi frente “me
paso por el culo sus pecados”. Mi falta de emoción en ese lugar era
notable. Me sentía avergonzado, no por mí, sino que por Alex, quien era el que
me traía tan alegremente a su lugar preferido
y yo me comportaba de forma arisca.
—Bien, comencemos.
Dicho y hecho. Comenzó el culto de aquel día. Los minutos dentro de ese lugar se me hicieron
eternos. Las palabras dichas por el hombre que estaba delante me hicieron
sentir bien, nunca he puesto en duda la existencia de Dios, pero eso no
significa que debo estar conforme con lo que me dicen los demás sobre Él. El
tiempo continuó pasando y el agradable testimonio se acabó, al fin.
— ¿Te gustó? —preguntó Alex mientras salíamos de la
iglesia para dirigirnos a los baños.
—Sí, muy bonito como siempre —respondí secamente—.
Pero me sigo sintiendo muy sínico. Tan sínico como la mayoría de los que está
aquí dentro.
— ¿Eh? —me observó atónito. Nos conocíamos hace seis
años y aún le sorprendía mi forma tan bestial de expresarme. En realidad,
incluso a mí me sorprende lo animal que puedo llegar a ser.
—Eso. Me siento sínico dentro de éste lugar.
Alex bajó la mirada y entró al cubículo para orinar.
Supongo. Mientras él estaba dentro le terminé de contar lo incomodo que me
sentía yo, como persona, el estar allí. No porque no crea en Él, sino más bien
porque, soy gay. Cuando Alex salió lavó sus manos y me observó serio, luego me
sonrió abiertamente y dijo “Ya, vámonos a
casa”, asentí y salimos de los baños para terminar de despedirnos de los
demás.
La noche estaba estrellada. Una suave briza de otoño
corría a esas horas de la noche, Alex y yo caminábamos felices después de aquel
agradable momento, mirábamos nuestras sombras en el suelo y comentábamos sobre
cosas triviales, lo mismo de siempre; el colegio, su madre, su familia, los
trabajos, grupos de compañeros, etcétera.
Cuando llegamos a mi casa nos detuvimos frente a la
puerta para mirarnos seriamente. Observé aquella peculiar chispa que se
apoderaba de sus ojos cuando tenía en mente alguna travesura indebida. Nunca
las decía, era yo quien debía adivinarlas todo el tiempo. Tomé, de la nada, sus
frías manos. Él se estremeció e intentó, quedamente, zafarlas de las mías. No
se lo permití. Le miré a los ojos, sonreí lascivamente y pregunté muy bajito.
— ¿Puedo quedarme a dormir ésta noche en tu casa?
—le miré risueño. Él asintió tímido, como siempre—. Fiuf —solté sus manos y
comencé a caminar las dos casas que nos faltaban para llegar a la de Alex—. Que
bueno que me dijiste que sí, porque mi mamá salió y no quería que me quedara
solo en casita. Además, se llevó las llaves y yo perdí las mías.
—Que conveniente, ¿no?
—Sí, así me aprovecharé de ti, y tu hospitalidad
—sonreí abiertamente.
—Sabes que siempre que quieras puedes quedarte.
—Lo sé, Alex, lo sé.
Cuando entramos a su hogar su madre nos observó de
pie a cabeza, a ambos. Al parecer no era necesario darle la noticia de que me
quedaría a dormir esa noche, la mujer ya lo presentía, pero Alex, como buen
hijo le contó a su madre el supuesto motivo del porqué yo me quedaría allí.
Ella me observó con recelo, lo sentí, pero forzó una sonrisa y expresó con un
tono maternal.
—No hay problemas, Zezé, sabes que puedes quedarte
aquí cuando quieras —sí, a ella también le dio por llamarme así. Gloria y mi
madre son vecinas y amigas. Gracias a la amistad que tengo con Alex ellas se
conocieron.
—Lo sé tía,
gracias —miré de reojos a Alex y le sonreí. Esa mirada significaba “ya, subamos a tu habitación”, y Alex la
conocía muy bien.
—Ya, mamá, nos iremos a dormir. Buenas noches.
Alex besó la mejilla de su madre y yo le imité.
Subimos las ruidosas escaleras hasta llegar a su habitación, allí dejé caer la
pequeña mochila que cargaba y me arrojé contra su enorme cama de dos plazas. Me
quité con habilidad las zapatillas para lanzarlas con maestría a los pies de la cama. Él me observó y negó con la cabeza,
pero como siempre, con una hermosa sonrisa en el rostro. Rodeó la cama y se
sentó en la otra esquina. Allí nos miramos por unos segundos. Quería lanzarme
sobre él para comerle la boca. Quitarle esa fea ropa que traía puesta y
apreciar la perfección de su cuerpo. Sentir la suavidad de su existencia.
Saborear su personalidad y… en fin, quería hacer muchas cosas con su ser, pero
sólo debía esperar. Alex me observó de reojos, como leyendo mis pensamientos, y
al parecer lo logró porque frunció el ceño y me advirtió con su dedo índice. Yo
levanté ambas manos dándole a entender que era inocente de todo lo que se me
estaba acusando. Sonrió alegre y comenzó con su exhibición. Quitó de manera sensual la camisa que llevaba puesta,
exponiendo su desnudes ante mi atónita mirada, yo fingía desinterés para no
asustarle e invitarle a continuar tranquilo con su labor, se quitó los
pantalones de tela dejándolos doblados en la esquina de la cama, quedando tan
sólo con sus ñoños calzoncillos. Yo simplemente imaginaba que estaba en sunga.
— ¿Por qué ríes?
—Por nada, ignórame —le recomendé. Me puse de pie, y
comencé a desvestirme. Lo hacía lento, para que él me apreciara. Aunque él
dijera que no, yo sabía muy en el fondo que me observaba de reojos. Sentía la
necesidad de decirle que “me mirara con confianza, o terminaría con problemas de
vista”, pero me aguantaba. Era mejor así, sabes que lo hacía a escondidas.
Cuando terminamos de vestirnos con la ropa de
dormir, Alex se acercó a la puerta de entrada y tocó, con sus largos dedos, el
interruptor. Yo me apresuré y recosté bajo las acogedoras sabanas, él asintió y
apagó la luz. Cuando todo se volvió negro mi corazón palpitó con fuerza y oí
las rápidas pisadas de Alex aproximarse a la cama. Se subió escandalosamente y
se recostó junto a mí.
Su respirar era irregular. A pesar de la falta de
luz pude visualizar el sonriente rostro de Alex. Me alegré de sobre manera y sonreí junto con él. Ambos
nos volteamos para quedar mirándonos
fijamente y así continuar conversando largos e inagotables minutos.
Nunca sé cuál es el segundo exacto en que nuestras
conversaciones cotidianas finalizan para dar inicio a nuestra extraña relación
nocturna.
— ¿Qué haces? —pregunté nervioso. Mi cuerpo temblaba
y mi respiración era entrecortada, como si hubiese corrido por horas.
—Nada —respondió muy seguro de sí mismo. Siempre era
así, se mostraba seguro cuando las luces se apagaban y la oscuridad se
apoderaba de nuestro espacio.
Su mano se movía con agilidad por sobre mi cintura
hasta bajar a mis caderas. Sus temblorosos dedos tanteaban su terreno como si
inspeccionaran que todo siga en su lugar. Me hacía reír, de verdad. Cuando
nuestras vistas se acostumbraron a la oscuridad pude sentir como él me
observaba directo a los ojos y allí estaba, nuevamente, aquella chispa llena de
picardía que me daba a entender que tramaba algo. Estiré mi mano, temblorosa
pero ágil, hasta posarla sobre su cadera, imitando su acto. Observé sus labios
y esperé a la señal. Alex abrió su boca seguido de un gemido. Ahí estaba. Lo
que estuve esperando durante todo el día. La entrada al paraíso, mi paraíso.
Acerqué mis labios hasta los suyos para hundirnos en el más lascivo beso que
pudimos darnos antes. Él acercó mi cuerpo al de él y continuó profundizando su
beso. Introdujo su lengua dentro de mi boca y yo a su vez la succioné con
fervor.
Por más que intente escaparse de mí siempre, pero
siempre terminábamos de una u otra forma pecando.
Esa noche, así como otras, terminamos revolviendo las sabanas como dos animales
en celo. Nos entregamos a los placeres de la carne, como él suele llamarles.
Placeres que sin duda él amaba alcanzar.
Hellooo!!
ResponderEliminarMe ha gustadoo muchooo tu relaatooo!!! *.*
No acostumbro a encontrar personajes homosexuales..
Jejejej déjame decirte que tienes una agilidad muy buena para la expresión. :D
Ya te sigo ^^
Pásate por mi blog! *.*
Largo capítulo, laaargoooo!!! Te he dicho que amo los capítulos largos? ¿no? Pues bien: Amo los capítulos largos.
ResponderEliminarObviamente Alex vive rodeado de culpa. Creo que debería de alejarse de la biblia, esa cosa no le trae bien a nadie. Y Zezé (con quien me re-encuentro *O*) tiene que tener cuidado con lo que hace. Tiene que irse despacito, despacito...
Me ha gustado mucho. Pero no me haré ilusión, sé que demorarás siglos en actualizar (y mira quién habla :P)
Saludos.
Sigue así!
Hola querida...veo que subes una historia nueva y un sitio nuevo...leí solo el principio pq ando corta de tiempo...pero se nota a leguas una mejora en tu redacción y en el formato mismo de los párrafos y todo. Se ve re bien! Te deseo muuucha suerte con la historia y con todas tus cosas! te lo mereces...
ResponderEliminarA ver cuándo nos encontramos de nuevo! ;)
Sue.
(no hay caso que pueda agregarte por fbook...tienes la versión nueva y no caxo cómo mandarte una solicitud!! :s)
Me gusta, pero tengo muchos peros... jajajaja
ResponderEliminarnah, es broma.
Como siempre lo digo, cada día escribes mejor, aunque este capitulo lo escribiste sin amor y se nota, le falta algo... no sé es, pero le falta algo.
Besos!
PD: http://www.youtube.com/watch?v=mpyQWTBeXl4 Lo leí con este tema de fondo (creo que lo escucha mi tio, y si no... tal vez venga de tu casa xD)