La
hora de Partir
Capítulo
Uno
Nuevos
caminos
Era
una noche fría. Lo recuerdo. Yo estaba llorando afligidamente al lado del
cadáver de mi padre, quien había muerto en manos de los militares. Ellos
también se encargaron de eliminar a mi madre dándole una serie de golpes por
todo su cuerpo, y cuando ésta cayó al suelo comenzaron a agredirla con una
lluvia de piedras. Una muerte lenta y dolorosa, La maldad de esos hombres fue
tanta que el hermoso rostro de mi madre quedó irreconocible. ¿Cómo sigo con
vida? Mi padre me escondió bajo el suelo, en un pequeño espacio de tan sólo un metro
cuadrado. Cuando la casa se desplomó, a causa de una explosión provocada por la
fuga de gas, todos los escombros quedaron por encima de aquel escondite que me
protegía. Los militares comenzaron a esparcir las tablas y partes de la casa en
busca de algunos cuerpos con vida, al no encontrar nada sacaron el cuerpo de
mis padres y los abandonaron en la calle. Ellos simplemente se marcharon a realizar la misma labor en otras viviendas.
—
¡El trabajo aquí ya está terminado! —gritó eufórico uno de ellos.
—
¡Vámonos!
Salí
de aquel lugar después de haber llorado en silencio por más de cinco horas. No
había nada ni nadie cuando decidí asomar mi rostro a la superficie. Sólo un
millar de casas destruidas y fuego por todas partes quemando todo a su paso.
Era una vista terrible, el cielo se teñía de negro y las cenizas se esparcían
por todo el lugar, pequeñas moléculas de fuego volaban con el viento en
diferentes direcciones creando así la ilusión que del cielo caían pequeñas
gotas de fuego. Lluvia de fuego. Fue realmente terrible.
Me
senté a un lado de mi padre, quien parecía estar dormido. Crucé los brazos y
apoyé mi cabeza en ellos para continuar llorando, fue en ese momento cuando
sentí los fuertes pasos de un hombre que se acercaba hacía mí. No intenté
esconderme ni nada parecido, sólo me quedé allí mirando mis pies descalzos sin
levantar la vista. Los pasos no se detuvieron hasta quedar a unos escasos
centímetros de mi pequeño cuerpo. Una enorme mano se posó en mi cabeza y
pesadamente acarició mi cabello realizando a su vez una sencilla pregunta;
¿Cómo estás? Sin levantar la cabeza contesté que me encontraba bien,
cosa que, obviamente, era una vil mentira. Después de ello comencé a llorar sin
siquiera importarme que aquel enorme hombre me viera. Por un momento pensé que
él me dejaría allí, sola, triste y abandonada, o que simplemente me mataría con
su metralleta, pero no, fue todo lo contrario, él me tomó entre sus fuertes
brazos y apoyó mi cabeza en su hombro. Inconscientemente yo crucé mis piernas
por su abdomen y le abracé con fuerza, como queriendo decir no me
dejes. En ese momento, recuerdo, que lloré y lloré hasta cansarme, él
no dijo absolutamente nada durante todo el camino a quién sabe dónde, sólo se
preocupó de caminar en silencio y acariciar mis cabellos delicadamente con sus
enormes manos.
Fue
la caminata más larga que he tenido en toda mi vida. También la más triste.
Extrañamente recordé todos los momentos, ya sean felices o tristes, que viví
con mi familia; las discusiones que mantuve con papá por algún motivo sin
importancia; los tiernos abrazos que sostuve junto a mamá por largos e
inagotables minutos. Lloré aún más al saber que aquello nunca más volvería a
repetirse.
—Mamá…
—recuerdo que susurré segundos antes de cerrar los ojos y hundirme en un
cansador sueño.
Luego
de algunos minutos, en los que permanecí dormida, sentí como el hombre que me
cargaba entre sus brazos comenzaba a acelerar su paso. Bajaba un camino de
piedras empinado y llegaba a uno de tierra. Cuando al fin detuvo el paso, abrió
una puerta y entró a una pequeña choza que al parecer era su hogar. Allí se
encauzó en dirección a una diminuta habitación, conmigo aún en sus brazos,
cuando entró pude divisar una cama de dos plazas y un pequeño velador con una
lámpara encima, lo demás, era sólo ropa esparcida por todo el lugar y algunas
vendas manchadas con sangre. Quizás era de él.
—Bien,
chiquilla, ya llegamos a lo que desde hoy será tu nuevo hogar. —y sin
delicadeza alguna me arrojó contra la dura cama. Al caer sobre ella, sentí las
desordenadas mantas bajo mi espalda, las cuales me incomodaron enormemente—.
¿Cómo te llamas? —preguntó quitándose la parte de arriba de su uniforme. Era un
militar igual a los que habían matado a mis padres horas atrás.
Me
senté ruidosamente sobre el desordenado catre sin dejar de mirarle. Recién en
ese momento pude apreciar el rostro y cuerpo del sujeto que me tomó entre sus
brazos y me llevó a un lugar desconocido.
—Mi
nombre es Janice Thompson, señor… —susurré quedamente. Le observé atónita, el
hombre había comenzado a quitarse el pantalón quedando completamente desnudo
ante mí. No usaba ropa interior lo que me sorprendió aún más—. Y… ¿Usted cómo
se llama, señor? —pregunté un tanto avergonzada, intentando en lo posible
cerrar los ojos y no espiarle.
—Adrián…
Adrián Smith.
Adrián.
Su nombre quedó grabado en mis recuerdos por siempre. Al igual que su cuerpo,
personalidad y sentimientos. Era un joven bastante alto, podría decir,
perfectamente, que media alrededor del metro noventa, de cabello corto muy fino
con un color rubio ceniza muy llamativo. Sus ojos eran de un hermoso tono verde
esmeralda, con unos labios tan finos y rojos que parecían ser pintados con
alguna clase de labial. Lo único que desencajaba, era el color de su piel. No
era blanca, pero tampoco morena, sino más bien un color capuchino. O al menos
así lo veía yo en ese tiempo.
—
¿Qué edad tienes, chiquilla? —preguntó desde la habitación continua a la que yo
me encontraba.
—Tengo
once años, señor —me levanté de la cama y caminé hasta donde Adrián se
encontraba. Era el baño. El joven estaba introduciendo su cuerpo en un cubo de
madera que al parecer era la bañera. Aquello medía aproximadamente tres metros
de largo y dos de ancho. Me miró con el seño fruncido provocando que al
instante me ruborizara—. Perdón, no quería molestar, es que no le oía bien
desde la otra habitación —mentí estúpidamente.
—Umm…
—bostezó—; ¿Quieres bañarte conmigo? —me observó de reojos y estiró su brazo
izquierdo hasta alcanzar un pequeño pañuelo del mueble que estaba a un costado
de la bañera, cuando lo alcanzó lo remojó en el agua tibia para
luego colocarlo sobre sus ojos.
—
¿Puedo? —le miré entusiasmada.
—Por
algo te estoy preguntando… —respiró hondo, como intentando calmarse y luego
agregó—. No me gusta tú nombre, te llamaré Elaine.
—
¿Elaine? —pregunté extrañada, era un nombre poco femenino, según yo. Me quité
lo único que llevaba puesto; Mi calzón rosa y un chaleco que había tejido mi
madre para mi cumpleaños pasado, era de un hermoso color crema y me llegaba
hasta el muslo, pareciera que usara un vestido de lana—. ¿Por qué Elaine? Es un
nombre horrible —comenté acercándome de puntillas a la bañera.
—
¿Cómo dices? —cuestionó quitándose de golpe la toalla de los ojos. Me observó
por unos segundos y luego estiró sus brazos para cogerme de las axilas y
meterme dentro de la bañera con él—. Elaine es un hermoso nombre, niña, no
vuelvas a decir lo contrario.
—
¿En qué país es hermoso, señor? —el agua de la bañera estaba temperada. Me
relajó al instante y sonreí alegre mientras me preocupaba de tomar mi cabello
en un pequeño moño sobre mi cabeza.
—En
todo el mundo, boba —gruñó algo molesto—. Es hermoso y así te llamaré. Punto.
—
¿Puedo quejarme?
—No,
no puedes… —Adrián volvió a poner aquella blanca y húmeda toalla sobre sus ojos
y se acomodó en el lugar. Apoyó sus brazos fuera de la tina y separó sus
piernas dejando a la vista, nuevamente, su hombría.
—Woh…
Realmente
era extraño, papá siempre me dijo que aquello no debía ser visto por las
mujeres jóvenes, porque era malo. Me decía constantemente que
si un hombre me mostraba su miembro yo debía salir corriendo y decirle a él o a
mi mamá. Pero, en ese momento, no estaba ni él ni mamá, y no sentía la
necesidad de salir corriendo. Después de todo, no fue tan terrible ver por
primera vez un pene.
Los
minutos pasaron lentos y relajantes. Más el sonido de las balas había
desaparecido casi por completo, como si la guerra se hubiera detenido o acabado
para nosotros dos. Sentía la necesidad de hablar, porque el silencio que se
estaba apoderando de lugar me era totalmente incomodo. El silencio me hacía
recordar los gritos de mi padre y de mi madre, las terribles explosiones de mí
alrededor, etcétera, todo ello venía a mi mente si oía el silencio del lugar.
No quería llorar por culpa de ello, por eso me atreví tirarle del brazo a aquel
hombre, que al parecer se había quedado dormido.
—Oiga,
señor Adrián… —susurré mientras le movía de un lado a otro
—
¿Qué quieres? —me observó enfadado—. Y deja de llamarme Señor Adrián,
sólo dime Adrián.
—Perdón…
Adrián… —le miré nerviosa, realmente no sabía qué decirle para comenzar una
conversación y él ya estaba comenzando a hastiarse de mí.
—
¿Qué? Vamos, dime.
—
¿Qué edad tiene?
—
¿eh?
Al
parecer, lo estúpida que fue mi pregunta lo descolocó, porque me observó con
fastidio. Quizás esperaba algo más importante o profundo, no algo tan banal
como lo que le había preguntado segundo atrás.
—Tengo
veinticinco años —respondió acomodando su cuerpo a la posición que tenía
antes—. ¿Por qué?
—Por
nada, señor… perdón, Adrián. Sólo quería saber su edad… ¿Vive solo? —volví a
preguntar, mientras tomaba otra toalla, igual a la de él, y la ponía sobre el agua
para jugar.
—No.
—
¿Con quién vive?
—Eres
bastante preguntona, ¿lo sabías? —bufó—. Vivo con un… amigo.
—
¿Es gay? —pregunté sin dejar de jugar en el agua.
—No,
no lo soy… me gustan mucho las mujeres, sobre todo las jovencitas —su tono de
voz había cambiado, repentinamente, a uno más lascivo.
—
¿Enserio? —dejé de jugar en el agua y le observé admirada—. ¿Y tiene novia?
—No,
niña, no tengo… —bufó nuevamente, al parecer ya se estaba cabreando, pero no
quería dejar de hablarle.
—
¿Por qué me trajo aquí?
—Porque
quería cogerte, sólo eso —respondió inexpresivo saliendo de la
bañera para entrar a lo que yo suponía era la ducha.
—Umm…
—al igual que él, me salí de la bañera y le seguí para entrar junto con él a la ducha—.
Gracias, entonces.
—
¿Por qué?
—Porque,
de no haberme cogido, aún estaría allí sola. Muchas gracias —Adrián me observó
atónito y luego sonrió sin gracia.
Ambos
entramos a la ducha. Era un espacio algo pequeño pero perfecto para unas tres
personas. El agua, al igual que el de la bañera, era tibia y muy relajadora.
Adrián había comenzado a enjabonar su cabello con un shampoo que olía bastante
bien.
—Adrián…
—pregunté mientras tocaba con la punta de mi dedo índice la curva que se
formaba en su cadera—. ¿Me das un poco de shampoo, por favor?
—Tómalo
—dijo sin más y continuó lavando su cabello. Me daba la espalda y la espuma que
caía por sobre su cuerpo me salpicaba en los ojos.
—Es
bastante alto —comenté frotando con fuerza la palma de mi mano contra mis ojos,
intentando así quitar un poco de aquel shampoo que había caído en ellos.
—
¿Eh? —me miró de reojos y se volteó para quedar de frente a mí.
—Usted,
es realmente muy alto, señor —le miré de pies a cabezas sin evitar ruborizarme
cuando mi vista pasó rápidamente por su entrepierna—. ¿Cuánto mide? —pregunté
curiosa.
Adrián
me observó por unos segundos y luego tomó el shampoo de hierbas que se había
echado en la cabeza para pasármelo con algo de brusquedad. Lo recibí sin
mirarle a los ojos y coloqué un poco de éste en la base de mi cabeza para comenzar
a enjabonar y lavar mi cabello. Se lo devolví con algo de vergüenza y él lo
recibió muy tiernamente rozando con la punta de sus dedos mi
mano.
—Mido
un metro noventa y dos centímetros —respondió dándome, nuevamente, la espalda—.
¿Tú debes de medir algo de un metro y treinta no?
—Sí.
—Eres
bastante baja para tener once años.
—Sí,
soy de padres bajitos…
—
¿Cristianos?
—Sí,
¿Por qué?
—Por
nada.
La
pequeña conversación había culminado tan rápido como había empezado. Al parecer
a Adrián no le gustaba platicar, ni nada parecido. Él sólo hacía lo que tenía
que hacer y punto.
—Tienes
el cabello muy largo —comentó de repente observándome por sobre su hombro sin
dejar de lavar su cabello—. Deberías cortarlo.
—No
—contesté apresuradamente agarrando con fuerza mi cabello posándolo por sobre
mi hombro y tocándolo como si intentara peinarlo con mis dedos—, me gusta así
como está, bien largo.
—Entonces,
deberías de cuidarlo más —se volteó y tomó las puntas de mi cabello para
analizarlas cuidadosamente—. Tienes todo el cabello quemado… mira estas puntas
—me las mostró dejándolas muy cerca de mis ojos.
—Lo
sé —respondí algo avergonzada quitándole mi cabello con brusquedad—. No había
suficiente dinero para comprar un buen shampoo.
Adrián
soltó un suspiró y continuó enjuagando su cuerpo. Me observó desde lo alto y se
inclinó para comenzar a masajear mi cabeza.
—
¿Qué hace? —pregunté risueña, sus manos al hacer contacto con mi cuero
cabelludo causaba ligeros cosquilleos por todo mi cuerpo.
—Te
lavo el cabello como corresponde. Mira, Elaine… —me sentí incomoda al notar
como él realmente me había cambiado el nombre por uno que yo encontraba poco
femenino—, tienes que frotar la yema de los dedos sobre la cabeza de esta
forma…—comenzó a realizar un movimiento circular con sus dedos—. Así removerás
la grasa, el sebo, la mugre y demás… tu cabello quedará más brillante y por
ende crecerá más rápido.
—Y
¿Para las puntas partidas? —lo miré por entremedio de mis cabellos, que caían
desordenadamente sobre mi rostro—. ¿Qué hago?
—Fácil,
tendremos que cortarlas y que vuelvan a crecer… —tomó nuevamente mi pelo y lo
analizó minuciosamente—. Pero, es mucho lo que tienes quemado.
—
¿Qué hará? No lo quiero cortar todo, me gusta así como está.
—A
mí también. Pero, cortaremos un poco las puntas y cuidaremos de él. No me
gustan las chiquillas con el cabello horrible así como lo tienes ahora.
—Lo
siento…
—No
te preocupes… —Adrián continuó con su labor. Ya luego de unos minutos dejó mi
cabelló de lado y comenzó a enjabonar mi cuerpo.
Sus
manos pasaron delicadamente por mi cuerpo, acariciando desde mi cuello hasta mi
vientre. Cada caricia que me propinaba era un pequeño escalofrío que recorría
rápidamente mi espina dorsal. Sus manos juguetearon tiernamente en mi espalda y
cada suspiro que yo soltaba él me observaba de reojos y sonreía triunfante. Se
inclinó un poco y acercó su cuerpo aún más al mío. El vapor de la ducha comenzó
a notarse el lugar en un abrir y cerrar de ojos. Mis mejillas se ruborizaron
por el intenso calor que empezó a sentirse en el diminuto espacio en donde nos
encontrábamos los dos. Le observé reiteradamente y crucé mis brazos por sobre
mi desnudo pecho. Sentí que temblaba pero no era de frío. Siquiera sabía el por
qué mi cuerpo comenzó a temblar de esa forma. Adrián posó sus manos por sobre
las mías y las quitó de mi pecho para dejarlas a mis costados; una a cada lado.
Deslizó con suavidad su mano por el contorno de mi cuerpo y llegó a mi vientre,
allí se inclinó un poco más e introdujo la punta de su lengua dentro de mi
ombligo. Sentí un poco de miedo el cual fue minimizado por la vergüenza. Adrián
me observó sin dejar de lamerme. Y yo no dejé de avergonzarme.
— ¿Qué
está haciendo? —pregunté intentando alejarme de él.
Sin
decir nada me sujetó de los brazos y los apoyó contra la pared de la pequeña
ducha. Mi cuerpo no dejaba de temblar y él, al parecer, no tenía la intensión
de detenerse. Cuando al fin dejó de lamer mi ombligo me sentí un tanto más
calmada pero aun así continué sintiéndome ansiosa. No sabía el por qué.
Solté
un gemido y suspiré rápidamente para intentar relajarme. Él, al
notar mi agitado respirar, posó sus labios sobre los míos y susurró un fugaz “tranquilízate”.
Cuando oí aquello mi cuerpo se paralizó. No porque me haya calmado al fin, sino
porque sentí pánico. No quería estar en ese lugar… no quería estar con él, no
en ese momento, ni haciendo aquello.
Sin
poder hacer más, comencé a llorar. Saladas lágrimas cayeron por sobre mis
mejillas estrellándose sobre mis hombros. Adrián separó su rostro del mío y
observó mi asustado rostro. Llevó una mano a su frente y comenzó a apretar su
sien. Balbuceó un “estúpido” y apoyó su mano libre sobre mi hombro.
Abrí mis ojos y sequé mis lágrimas, su rostro seguía igual de serio, pero, por
una u otra razón su mirada me hizo sentir mucho más calmada.
—Linda
—dijo segundos antes de propinarme un fuerte abrazo el cual casi me quitó el
aire.
—Me
está lastimando.
Adrián
soltó mi menudo cuerpo para ponerse de pie. Cuando se levantó dio una palmada
en mi cabeza, removiendo así algunos de mis cabellos. Le miré intentando forzar
una sonrisa lo más natural posible, lamentablemente no logré hacerlo, sólo le
miré a los ojos mientras soltaba un suspiro de alivio. Cuando dejé de
sostenerle la mirada, noté como una silueta estaba tras él. Era un hombre de
cabellos azabaches y ojos azules. De una mirada fría y calculadora. La mueca
que tenía en su rostro era la de un sádico frente a su victima. Nuevamente mi
cuerpo se paralizó. Adrián al notar mi reacción se volteó un tanto
impresionado.
—
¿Has traído una más? —preguntó mientras se abría paso dentro del cuarto de
baño. Se quitó la sucia pañoleta que tenía amarrada a su cuello para tirarla
dentro del cubo de madera.
—No,
ella no.
—
¿Por qué no? —me observó minuciosamente y luego añadió—; ¿Por qué se parece a
Elaine? —cuando el hombre pronunció aquel nombre me sentí extraña, observé de
reojos a Adrián quien no movía ni un músculo, sólo se quedó allí, quieto
dándome la espalda y esperando alguna otra palabra de aquel misterioso hombre.
Aún
permanecía desnuda frente a dos individuos que no conocía. Al comienzo todo fue
lo bastante tranquilo como para atreverme a entrar en el mismo baño con un
joven desconocido, lamentablemente, con el pasar de los minutos, toda aquella
armonía cambió drásticamente por un sentimiento lleno de terror. Quería huir de
aquel lugar en donde me encontraba, tal y como me lo había dicho papá, aunque
aquello implicaba a huir a un sitio desconocido y posiblemente mucho más
peligroso. Sentí miedo; miedo a ser lastimada, a estar sola. Sentí miedo de
morir tal y como lo habían hecho mis padres. No quería morir.