viernes, 16 de mayo de 2014

Dentro de House of Sound ~ Fanfic de Aliento de Berserker.

¡Hola, hola!
Nuevamente aquí, con ustedes, para publicar ésta nueva entrada.
Es algo especial, jamás había hecho algo así, porque nunca me siento capaz de escribir sobre historias de otras autoras. No me siento a la altura... pero, creo que necesitaba -de verdad que sí-, escribir lo que escribí. No es la gran cosa... es algo corto, pero con cariño.
Un fanfic creado el 18 de diciembre del 2012. Pero, jamás me armé de valor para mostrárselo a quién correspondía... por vergüenza de arruinar su trabajo.
Ella, al verlo, le agradó. Y me dio la autorización de publicarlo... se lo enseñé hace ya bastante tiempo... y ahora, recién ahora, quiero compartirlo con ustedes.

Los personajes y la trama de la historia no me pertenecen, son de Vitoria, o más conocida como Calabaza, la creadora de "Aliento de Berserker". Una historia que me ha encantado, y por ello, he escrito esto.
Espero les guste.


Dentro de House of Sound


Eran gemidos. Se podían oír claramente desde la posición en la que Lucas se encontraba.
¿Cuánto tiempo llevaba allí? No tenía ni la más mínima idea. Sólo sabía que ya no era consiente de sus propios actos. No por lo menos, desde que llegó a ese lugar. O más bien, desde que su abuelo lo envió a ese terrible lugar.
Cuando abrió sus ojos pudo notar a lo lejos el cuerpo ensangrentado de su padre. No entendía qué era lo que sucedía, sólo sabía que el pobre hombre yacía en el suelo con graves heridas por todas partes.
— ¡¿Papá?! —gritó una vez consiente de lo sucedido.  
—Tranquilo, hijo —logró decir antes de que escupiera con claro dolor una enorme posa de sangre—. No es culpa tuya —susurró con ternura. Finas gotas de lágrima rodaron por sus ojos hasta caer y desaparecer entre la sangre que estaba repartida por todo el lugar.
Lucas trató de acercarse a él, pero enseguida notó el grueso metal que rodeaba su cuello. Estaba encadenado a una pared. Pero, era extraño, la cadena era lo suficientemente larga como para recorrer todo el lugar. Cogió la cadena con sus manos y allí pudo notar que ellas estaban bañadas de un líquido rojo carmesí. Sangre. Acercó sus manos hasta su rostro para cubrir su boca y así evitar que el revoltijo que sentía saliera por allí.
Más sangre.
Levantó la mirada y allí observó un sinfín de hombres que les admiraban desde lo alto tras un enorme ventanal de vidrio blindado.
Todos ellos los embelesaba una sádica y morbosa sonrisa.
—Sólo tienes que aprender a controlarte, Lucas —dijo uno de ellos a través de un micrófono.
Su voz resonó en toda la habitación tras un molesto sonido agudo que provocó. Lucas se retorció de dolor
—Sino lo logras, tu padre no podrá salir con vida de éste lugar —aseguró con un claro tono mal intencionado.
Lucas se apoyó en la pared para lograr así sostener su cuerpo. Miró con desesperación cada rincón del lugar. No había un solo espacio que no tuviera marcas de aquel macabro acto. Estaba torturando a su padre.
—Papá… —musitó una vez más—. Lo siento yo no…
—No es tú culpa —interrumpió una vez más el cándido padre.
Él sabía a la perfección que aquellas transformaciones eran comunes para la edad que tenía el chico. Y más aún si aquel era cruelmente obligado a transformarse para experimentar con su condición.
—Papá… —susurró una vez más antes de soltar un desgarrador gemido.
La cadena que ataba su cuello había producido una fuerte descarga eléctrica la cual provocó que Lucas se transformara casi instintivamente aquel bestial monstruo.
Sus ojos estaban desorbitados e inyectados de rabia y odio. Su enorme lengua colgaba de un extremo de su formidable hocico.
—Lucas…
La bestial, al sentir la voz de aquel hombre que le llamaba por su nombre, movió las orejas intentando reconocer desde dónde venía aquel inaudible gemido. Al observar aquella desfigurada forma humana, el lobo sintió deseos de acabar con la escasa vida que le quedaba. Pero algo lo detenía. Eran sus ojos. Los ojos de aquel hombre que derramaban lágrimas a diestras y siniestras. Suplicando, entre susurros, que dejaran en paz a su hijo. De que él no era culpable de nada, más bien, era él mismo el que tenía la sangre contaminada.

Lucas aulló. El dolor que sentía por el daño que le había ocasionado a su padre era tremendo. Su espalda se encorvó por completo mientras sostenía el peso de su cuerpo en ambas patas traseras, sus manos se dirigieron rápidamente hasta su cabeza y de su enorme hocico salió el más terrible y desgarrador quejido que hayan oído jamás los hombres de House of Sound.


En fin, así se termina el cortito... es antiguo y jamás sé cómo corregir mis cosas, porque de ser así, borraría todo. :) Lo juro. 

Un saludo y espero no leamos en otra entrada. 

lunes, 12 de mayo de 2014

Una carrera diferente a lo habitual.

Woh, Dios, cómo pasa el tiempo y yo sin dar señales de vida (por acá). En fin, no a mucha gente le preocupa el que escriba o no. xD
Aquí traigo un escrito… que encontré abandonado por allí, del 2013, no he corregido nada, porque no tengo ánimos, y tampoco le he dado final, porque ya no sé cómo hacerlo… pero lo quiero publicar sólo para compartir un pedacito de mi “pasado”. De mis escritos viejos.
Espero les guste.

Un saludo a mi preciosa… te amo mucho, mon amour.

                           *

Una carrera diferente a lo habitual.  

Añadir leyenda


Necesitaba calmarse. Inhaló y exhaló de forma monótona alrededor de cinco minutos. Llenó sus pulmones con aire hasta sentir la presión en su caja torácica. Su cabeza daba vueltas, el error de respirar de forma tan apresurada estaba cobrando su cuenta.
No comprendió del todo lo que había sucedido. Una disputa; Una ruptura; Una lágrima y la exasperada necesidad de gritar. Aunque él sabía muy bien que el silencio era el grito más fuerte que uno puede soltar.
El viento resopló con fuerza moviendo las suaves nubes. Las estrellas desaparecieron y la luna se apagó. Finas gotas de lluvia amenazaron con caer una a una hasta humedecer el desierto panorama que enfrentaba.
Suspiró con mayor fuerza soltando un sonoro gemido. Apretó los puños hasta que sus nudillos se volvieron blancos. Tensó la mandíbula y cerró los ojos con furia. Necesitaba calmarse. Lo sabía, fue lo primero que pensó y aún así no consiguió la paz que buscaba. 
Miró el cielo y éste le observó de vuelta. Una gota de agua cayó en su frente y resbaló hasta su mejilla. Una segunda gota cayó en sus labios y una tercera en su cuello. Cerró los ojos con más calma y dejó que el agua intentara limpiar su ser. Soltó sus brazos y abrió sus puños. Las gotas resbalaban frenéticamente por sus dedos estrellándose contra el húmedo suelo. Abrió los ojos con cautela para evitar que las finas gotas de lluvia cayeran dentro de  ellos. Sus largas y encrespadas pestañas ayudaron bastante para impedir que sus ojos sufrieran las consecuencias de mirar directo hacia arriba cuando había comenzado una lluvia torrencial.
Sonrió al momento de realizar un gesto infantil: Abrió la boca y asomó su lengua para que  ésta se llenara de agua. Se sentía  fría y no sabía a nada.
Niñato.
Gesticuló una sonrisa de medio lado y apreció el triste espectáculo que le rodeaba.
Idiota.
Cerró los ojos y dio unos cuantos pasos para luego soltar una exagerada carcajada. Retiró el agua que resbalaba de su rostro con ambas manos, secó, inútilmente, su rostro con la húmeda camiseta que llevaba puesta desde la tarde, después de la merienda junto a esa persona y recordó, con desagrado, la discusión, la ruptura, el enfado…
Lo había olvidado.
Los recuerdos volvieron a su mente más el disgusto permaneció de pie, frente a él, observándolo con recelo.
¿Me quieres dentro o no?
Por supuesto que no.
Sacudió la cabeza con fuerza. Mechones negros quedaron pegados en su rostro. Los retiró con sutileza y peinó con ambas manos su ondulada cabellera. Los negros mechones se enredaron entre sus dedos, batalló por unos segundos para luego dejar su acción de lado. Ya habrá tiempo de arreglarse, ahora debía actuar.
Dio dos pasos y se detuvo a observar sus zapatillas. Eran negras y brillaban gracias a las infinitas gotas de agua que descansaban sobre ellas. Apreció sus agujetas; ambas estaban sueltas. Bufó. Sonrió desganado. Se arrodilló y anudó ambas cintas. Las ató con fuerza y miró su próximo camino. La infinita calle que conducía hasta su siguiente meta. Una nueva carrera comenzaría, pero ésta vez no sería para obtener un premio, o un trofeo. No, esta vez correría por su destino, su vida, su futuro. Por su amado.
Apoyó sus manos en el suelo, levantó la cadera y miró para enfrente. Quien lo viera creería que aquel joven estaba loco. Aunque lo estaba, loco de amor por un muchacho que hace ya media hora se había marchado de su lado. Sonrió crédulo, golpeteó la punta de su zapatilla izquierda contra el suelo y miró con seguridad su camino. Excitado esperó la nueva señal que diera inicio a su próxima carrera. Tragó aire y sin expulsarlo de sus pulmones se echó a correr tras oír el frenético disparo de la naturaleza. Un destello iluminó las vacías calles que rodeaban su camino. Al parecer la lluvia no se detendría.
Tampoco yo.
Corrió con fuerza por la avenida principal. Dio cada paso sobre el húmero asfalto con una gran seguridad. Sintió el agua estrellarse contra su rostro, ya no era agradable; no se sintió como la primera vez, era como si ésta intentara detenerlo. Impedir que llegue a su destino por el camino que él mismo había escogido. Pero no se echaría hacia atrás. Ésta vez no escucharía a su alrededor, sólo a su corazón. Continuó corriendo con fuerza. Alzando el rostro, cerrando los ojos y volviéndolos a abrir. Sentía que en cualquier momento sus pies se despegarían del suelo. Se sentía tan ligero que creyó, por un instante, que volaría.
A lo lejos una silueta caminaba de un lado a otro como si estuviera ebrio. No era así. Sabía como era su muchacho. Y sabía a la perfección que su extraña forma de caminar se debía a que estaba evitando pisar las posas más profundas. Odiaba humedecer sus calcetas. Lo sabía muy bien. Lo conocía.
Gritó su nombre.
¡Manuel!
Pero el joven no lo escuchó. Un trueno se había encargado de silenciar sus alaridos. Sintió sus mejillas sonrojar. Sintió que la naturaleza se mofaba de él sin piedad alguna. Gritó una vez más.
¡Manuel!
Y éste se detuvo en seco.
Él continuó corriendo hasta estrellar su cuerpo contra el del chico que de la nada se había quedado de pie. Allí, esperando, analizando, dudando.
Ambos cuerpos se encontraron tras un fuerte golpe. Cayeron al suelo y el agua lluvia los recibió con alegría empapando cada parte de su ser. Acariciando su piel, humedeciendo sus extremidades, enfriando su pasado, su enojo, su disputa.
—Perdóname.
Gritó arrepentido.
—Perdóname.

Susurró en su oído sintiendo que el aire le faltaba.


*
Y así es como termina el escrito... 
¿Extra, verdad? pero bueno, quería agregar algo a mi abandonado blog. Un beso y espero les haya gustado.