I
Sería una velada
divertida. Esa noche mis compañeros de instituto habían preparado una fiesta de
disfraces para celebrar la noche de Halloween. Era mi primera fiesta de ese
tipo, puesto que mi madre no gustaba de aquellas celebraciones, siempre salía
con la misma historia, “que todo eso no era más que obra del diablo”. Al
principio siempre creí lo que ella me decía, al pasar los años, no. Y como mi
madre se encontraba a muchos kilómetros lejos de mí, decidí aventurarme a esa nueva experiencia. Lo
sé, no era la gran cosa, simplemente era una fiesta, pero, ¡era mí primera
fiesta de Halloween! Y pretendía divertirme lo que más pudiera.
— ¿No crees que esa
falda está muy corta? —pregunté observando como mi amiga se cambiaba una y otra
vez de vestimenta, lanzando las prendas a cualquier parte sin mayor
preocupación.
— ¿Tú crees? Yo
encuentro que está perfecta —observó la corta prenda que con suerte cubría sus
nalgas y giró como bailarina para observar qué tan hermosa se veía—. Vamos, Emanuel, a poco no me queda perfecta.
—Sí, te ves
preciosa, pero… ¿de qué vas disfrazada? —pregunté curioso. Me acomodé en la
cama y estiré mis manos para alcanzar algunas de las prendas que Mónica había
lanzado, comenzaría a ordenarlas una por una mientras ella seguía modelando los cientos de disfraces que tenía guardado.
—Verás, es algo
sencillo y muy coqueto, mira —se quitó la sotana
que llevaba puesta y mostró su agraciada delantera. Llevaba un corpiño color
negro muy ajustado a su delgado cuerpo, formando una espectacular y perfecta
cintura de unos cincuenta centímetros, realmente sorprendente. Usaba lencería
roja con encajes, dejando muy poco a la imaginación, puesto que su busto estaba
prácticamente expuesto—. Seré una, ¿cómo le llaman? ¿Gothic qué?
Me levanté de la
cama dejando en el olvido las prendas que doblaba para acercarme a ella y cruzar
mis brazos por sobre su cuello. Froté mi mejilla con la de ella y ambos nos miramos
en el espejo, allí nuestras miradas se encontraron y ambos las sostuvimos por
varios segundos antes de comenzar a hablar.
— Será acaso una ¿Gothic
lolita…? —suspiré—. No lo creo, Mónica, ellas son más tiernas, no tan —la admiré
por unos segundos y agregué un tanto coqueto—… candentes como tú, guapa, que
vestida así, te juro por Dios, que me hago hetero sólo por ti —finalizando lo
dicho le guiñé un ojo, besé su mejilla y me alejé de ella para tomar asiento en
la pequeña cama de plaza y media y continuar con mi labor de “doblar la ropa”.
—Que eres idiota,
Emanuel —bufó. Admiró su cuerpo por milésima vez en el espejo y cambió de
vestimenta unas tres veces más antes de escoger la apropiada para ir a la
fiesta—. ¿Cómo me veo con ésta? —Ya estaba fastidiada, preguntó con desgano y
me observó un tanto malhumorada—. Dime la verdad, Emanuel, porque si me estás
mintiendo, te juro que yo misma meteré esto en tu culo —cogió su arnés que
estaba dentro del ropero y lo balanceó de un lado a otro.
—Uhm, con lo que me
acabas de decir, no sé si decirte la verdad o mentirte deliberadamente.
— ¡Enfermo!
—reclamó desesperada—. ¡Vamos, respóndeme, se me ve bien ésta mugre o no!
—Mónica, Mónica,
Mónica —repetí con cansancio—. Tú sabes que con ese cuerpazo que tienes,
cualquier cosa que uses, hasta la más ordinaria prenda, en ti, querida, se
vería fabulosa. Sos hermosa, mujer, ¿qué eso no entra en tu pequeña cabecita?
— ¡Emanuel! Deja
ese horrible acento español que no te queda para nada y dime de una puta vez si
me veo bien o no.
—Vale, vale… —la
observé y fingí analizarla minuciosamente—. Insisto ¿Por qué el delantal de
enfermera tiene que ser tan corto, mujer? ¡Con esas ropas no dejas nada a la
imaginación, además, el escoté, Dios mío, te llega al vientre!
—Emanuel, Emanuel,
Emanuel —repitió tres veces imitando mi peculiar tono de voz—. Sos un tonto o
¿qué? —me observó risueña—. ¿Acaso crees que voy sólo a bailar a esa fiestucha infantil? Vamos, dime… ¿cómo
crees que lograré acostarme con Gustavo?
— ¿Gustavo?
—Sí, hombre, el
estudiante de medicina, ese bien guapetón de las que todas hablan —se acercó en
puntillas hasta mí para susurrarme al oído un tanto excitada—. Dicen que tiene
una verga que ni te imaginas, y que sabe usarla como los dioses.
— ¿Es gay? Me
gustaría probar eso de la que todas hablan —reí con ganas.
—No, idiota, pégate
con una piedra en la boca —se acercó al mueble de madera y lo golpeó tres veces
con los nudillos—. Ni Dios te oiga, que terrible sería saber que mí Gustavo es gay, no que desperdicio de
hombre.
—Que no te oiga a
ti mujer, que con esa lengua has envenenado todo el hermoso panorama que tenía imaginado
en mi sana mentecita. Malvada.
—Sí, claro, “Sana mentecita” —se burló realizando el
ademan de las comillas—. Apuesto que esperas con muchas ganas que en ese lugar
esté Felipe.
—Me encantaría, así
tendría una noche muy agitada —sonreí lascivo—. Llena de sudor, orgasmos y
semen repartido por todas partes —finalicé dejándome caer sobre la suave colcha
de plumas—. Sería la noche perfecta. Un perfecto Halloween, querida.
—Imbécil. Eso suena
asqueroso.
— ¿Por qué, mujer?
Es lo mismo que tú haces, sudas como condenada, tienes cientos de orgasmos en
unos cuantos minutos, cosa que para mí es prácticamente imposible, y vacían
todo el semen posible por todo tu excitante cuerpo. ¿Es o no lo mismo?
— ¡Cierra el pico,
Emanuel! —amenazó frunciendo el ceño.
—Vale, cierro el
pico —levanté mi mano y con ella cerré la cremallera imaginaría ubicado en el
centro de mis labios.
—Entonces —sonrió
animada por el ademan tan infantil que acababa de realizar—. ¿Éste se me ve
lindo?
—El blanco te queda
perfecto, Moni. Resalta tus enormes pechos, el cinturón negro afina aún más tu delgada
cintura, y la bata, así como está de corta,
hace ver aún más largas tus piernas ¿qué más quieres, bonita? Eres
perfecta. Y créeme, si ese chico no se fija en ti, es porque es gay —reí con
malicia—. Y recién, en ese momento, entraré en acción para hacerlo zumbar toda
la noche.
— ¡Dale! ¿Jugamos,
entonces? —estiró su mano y me observó a los ojos. Sería un extraño trato que
cerraría con ella.
—Juguemos —finalicé
estrechando con fuerza su mano para cerrar aquel pequeño trato. La miré a los
ojos con bastante intensidad, quería saber qué tan confiada estaba ella de sí
misma, y por lo visto, estaba muy confiada. Yo, en lo personal, no haría nada
para acostarme con el tal Gustavo, sino más bien, actuaría si él diera indicios
de ser gay, cosa que no ha pasado jamás durante los tres años que llevamos
estudiando en esa universidad.
—Vamos, vístete tú
ahora, o qué ¿piensas ir así?
— ¿Así cómo? ¿Qué
tienen de malo mis prendas? —pregunté burlesco mientras observaba con gracia la
teñida Hipster que vestía aquel día.
—Yo no llegaré
contigo si vas vestido así.
—Y de qué quieres
que vaya disfrazado, encuentro que éste es muy bueno, llamativo, popular y mis
nalgas se ven espectaculares con éstos jeans.
—Ridículo —abrió la
puerta de su habitación y salió en dirección a la pieza de enfrente. Allí
dormía Aarón, su hermano mayor. Cuando salió me entregó unas prendas color
negras más una preciosa chaqueta de cuero—. Toma, pruébate esto para ver cómo
te queda.
— ¿Ya? —observé
cada prenda entregada—. ¿Y de qué se supone que me disfrazaré con esto?
—levanté la chaqueta dejándola a la altura de sus ojos—. Me puedes decir, por
favor.
—Un metalero, o no sé, un hombre lobo del
siglo XXI quién sabe, pero así como estás ¡no irás a ningún lado!
—Vale… veremos que
saldrá con todo esto.
Cogí las prendas y
comencé a vestirme. Los pantalones me apretaban un poco en la entrepiernas, sí,
Aarón era mayor que yo pero su cuerpo era mucho más pequeño que el mío. Me
observé en el espejo, y por primera vez me sentí igual a Mónica. Já. Me quité
los pantalones de prisa, y mientras lo hacía oía las fuertes carcajadas de mi
amiga. No paró de reírse de mí hasta que me coloqué, nuevamente, mis jeans.
Continué mirándome al espejo y preguntándome cómo mierda iría a la fiesta sin
un buen disfraz. Luego pensé en el extraño pijama que solía usar el padre de
Mónica. Al pedírselo ella pensó lo mismo que yo; disfrazarme de reo.
—Y si lo hacemos
más interesante y eres un reo zombie.
Su estúpida idea no
me pareció tan estúpida después de ver el excelente trabajo que hizo en mi
rostro después de horas de maquillaje. Era como si mi cara estuviera podrida desde
hace ya un tiempo, y mi cuello se veía realmente destrozado.
— ¡Woh, te ha
quedado genial, Moni! —declaré exaltado, apreciaba cada detalle, me veía
asquerosamente apuesto—. No sabía que eras buena en algo más que no fuera hacer
felaciones.
— ¡Cállate,
bastardo! —sonrió orgullosa. No estoy muy seguro si la sonrisa fue por el
pequeño cumplido, o por lo buena que era al momento de chuparla—. Gay o no
igual te gustó la mamada que te di la otra noche.
—Milagros de
alcohol —la miré risueño, acaricié su rostro y froté mis pulgares sobre la
parte superior de sus labios—.Y la falta de depilación en éstas partes
provocaron aquel milagro.
Un fuerte puñetazo
en mi boca finalizó con la desubicada conversación que habíamos comenzado ella
y yo.
Cuando el reloj
marcó las nueve de la noche saqué mi móvil y llamé a un radio taxi, esa noche
tenía planeado beber hasta quedar inconsciente y despertar en cualquier parte
del mundo, sin importarme con quién o con qué, por ende, no llevaría mi coche,
claro que no y eso me obligaba a gastar dinero en un radio. Mientras
esperábamos el móvil, Mónica y yo hacíamos la previa en su casa. Nos bebimos unas cuantas latas de cerveza para
llegar un poco más prendidos a la fiesta. Debo admitir que esto, hace unos seis
meses atrás, siquiera se me habría pasado por la cabeza. Desde que mis juntas
con Mónica se han hecho más seguidas, mi personalidad, o mejor dicho, mi forma
de actuar a cambiado de sobre manera. Comenzando por “yo jamás hubiese llegado
bebido a una fiesta”, ni mucho menos “hablaría tan serenamente sobre mi
homosexualidad que durante veinte años traté de mantener en secreto”. Todo ha
sido diferente desde la primera vez que nos topamos en una plaza y ella me
ofreció beber unas cuantas botellas a su lado. Realmente puedo decir que ha
sido una muy mala influencia. O al menos así ella se presentó ante mí.
—“No te juntes conmigo, porque soy una muy
mala chica”.
Hice caso omiso a
sus palabras, y ahora me acato a las consecuencias.