Aquí he escrito cada locura... que, el no hacerlo me hace sentir un poco triste. Aquí vuelvo con un escrito lo bastante corto como para leerlo. Jajaja
Ese día (domingo 29 de marzo) estaba bastante emocionada escribiendo "Melany", supuse que sería un relato más o menos... largo con cara de corto (?), pero... no resultó como quise. Comenzó "TWD" y cerré todo para acomodarme junto a mi mamá a ver el último capítulo de temporada.
En fin, amigos, gracias por darse el tiempo de leer (los que lo harán) y más aún, por dejar sus comentarios.
Melany
Esa tarde decidí
andar descalza por la calle. Estaba lloviendo y el suelo estaba cubierto de
agua, tierra y hojas que caían por el fuerte viento que acompañaba al extraño
cambio climático que hubo alrededor de
las siete de la tarde. Hora pico en que los trabajadores caminan de regreso a
sus casas.
Era pleno verano y
el sujeto del tiempo había mencionado que llovería durante la noche del viernes.
Nadie le creyó, todos rieron y se mofaron con caricaturas dando alusión al
pronóstico que todos imaginaban erróneo.
La sorpresa se
reflejó en más de un transeúnte. Las mujeres corrían de un lado a otro para
resguardarse de la lluvia. Caros peinados eran destruidos con recelo por la
tibia agua que caía del cielo. Trajes extravagantes se humedecían, zapatos eran
arruinados y más de un cigarro fue apagado. Nadie se lo esperaba, en realidad.
Lamentos comenzaron a oírse de persona en persona por no haber creído en el
sujeto que la noche anterior había pronosticado fuertes lluvias en el centro de
la ciudad. Miles de personas, de la nada, aparecieron con trapos en el suelo
ofreciendo paraguas de distintos colores y a un precio accesible.
—Lleve de lo bueno,
caserita, lleve de lo bueno.
Soltó un viejo sin
dientes ofreciendo paraguas negros, rosas, con diseños e infantiles. Un poco de
color para animar el lúgubre panorama que dejó la lluvia en la fría ciudad.
Las luces de los
faroles iluminaban con escases el asfalto de la avenida central, calle por
donde debía transitar para llegar hasta la estación de metro que me acercaría a
casa.
Más de una persona
tropezó conmigo o chocó con fiereza sus hombros contra mi espalda como si
estuviéramos jugando un partido de futbol americano.
Un poco de agua
desata la furia entre los santiaguinos.
<<No
entiendo por qué, si el agua lluvia es de lo más reconfortante…>>
Estaba empapada, el
cabello había perdido su alto y glamuroso peinado francés que me había hecho en
la mañana. Mechones castaños se pegaron en mi frente, mejilla y nuca. El agua
escurría por mi cuello hasta perderse en mi brasier. La piel se me erizó en el
acto y fue en ese preciso momento cundo sentí la asfixiante necesidad de
quitarme los zapatos. Quería sentir la humedad de la calle enfriar la planta de
mis pies, usaba un calzado blanco con un tacón de más o menos diez centímetros,
que claramente me alejaba del suelo y mi extraño anhelo. Mi vestido floreado se
apegó aún más a mi delgado cuerpo trasluciendo mi ropa interior. Pude sentir la
brisa helar mis huesos. Exquisito.
En una mano
sostenía la cartera que estaba destinada para mis salidas de los días viernes,
y en la otra, sostenía los zapatos que ya me había quitado. Subí mi cartera
hasta ganarla en el pliegue de mis codos y con la mano, nuevamente libre, quité
el pinche que sostenía el resto de peinado. La quité con calma; disfrutando de
cada segundo. Mi cabello mantuvo su forma por unos segundos y luego cayó
exageradamente sobe mis hombros. El viento me despeinó una vez más, me empujó
para enfrente dando así el impulso que necesitaba para dar inicio a la
liberadora caminata que me llevaría a la estación de metro.
Las calles se
vaciaron en un abrir y cerrar de ojos. La mayoría estaba refugiada bajo los
techos de restaurantes chinos. El excesivo aroma de sus condimentos despertó mi
apetito. Pensé, por un minuto, entrar en alguno de ellos y disfrutar de sus distinguidos
y extravagantes platos, pero me negué. Ya llegaría a mi departamento a tomar
alguna sopa instantánea o comer cualquier chuchería que encuentre en la alacena
para acompañarla con una fría cerveza. Nadie jamás ha logrado quitarme de la
cabeza que la cerveza, en los días fríos, es aún más satisfactoria que el mismo
café a la hora de matar el tiempo.
El primer trueno
retumbó en la ciudad. Más de un grito escapó de los finos labios de las
empresarias que secaban su cabello en la entrada de un café. Sonreí con
satisfacción. No esperaba que la naturaleza asustara a los santiaguinos, pero,
tener un día fuera de lo normal, dejar atrás la cotidianidad, es realmente
hermoso. Llenador a más no poder sobre todo si ese cambio va de la mano de la
lluvia.
Di los primero
pasos con seguridad. El suelo no me asustaba. No temí, siquiera un instante en
lastimar la planta de mis pies, y si lo hacía, ya asistiría a un centro médico
para atenderme. Mientras tanto disfrutaría de la añorada sensación que hacía
años no sentía. Giré sobre mi cuerpo sin dejar de mirar el cielo. Vislumbré las
grises nubes que soltaban sobre nuestras
cabezas la cálida lluvia de verano. El maquillaje comenzó a correrse. La
máscara de pestaña estaba esparcida por mis mejillas. No me importó.
Sonreí con
satisfacción al saber que la misma naturaleza era quien limpiaba mi rostro.