martes, 31 de marzo de 2015

Volviendo a la cancha + Relato ultra corto

¿Cuánto tiempo ha pasado desde que no escribo nada? Mucho... ¡bastante! Me siento algo avergonzada de tener tan abandonado a "mi espacio personal".

Aquí he escrito cada locura... que, el no hacerlo me hace sentir un poco triste.  Aquí vuelvo con un escrito lo bastante corto como para leerlo. Jajaja

Ese día (domingo 29 de marzo) estaba bastante emocionada escribiendo "Melany", supuse que sería un relato más o menos... largo con cara de corto (?), pero... no resultó como quise. Comenzó "TWD" y cerré todo para acomodarme junto a mi mamá a ver el último capítulo de temporada.

En fin, amigos, gracias por darse el tiempo de leer (los que lo harán) y más aún, por dejar sus comentarios.


Melany




Esa tarde decidí andar descalza por la calle. Estaba lloviendo y el suelo estaba cubierto de agua, tierra y hojas que caían por el fuerte viento que acompañaba al extraño cambio climático  que hubo alrededor de las siete de la tarde. Hora pico en que los trabajadores caminan de regreso a sus casas.
Era pleno verano y el sujeto del tiempo había mencionado que llovería durante la noche del viernes. Nadie le creyó, todos rieron y se mofaron con caricaturas dando alusión al pronóstico que todos imaginaban erróneo.
La sorpresa se reflejó en más de un transeúnte. Las mujeres corrían de un lado a otro para resguardarse de la lluvia. Caros peinados eran destruidos con recelo por la tibia agua que caía del cielo. Trajes extravagantes se humedecían, zapatos eran arruinados y más de un cigarro fue apagado. Nadie se lo esperaba, en realidad. Lamentos comenzaron a oírse de persona en persona por no haber creído en el sujeto que la noche anterior había pronosticado fuertes lluvias en el centro de la ciudad. Miles de personas, de la nada, aparecieron con trapos en el suelo ofreciendo paraguas de distintos colores y a un precio accesible.
—Lleve de lo bueno, caserita, lleve de lo bueno.
Soltó un viejo sin dientes ofreciendo paraguas negros, rosas, con diseños e infantiles. Un poco de color para animar el lúgubre panorama que dejó la lluvia en la fría ciudad.
Las luces de los faroles iluminaban con escases el asfalto de la avenida central, calle por donde debía transitar para llegar hasta la estación de metro que me acercaría a casa.
Más de una persona tropezó conmigo o chocó con fiereza sus hombros contra mi espalda como si estuviéramos jugando un partido de futbol americano.
Un poco de agua desata la furia entre los santiaguinos.
<<No entiendo por qué, si el agua lluvia es de lo más reconfortante…>>
Estaba empapada, el cabello había perdido su alto y glamuroso peinado francés que me había hecho en la mañana. Mechones castaños se pegaron en mi frente, mejilla y nuca. El agua escurría por mi cuello hasta perderse en mi brasier. La piel se me erizó en el acto y fue en ese preciso momento cundo sentí la asfixiante necesidad de quitarme los zapatos. Quería sentir la humedad de la calle enfriar la planta de mis pies, usaba un calzado blanco con un tacón de más o menos diez centímetros, que claramente me alejaba del suelo y mi extraño anhelo. Mi vestido floreado se apegó aún más a mi delgado cuerpo trasluciendo mi ropa interior. Pude sentir la brisa helar mis huesos. Exquisito.
En una mano sostenía la cartera que estaba destinada para mis salidas de los días viernes, y en la otra, sostenía los zapatos que ya me había quitado. Subí mi cartera hasta ganarla en el pliegue de mis codos y con la mano, nuevamente libre, quité el pinche que sostenía el resto de peinado. La quité con calma; disfrutando de cada segundo. Mi cabello mantuvo su forma por unos segundos y luego cayó exageradamente sobe mis hombros. El viento me despeinó una vez más, me empujó para enfrente dando así el impulso que necesitaba para dar inicio a la liberadora caminata que me llevaría a la estación de metro.
Las calles se vaciaron en un abrir y cerrar de ojos. La mayoría estaba refugiada bajo los techos de restaurantes chinos. El excesivo aroma de sus condimentos despertó mi apetito. Pensé, por un minuto, entrar en alguno de ellos y disfrutar de sus distinguidos y extravagantes platos, pero me negué. Ya llegaría a mi departamento a tomar alguna sopa instantánea o comer cualquier chuchería que encuentre en la alacena para acompañarla con una fría cerveza. Nadie jamás ha logrado quitarme de la cabeza que la cerveza, en los días fríos, es aún más satisfactoria que el mismo café a la hora de matar el tiempo.
El primer trueno retumbó en la ciudad. Más de un grito escapó de los finos labios de las empresarias que secaban su cabello en la entrada de un café. Sonreí con satisfacción. No esperaba que la naturaleza asustara a los santiaguinos, pero, tener un día fuera de lo normal, dejar atrás la cotidianidad, es realmente hermoso. Llenador a más no poder sobre todo si ese cambio va de la mano de la lluvia.
Di los primero pasos con seguridad. El suelo no me asustaba. No temí, siquiera un instante en lastimar la planta de mis pies, y si lo hacía, ya asistiría a un centro médico para atenderme. Mientras tanto disfrutaría de la añorada sensación que hacía años no sentía. Giré sobre mi cuerpo sin dejar de mirar el cielo. Vislumbré las grises nubes que soltaban sobre  nuestras cabezas la cálida lluvia de verano. El maquillaje comenzó a correrse. La máscara de pestaña estaba esparcida por mis mejillas. No me importó.

Sonreí con satisfacción al saber que la misma naturaleza era quien limpiaba mi rostro.